SE CONFIRMA LA RECESION MUNDIAL
En
el documento titulado Prospectos Económicos Globales, el Banco Mundial
señaló que la desaceleración económica de Estados
Unidos, Europa y Japón implica un panorama sombrío para las
naciones en desarrollo y destacó los síntomas de recesión
que se acentúan en el mundo.
En el caso de México, la recesión es más
que una probabilidad; las previsiones económicas de diversas instituciones
públicas y privadas, nacionales y extranjeras, concuerdan en que
nuestro país llegará al final del presente año, en
el mejor de los casos, con crecimiento nulo, y muy posiblemente con un
decrecimiento de la actividad económica, debido al impacto de la
crisis estadunidense en nuestra nación. Ello se traducirá
en una postergación --una más-- de expectativas para las
clases medias y en una depauperación adicional de los sectores más
necesitados.
Ayer, el presidente del país vecino, George W.
Bush, apremió al Legislativo de su país a aprobar un plan
de contingencia económica, nítidamente orientado a preservar
de la turbulencia a los ricos: el proyecto prevé la reducción
de impuestos para los empresarios pero no incluye ninguna previsión
para fortalecer la asistencia social o aliviar la situación de los
desempleados.
Ese llamado presidencial coincidió con el anuncio
del Departamento de Comercio en el sentido de que el PIB estadunidense
se redujo 0.4 por ciento durante el tercer trimestre de este año,
lo que es el primer anuncio oficial de tasas negativas de crecimiento.
A la vista de los datos mencionados --tanto por el Banco
Mundial como por el gobierno estadunidense--, es claro que el gobierno
de México debe adoptar acciones para afrontar la recesión
en la que estamos ya inmersos. Una consideración fundamental en
este sentido es que, en la crisis presente, debe evitarse echar mano de
los recursos tradicionales empleados por gobiernos anteriores ante emergencias
económicas: la coptación y seducción, a cualquier
costo, de la inversión extranjera, la sobrexplotación de
los recursos naturales --el petróleo, en primer lugar-- y, sobre
todo, el sacrificio social de lo segmentos mayoritarios del país:
asalariados, pequeños y medianos empresarios, desempleados, informales
y campesinos.
La primera de esas prácticas parece inviable en
la presente circunstancia porque casi todas las concesiones posibles al
capital extranjero fueron efectuadas ya por los tres últimos gobiernos
priístas y porque actualmente, en el marco de una recesión
mundial, la disputa por los recursos financieros será reñidísima;
la segunda, que implicaría elevar la exportación diaria de
crudo, resulta peligrosa e inoportuna en un mercado con oferta excesiva,
además de poco practicable con la actual --ruinosa-- infraestructura
de extracción; la tercera, en ausencia y desarticulación
del viejo sistema de dominación, tendría un costo político
impensable para un gobierno cada vez más aislado --hasta de su propio
partido-- y errático, que dilapidó en nada su formidable
legitimidad y popularidad iniciales.
Lo pertinente parece ser un paquete de medidas que apuesten
a la reactivación del mercado interno como impulso inicial para
recuperar el crecimiento, que ponga en orden las prioridades trastocadas
por lustros de neoliberalismo. Debe recordarse que el principal recurso
económico de cualquier país no reside en los flujos financieros,
en su capacidad tecnológica, industrial o agraria y ni siquiera
en sus recursos naturales, sino en su población.
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