LUNES Ť 29 Ť OCTUBRE Ť 2001
TOROS
Ť Insistente ejecución del teléfono a la jineta, bajo el patrocinio de Telmex
Desangelado triunfo de Hermoso de Mendoza en la inaugural de la México
Ť Decorosa confirmación de Casasola Ť Tres ganaderías, seis mansos Ť Eloy o el ayer
LUMBRERA CHICO
Para inaugurar la temporada menos chica 2001-Ƒ2002?, Rafael Herrerías contrató al mejor torero a caballo de todos los tiempos y le puso en el centro del ruedo una mesa colmada de carne fresca, pero inerte como todas las mesas del mundo. Pablo Hermoso de Mendoza se dedicó, en consecuencia, a clavar palitos de tamaños y colores diversos en el centro del triste mueble, deleitando a la clientela con una más de sus prodigiosas exhibiciones ecuestres.
El esperado retorno del jinete navarro al coso que algún día fuera el más importante de América, se convirtió en un espectáculo de rodeo con un solo cowboy, o en una función de circo ruso protagonizada por la rara mezcla del cosaco vascuence y sus ya legendarios corceles, Chicuelo, Cagancho, Azteca y Danubio.
Para completar el elenco, Herrerías trajo a un anciano deprimido (Eloy Cavazos) y a un muchachito entusiasta, y combinó todo con un encierro parchado como el hábito de un franciscano, en el que cuatro reses de José Garfias, una de Vistahermosa y una de Bernaldo de Quirós compitieron por el título de la más execrable.
Corrida mixta con dos peatones y un centauro, el supuesto banquete siguió un orden absurdo: primero el postre (Casasola), después la sopa, que además estaba fría (Cavazos), luego los aperitivos (Hermoso), luego el soufflé de ratón (Cavazos, como siempre), luego el plato fuerte (Hermoso), y por último, lo que tenía al fin cierta lógica, el recalentado (de Casasola, claro está).
Por eso, cuando el sensacional caballista actuó por segunda vez, la gente se sentía harta y no reaccionó sino en el tercio final de la lidia, cuando el último fenómeno de los ruedos repitió la suerte del teléfono a la jineta, que había ensayado con más brillo ante su primer enemigo, en un alarde extraordinario de poderío y saber, pero determinado quizá por el hecho de que el emblema de Telmex se anunciaba en las banderolas de sus rejones de castigo.
Proezas renovadas
Tercero de la tarde saltó al ruedo Moro, un negro zaino de 535 kilos del hierro de Vistahermosa, que demoró un buen rato en advertir la presencia de la cabalgadura. El hechizo comenzó cuando, con un cite al quiebro, Hermoso le clavó el primer rejón de castigo. Y entonces despertó el bicho.
Viéndolo tan medido de fuerzas, el navarro le asestó el equivalente de un segundo puyazo y cambió de caballo. Volvió montado en Cagancho, que sigue siendo un señorón, y colgó cuatro banderillas largas, en ejecuciones más o menos pulcras pero condimentadas por las florituras del bellísimo equino, transformado en capote de brega que galopaba de perfil llevando al astado cosido a los ijares, con el temple y la gracia que todos ya conocemos pero que no por ello resulta menos admirable.
Tras una nueva sustitución de montura, clavó las cortas y enloqueció a la parroquia al hacer el teléfono sobre el testuz del dócil y agotado morito, al que mató de un rejonazo contrario, para recibir el obsequio de las dos orejas entre el delirio de los pañuelos. En su segundo turno, ante un público indigesto, no pudo sino ir y venir en torno de Soñador, de la ganadería de Bernaldo, con 529, que era la más clara representación de una mesa de centro. Después de pincharlo con la hoja de peral y poncharlo con el bajonazo típico, echó pie a tierra para intentar el descabello pero el animal rodó por la arena con un pulmón destrozado. El público, generoso, lo sacó a saludar al tercio.
Del joven Casasola, que confirmó su alternativa ante el abridor Bigotón, de 527, hay que destacar su valentía y su sentido del temple, lo que no basta para cuajar una obra que se pretende artística y en la que nunca intervino la creatividad. Con Espartano, el cerrador, de 516, que según el ganadero tenía cuatro años y diez meses de edad, que desde luego no se le veían en la lámina, Casasola volvió a lucir empeñoso y pudiente, pero nada más. Y como lo despachó con tres cuartos de acero en buen sitio, y como el juez Manuel Gameros no estaba para hacer cumplir la ley sino el caldo gordo de la empresa, le regaló una orejita que no pasará a la posteridad.
De Cavazos, por piedad, esta crónica prefiere guardar silencio.