MARTES Ť 30 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ugo Pipitone

ƑCuánto falta?

Digámoslo de una manera inevitablemente apocalíptica: la humanidad está entre dos amenazas extremas. La primera es que más de la mitad de la población mundial siga viviendo con menos de dos dólares (20 pesos) al día. Ira, desesperanza e iluminaciones varias constituyen hoy una mezcla (literalmente) explosiva. Dicho en síntesis: la miseria mundial es una amenaza directa a la sustentabilidad de cualquier cosa que merezca el nombre de vida civilizada en cualquier parte del planeta. La segunda amenaza concierne a la sustentabilidad ecológica de la vida en un contexto de desarrollo acelerado que llevará a miles de millones de seres humanos a niveles de consumo (sobre todo de energía) comparables a los Corea del sur, para no hablar de Estados Unidos.

Scilla y Caribdis están ahí para delimitar el espacio de dos perspectivas suicidas. El reto es "sencillo": se trata de acelerar el ritmo de desarrollo de los países más atrasados favoreciendo, al mismo tiempo, cambios profundos en formas de producción y de consumo tanto ahí como en las sociedades más avanzadas. De no materializarse este camino, las próximas décadas nos darán la peor de las combinaciones posibles: insustentabilidad social (y seguramente de la democracia) e insustentabilidad ecológica. Nadie puede decir que vayamos inexorablemente hacia ese escenario, pero nadie puede negar que ése sea el sentido de la marcha.

Limitémonos aquí al crecimiento y encomendemos la ecología al Señor o a algún científico que nos regale pronto una nueva fuente de energía barata y no contaminante. Pero, mientras seguimos en espera de algún milagro capaz de evitar un encadenamiento fatal de catástrofes ecológicas, el problema que ocupa el escenario puede ser resumido de esta forma. Tres mil 500 millones de seres humanos disponen, en media, de un PIB per cápita de 500 dólares anuales. Mil 500 giran alrededor de 3 mil dólares. Y, finalmente, menos de mil millones de seres humanos disponen de ingresos medios de 25 mil dólares. Demos a esta realidad los nombres que queramos, pero es evidente que los tres Estados, de revolucionaria memoria, están ahí. Aquí.

Simplificando brutalmente, tenemos países más pobres, pobres y ricos. Suponiendo un crecimiento del PIB per cápita de 3 por ciento al año para las próximas décadas, a los más pobres les llevará 60 años para llegar a ser pobres, y a estos últimos 80 años alcanzar a los países ricos. Las perspectivas pueden (y deben) ser más optimistas de lo que esos números indican. Lo mejor que nos podría ocurrir es que en la primera mitad de este siglo se activara un sólido proceso de convergencia mundial. ƑSerá posible? Sólo a una condición: la promoción de nuevos flujos de recursos de los países ricos a los pobres (y más pobres) y la introducción de nuevas reglas (fiscales y de responsabilidad social) en la economía mundial. Lo que está vinculado a la capacidad de las fuerzas políticas del mundo actual para torcer el rumbo desde el mercado hacia una voluntad de reforma de equilibrios globales endurecidos.

La cuestión es ésta: Ƒel sistema de protección social es una invención de Occidente limitada históricamente al espacio del Estado nacional o es uno de los rasgos ineludibles de una globalización que quiera serlo no sólo de la economía, sino también de la política? Aunque sea evidente que el problema del desarrollo de cada país es mucho más complejo que un problema de solidaridad internacional, ahí hay una precondición que debe ser actuada. Y lo más rápidamente, mejor.

Tenemos el tiempo de dos generaciones (digamos medio siglo) para comenzar a emprender acciones de nuevo tipo frente a amenazas sociales y ecológicas que podrían crear un mundo en el que nadie en sus cinco sentidos quisiera vivir. Será apocalíptico pero así es. Cincuenta años. ƑPodremos? Nuestros hijos y nietos tendrán en qué enteretenerse y sería mínima medida de decencia que la actual generación fuera capaz de escombrar el campo de populismos y de teologías del mercado. Va de nuevo: Ƒpodremos?