Ť La primera transitó del ritmo al lamento; la segunda provocó un largo "yeah"
Cesaria, voz de embrujo; Sistá, liturgia del blues, en el Zócalo capitalino
Ť Ambas con su arte calentaron la fría tarde-noche de ayer Ť De las bocinas, cantos de morna, coladeira, fado, gospel y orgía melódica Ť La caboverdiana, mañana estará en Xochimilco
JAIME WHALEY
Con cadencia de mar en calma, pero con movimientos, a ratos enaltecedores, Cesaria Evora, la Diva de los pies descalzos, embrujó a una abigarrada multitud en la plancha del Zócalo capitalino.
Poco importó el frío que caló duro o las irónicas dudas de la encargada de prensa del Instituto de Cultura de la Ciudad de México, organismo que auspició la rica audición, sobre si los reporteros eran del periódico al que decían pertenecer y en qué sección escribían. Cesaria calentó con su vasto repertorio el ambiente e hizo olvidar los deslices de una amateur.
La morna y la coladeira, esas músicas de Cabo Verde, invadieron paulatinamente, tal como lo hizo el público, el amplio espació del centro para poner a los asistentes a moverse con los tonos cercanos al fado portugués y semejantes, también, a la samba brasileña.
Cesaria, figura pequeña, redonda como su cara de gran sonrisa, vestida toda de negro, con pulseras y pendientes de oro y ahora con zapatos, virtió por cerca de 90 minutos su categoría con el excelente respaldo de una oncena de músicos tanto caboverdianos como cubanos y así, despacito, se hizo la dueña de los sentimientos de los ahí presentes y de otro numeroso público que, seguramente, siguió el festejo por las frecuencias de Radio Educación, desde el amodorramiento hogareño, café y, por qué no, tequila, en la mesita de al lado.
Sodade
Sao Vicente de Longo abre la actuación de Cesaria que ya llega hasta el micrófono con una carrerita y de ahí pa'l real, dirían los camperos; se sigue con Sodade y ya la ola humana empieza a desperesarse con Flor di unha esperanca y ya adquiere prominencia el piano con Miss perfumado, nombre, por cierto, de uno de sus discos que allá en Francia, país donde esta diva se dio a conocer internacionalmente, le produjo ventas, dicen, de 200 mil copias.
Y Cesaria transita de las rítmicas a las de lamento, que de ninguna manera son lamentables, y el grito-demanda de uno de los filarmónicos cubanos es "hacer barullo" y, pues, sí, claro, el respetable accede presto a ello y la Cesaria que ni se mueve, firme en su sitio, micrófono en mano; sólo resalta su perfecta sonrisa al final de cada interpretación y ahora presenta a sus acompañantes, todo esto estrictamente en creole, su lengua nativa. Saca ahora un cigarrillo, lo enciende y lo fuma pausadamente y luego, con el único fondo del piano, entona Nhantone y anguna, a noy, soja, es algo que corean dos adolescentes en la primera fila, ansiado lugar, no tanto por la visión de privilegio, sino por lo protegido del vientecillo polar que se paseó por el rumbo.
Y Angola tiene tintes de rag de Joplin, de Scott, por supuesto, y va ahora con Pic-Nic en la mayor y al ratito ya Cesaria se despide: chao, exclama, pero antes de enfilar a la escalerilla se voltea y recoge su cajetilla de Marlboro, pero imposible de irse sin los obsequios. Brotan ante la insistencia de las palmas Bésame mucho, adecuada para el frío, y la pegajosa Nutridinha.
Y ahora no queda más que la compra de un disco, el más reciente Café Atlántico o apersonarse en Xochimilco, el día 30 de este octubre, en el Foro Quetzalcóatl, donde a las 5 de la tarde por ahí andará esta mujer.
Buen blues
Por la tarde, Mónica, a quien sus fans y el mundo conocen mejor como Sistá, un apócope de hermana, se convirtió en la gran sacerdotiza en el lugar donde hubo alguna vez el Templo Mayor e impartió la liturgia del blues, del buen blues, ante los blueseros capitalinos.
Sistá es monumental, pero no tanto como su talento. Un vozarrón que, a poco, ni falta hace el micrófono. Are you having a good time? inquirió insistente la hermanota. "Yeahhhh", fue la respuesta coreada y a darle al baile que a eso vinimos, y la humanidad brinca y brinca mientras la oriunda de Indiana recuerda que es su segunda vez en estas tierras que le gustan un chingo, así es, y ella gusta por igual o más a todos estos extásicos bailadores que nada más fueron a echar un taco por ahí y regresaron para el colofón de esta orgía melódica.
Sistá proclama la paz, les desea amor a todos y espera que el mundo viva en armonía y ya, con el escenario apagado, se revienta un gospel, Motherless child (Una hija sin madre), que todos en espléndido silencio escuchan. Emocionada la hermana de todas y todos hace saber que los que estamos del escenario para allá somos su familia y que para nosotros escribe sus canciones y esto lo hace aquí y en todos las partes del mundo en que se ha parado a compartir su genio.
Mónica presenta a sus músicos: Noel, un filipino en el sax; Lee Neal, un tipo que aporrea la Yamaha de nueve piezas con maestría; Sam Varela, de Piedras Negras, Coahuila, en la guitarra; el grandote Artis Joyce, en el bajo, y el italo Danny Becancini, en el piano, "además de mí, Mónica", que mueve el pandero. Viene un abrazo quiebrahuesos para Raulito de la Rosa, el encargado de esta presentación y el regalo de discos en envío aéreo, y la sacerdotiza se echa todavía más al público cuando va hacia una silla, toma una cámara y da machetazo a caballo de espadas; empieza a disparar de cara a la plaza, clic, clic, clic, y es el summum del acto.