martes Ť 30 Ť octubre Ť 2001

Marco Rascón

Los dioses están en guerra

Mahoma, Jesús y Moisés. Alá, Jehová y Cristo. Cada uno con su respectiva cruzada; uno representado por Osama, otro por Bush, el hijo del padre, disputándose las sagradas escrituras, midiendo la fuerza militar del Corán contra la Biblia, la Biblia contra el Corán; Biblia y Corán contra el Talmud. Todos tienen una misión sagrada: imponer a su Dios y llevar al mundo al pasado ignoto, al pensamiento más arcaico, a colocar a la humanidad en el camino espinoso del bien contra las rosas diabólicas del mal, ya que "estás conmigo o contra mí" en sus mundos maniqueos.

En esta guerra santa no hay malos. Todos defienden a su Dios de los infieles y por ello todo se justifica. Los usos y costumbres se convierten en violencia religiosa y Bush asume el papel de mata moros, el Señor de Santiago contra los sarracenos. Es una guerra del viejo contra el nuevo testamento; el espíritu bélico por la interpretación de la palabra de Dios; la disputa por el mandato bíblico y el sagrado Corán.

La globalización ha sido avasallada por los fundamentalismos religiosos y todos los soldados van al campo de batalla a bombardear en nombre de Dios y del bien; se persignan, a manera de saludo militar, antes de mandar a los infiernos con misiles, pues la venganza ahora es santa.

Banderas, saludos militares, plegarias, miedo a lo desconocido; la muerte viene siempre del cielo y cae sobre todas las vidas inermes de este mundo, en el cuale no lograron, por medio del consumo, impedir la guerra, provocada a su vez por el estancamiento y la ineptitud de la ley de la oferta y la demanda. Hay responsabilidad e impunidad, ya sea por vivir en los imperios o por estar sometidos a ellos, pues los pueblos del sur tienen vida y condición de reos, de "testigos protegidos" ante la justicia infinita de la tierra santa que hoy es Washington, DC.

Frente al papel de Judas que protagoniza Osama, todos son sospechosos de querer entregar y sacrificar al Cristo trasnacional y por ello son condenados a vivir en pecado, sumisos y humildes frente a la ira de Dios, padre militarizado que lucha contra el mal y los malos pensamientos. Los pueblos pueden vivir en el pecado bajo la tentación de la Doctrina Estrada mientras paguen las indulgencias y en su condena den muestras de fe por conducto de sus ministros y pastores, y sean leales al bien guerrero de las trasnacionales. Esa es la diaria comunión del mundo en la lucha por la religión y la fe. Esto justifica que Bush, pese a jurar ante la Biblia, no haya respetado el principio cristiano de poner la otra mejilla y que en nombre del bien haya llamado a bombardear a los talibán, esos fariseos alimentados y entrenados por ellos mismos, que algún día fueron arrojados del templo por tener otro Dios y para hacer de la guerra su propio negocio. Para Osama -el Ricardo Corazón de León de los fundamentalistas musulmanes y el Luzbel para los cristianos- se aplicó la ley del talión como castigo de Alá, y el ojo por ojo, diente por diente, sobre el Pentágono y Nueva York, no fue sino la aplicación de la ley sagrada contra el enemigo. La tierra santa ya no está en Jerusalén ni la Santa Sede en el Vaticano, sino en la Casa Blanca, y el Congreso de Estados Unidos se volvió cardenalicio de apóstoles y ministros de la fe que exigen extender la guerra, pues la ley del talión es limitada y los infieles deben sufrir en sus niños, mujeres y ancianos, pues la ira de este Dios no conoce inocentes.

Los medios santos predican diariamente la misa de los bombardeos para tratar de elevar la fe y el entusiasmo. El sermón de las pantallas y la radio bendicen a los creyentes de la guerra y maldicen a quienes demandan la paz, pues en el fondo son el demonio, aliados de Satán. Los sacerdotes locutores y la liturgia de la guerra santa entrevistan, dan testimonio de la crueldad para bendecir los actos que rieguen sangre de terrorista. Es una auténtica cruzada contra el mal.

Por todo ello hoy la paz sólo puede venir de los ateos porque no creen en dioses y defienden la idea de que el hombre es principio y fin en este mundo, y que la obra humana es trascendente en manos de los mismos humanos y que el bien y el mal encarnan la lucha entre la razón y el instinto. Sólo los ateos pueden construir un mundo justo, pues defenderán la importancia del hombre y la mujer vivos, no muertos. Porque los ateos harán ciencia para mejorar la condición humana, no para beneficiarse de sus enfermedades, odios y dolores; harán ver el cielo como bendición de la naturaleza y no como paraísos e infiernos. Porque defienden la lucha por la eternidad de los humanos y no de los dioses que ahora se vuelven guerreros y usan a sus fieles como soldados para matar a otros fieles que creyeron en algo todopoderoso y sagrado, porque no conocieron la felicidad en el mundo.

Los ateos son hoy día la fuerza más importante para hacer la paz porque el bien y el mal son imperfectos. Ť

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