MARTES Ť 30 Ť OCTUBRE Ť 2001

Osvaldo BayerŤŤ

Injusticia infinitaŤ

Cuántos sabios ya habrán dicho que para que el mundo encuentre su paz y su felicidad habría que humanizar las religiones. Palabras sabias pero nunca oídas. El Papa acaba de pedir disculpas a China por lo que hizo la Iglesia católica en épocas pasadas. Claro, así es fácil. Se cometen los hechos y, luego, mucho después, está claro, se piden disculpas. Total, los muertos, muertos están y no los resucita nadie. A pesar del Corán y los evangelios.

Por ejemplo, Bush bombardea al pueblo de Afganistán y mata niños. ¿Por qué todas las iglesias cristianas no se unen y lo anatematizan, le dan el título de "asesino de niños", para toda la eternidad? No. Sí, tal vez firmen algún papelito de tímida censura. Entonces no son religiones. O, dicho con voz de la calle: ¿entonces, para qué sirven las religiones?

La Iglesia Evangélica alemana acaba de producir un valioso documento sobre la paz y la guerra. Y principalmente sobre el concepto de ultima ratio, concepto que se usa en los conflictos que, en sí, sirve solamente para justificar todo. El de la Iglesia es un documento profundo que analiza todo lo que se ha dicho en congresos, encuentros, discusiones legalistas y en tratados. Sirve como base para un gran congreso de la paz mundial definitiva donde, precisamente, y de una vez por todas, tiene que discutirse la paz perpetua. Tal cual. Pero me gustaría que la Iglesia Luterana no se quedara en documentos sino que todos aquellos que firmaron fueran a pedir medidas, ya, a todos los gobiernos que están involucrados en la guerra de Afganistán. Que recorran los pueblos y vayan propagando la única solución: la paz mundial, para lo cual, ante todo, hay que discutir a fondo el sistema económico que domina el mundo. Si no hacen eso, va a quedar como un papel más. Como tantos viajes del Papa que besa el suelo, pero no se mete a preguntar en los andurriales del mundo por qué los niños sufren hambre.

En ese sentido, más que todos los papeles, más que todos los viajes y las bendiciones con la usada cruz, me gustan, por ejemplo, los actos de coraje civil. Como el que ha protagonizado el obispo militar católico del ejército alemán, Walter Mixa, quien se manifestó lisa y llanamente en contra de que soldados alemanes vayan a la guerra de Afganistán. Además expresó que está en contra de aplicar la pena de muerte, donde se encuentre, a Osama Bin Laden. (A lo cowboy, desde la cintura, a lo George W. Bush.) Si se le captura, hay que realizar un juicio internacional con todas las garantías que establecen los tratados sobre derechos humanos, porque si no podemos llegar a ser todos víctimas de los métodos del lejano oeste, como cuando se eliminó a los pieles rojas.

Otro documento, que es no sólo digno de leerse sino que además tendría que ser debatido en todos los parlamentos, en todas las universidades e institutos de enseñanza, es el que ha sido dado a conocer por el Instituto para la Investigación de la Paz, de la ciudad de Hamburgo, y cuyo autor es el profesor Dieter Lutz. El título del trabajo no es sensacionalista, es una advertencia de alguien que conoce a fondo la temática: "Los ataques terroristas son también una advertencia. Tal vez la última". Y el subtítulo explica más: "¿Está la humanidad ante la destrucción y el exterminio?"

Comienza señalando la gran oportunidad perdida por el mundo y en especial por Estados Unidos, cuando cayó el Muro. Hace más de una década desaparecieron la nación soviética, el pacto de Varsovia y el permanente peligro de una guerra atómica que hubiera destruido a la humanidad. Con el final de la guerra fría terminó, a su vez, la propia vulnerabilidad, o, de acuerdo con la mira de cada intérprete, por medios técnicos como el programa de defensa de cohetes, comenzó la fantasía equivocada del vencedor creído en la infalibilidad de su poder. Pero las sociedades altamente tecnificadas también ganan al mismo tiempo en vulnerabilidad. Con su desarrollo aumenta el peligro. El riesgo del ciberterrorismo, amenaza hasta hace pocos años totalmente desconocida, es uno de los ejemplos más ilustrativos. Las transformaciones verdaderamente revolucionarias de esta última década ofrecían la gran oportunidad del siglo de aprender del pasado un nuevo concepto para las sociedades y los estados desarrollados. Pero el "victorioso" Occidente despreció esas oportunidades. Luego de la primera euforia se comenzó a hacer lo contrario, a forzar la marcha atrás de la rueda de la civilización. Las alianzas, en vez de ser profundizadas, pasaron a ser algo para la galería y no para los corazones, e igual la importancia de Naciones Unidas fue contenida. Se abandonó como doctrina el impedimento de guerras y los ejércitos de defensa fueron transformados en fuerzas de agresión. En vez de proponer la igualdad de intereses, comenzó la alocada carrera de imponer los intereses propios.

 Y lo indiscutible es que la única potencia mundial que quedó comenzó a negarse a firmar convenios de solidaridad internacional como el de las minas terrestres, el convenio de las armas-B, el de la prohibición de los test stops. Nada se hizo para emprender a eliminar del mundo los problemas del hambre, de la pobreza masiva, de la contaminación del medio ambiente y del cambio de clima. Nada se hizo. Se miró el propio vientre en vez de extender la vista sobre las regiones explotadas. Y hoy, sostiene el informe, son justo el caldo de cultivo para el origen de fundamentalismos y terroristas, desesperados y justicieros.

El mejor documento que nos habla de la oportunidad perdida es la Carta de París, de 1990, con la declaración de los jefes de Estado del primer mundo. Se ve aquí toda la euforia que dominaba, y cómo fue desperdiciada: "Ahora ha llegado el momento que se cumplan las esperanzas de tantos años de nuestros pueblos: bienestar y justicia social y la misma seguridad para todos los países de la tierra".

Hoy, 11 años más tarde, la realidad se muestra en forma realmente dramática: basta leer estadísticas, análisis y hechos de nuestra actualidad. Bajo las pinzas, entre la globalización económica y la desocupación mundial, la humanidad sigue destruyendo sus bases de subsistencia. El clima global se modifica en forma significativa cada año.

Grandes partes del suelo fértil son degradadas y los recursos genéticos siguen siendo destruidos. Los mares son todos casi vaciados de su fauna marina; por la falta de agua potable se amenaza con conflictos armados. También la diferencia entre pobres y ricos crece sin detenerse.

¿Cuál es la consecuencia?, se pregunta el informe. ¿Qué nos va a traer el recién comenzado siglo XXI, el tercer milenio después de Cristo? Tal vez más crímenes como el que en estos días tuvo que sufrir Estados Unidos, tal vez la "guerra de las culturas", tal vez la "guerra de las religiones". Nada se puede excluir. O es posible también el crash of civilizations, el descalabro de la civilización en ese sentido.

Es decir, la lucha por intereses y recursos, de los poderosos con los débiles, de los ricos contra los pobres. O, de acuerdo con la perspectiva de cada uno, la desesperada lucha de los débiles por sobrevivir con los medios de los débiles: el terror. Los crímenes de Nueva York y Washington son siempre una advertencia, tal vez la última. Muestran de qué son capaces los hombres. Y demuestran sin tapujos la vulnerabilidad de los ricos y poderosos.

No hay otra salida, nos dice el documento, hay que comenzar ya mismo a construir un nuevo orden del mundo. Que no se a va lograr llenando de bombas Afganitán.

ŤArtículo publicado en el diario argentino Página 12

ŤŤHistoriador y periodista argentino. Autor de Los anarquistas expropiadores