LUNES 29 DE OCTUBRE DE 2001
Uzbekistán, tradición y modernidad
Pese a décadas de dominio ruso y a la influencia extranjera, las bodas arregladas continúan siendo práctica generalizada en la ciudad de Tashkent
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Tashkent, 28 de octubre. Punto de encuentro entre Oriente y Occidente, en esta capital de Uzbekistán coexisten y a veces chocan dos formas distintas de entender la vida. La religión juega un papel importante, pero no lo es todo. Durante los decenios en que Uzbekistán formó parte de la Unión Soviética la influencia rusa modificó hábitos y costumbres, sin lograr que la población rompiera del todo con los usos feudales de sus ancestros.
De unos años para acá se debate entre dos tendencias: la de privilegiar las tradiciones propias y la de asimilar una cada vez mayor penetración foránea. En el colmo de la ironía, entendida aquí como signo de dudosa modernidad, el lugar que prefieren los jóvenes uzbekos para divertirse es conocido como "Broadway". Es una pequeña zona peatonal, en pleno centro de esta capital, cuyo principal atractivo se reduce a unos puestos que ofrecen discos compactos con música de rock y películas holywoodenses en video, todo pirateado.
En los alrededores del Broadway uzbeko hay tiendas de lujo de marcas internacionales, así como restaurantes y cafés que, en lugar del carnero en sus múltiples variantes, prometen a los que pueden permitirse el lujo de pagar platos con real american flavor.
Es un sitio de ligue por antonomasia, a juzgar por las minifalderas, muchas pero no todas con rasgos eslavos (hay todavía un millón de rusos en Uzbekistán), que son devoradas con los ojos por los jóvenes uzbekos y uno que otro extranjero que anda por acá. También se pueden ver acarameladas parejas que ostentan la felicidad de estar juntos, sin importarles lo que pueda pensar la gente. Como en cualquier lado, aun en contra de sus familiares, si ella o él no es uzbeko, ellos mismos deciden su futuro.
La vida en el interior
En el interior del país es muy diferente y entre los uzbekos predominan las bodas tradicionales, en las que los padres del novio escogen a su futura esposa. En Tashkent, ciudad de más de 2 millones de habitantes, los matrimonios arreglados son cada vez más frecuentes y, a pesar de que la mujer uzbeka tiene amplio acceso a estudios universitarios y muchas trabajan, alcanzan ya poco más de 60 por ciento del total de bodas.
Iroda, guapa muchacha de 20 años que estudia para contadora pública y trabaja en un hotel, antes de contraer matrimonio este domingo apenas había salido tres veces con su novio, Dilshot, joven de 23 años que estudia ingeniería.
Por medio de amigos comunes, los padres de Dilshot, en plena búsqueda de nueras potenciales, se enteraron de que Iroda era una digna aspirante y realizaron la ceremonia del souché o visita para conocer a la novia. Tras recibir a los interesados, los padres de Iroda aceptaron que los futuros novios se vieran. A veces sucede que los jóvenes se conocen antes y el novio pide a sus padres que realicen el souché. En este caso, también muy común, no fue así.
Iroda y Dilshot salieron acompañados siempre por un representante de cada familia: la primera vez con las respectivas madres y luego con los hermanos de ambos. Fueron a un parque, al cine y a comer un helado. En esta tercera ocasión se produjo el momento culminante de la incipiente relación: Dilshot le regaló a Iroda un ramo de flores, una caja de chocolates y un corte de tela de algodón fino. Iroda aceptó los regalos, en señal de que estaba de acuerdo en contraer matrimonio. Rechazarlos hubiera supuesto que ahí terminaba la relación entre ambos.
Felices con la buena nueva, los padres del novio acordaron con sus futuros consuegros una fecha para cumplir el ritual de la potajá: una visita a la casa de su futura nuera, sin el hijo, que se convierte en la segunda prueba decisiva antes de fijar fecha para la boda. Si el padre de la novia no hubiera partido el patir que llevan, un pan grande, querría decir que cambió de opinión (ello sucede rara vez, normalmente cuando obtiene información que le hace pensar que el novio no es un buen candidato para su hija).
Compartido el pan, los padres de Dilshot entregaron un collar para Iroda y ahí mismo se fijó la fecha para la boda, un mes después. Durante ese lapso los novios no se vieron. Tampoco durante la ceremonia del toe, un día antes de la boda, cuando de parte del novio llevaron a casa de la novia un camión de alimentos y regalos.
Según cuenta un tío de Iroda, ayer sábado se colocó una mesa larga junto a la entrada de su casa, donde se sentaron los hombres de mayor edad de la familia de la novia, para presidir el auténtico desfile: como se acostumbra, el primero que entró fue un borrego, que más tarde sería sacrificado en el patio de la casa, para el monumental plov que se ofreció este domingo para 500 invitados, todos hombres, de parte de la novia y el novio.
También descargaron varios sacos de arroz, zanahoria, papas, harina, azúcar, sal, botellones de aceite y otros comestibles para la familia de la novia, así como regalos diversos para sus numerosos miembros: camisas, pantalones, cortes de tela, lociones y un largo etcétera. Los padres de la novia, a su vez, mandaron con el mismo camión sus regalos para los familiares del novio, y varios platos de comida casera.
Sobre las dos de la tarde de este domingo, formados en fila en la calle, los hombres de la casa de Iroda recibieron una delegación de hombres de parte del novio. Encabezaba el grupo el más anciano, seguido del padre de Dilshot.
Comido el plov por turnos en el patio de la casa, servido en platones para dos, que se comparte con la persona que toca en suerte tener sentada al lado, y tras haber tomado unas ocho tazas de té verde, los representantes del novio se retiran. Antes de hacerlo, el más anciano y el padre del novio, fueron enfundados en plena calle con un chapán y una tiubiteika, la bata y el gorro tradicional uzbekos, en señal de hermandad, rodeados por los familiares de él y ella.
Hacia las cinco de la tarde, el irrepetible sonido de los instrumentos de viento uzbekos anunció la llegada del novio con un grupo de 60 amigos a comerse el resto del plov. Dilshot estuvo unos 30 minutos, y hora y media después Iroda comenzó a despedirse de sus familiares, momentos antes de salir para el registro civil.
Por tradición, la novia se despide de todos y siempre deja para el último al padre, quien a partir de ese momento cede todos sus derechos sobre su hija al inminente esposo. Por eso, sólo la madre asiste al registro civil, mientras los padres, embargados por la pena, se quedan en casa, acompañados sólo por un reducido grupo de amigos. Lloran y beben juntos.
La tradición
Al concluir la ceremonia en el registro civil, Iroda y Dilshot se encerraron en una habitación con un mullah, sacerdote islámico, con un testigo por cada lado, que los casó por la iglesia.
De ahí, se dirigieron los recién casados a un restaurante, donde los esperaban no menos de 300 familiares y amigos, ahora sí hombres y mujeres (no todos los hombres que van al plov son invitados por la noche). Comenzó un fiestón, amenizado por una orquesta de música estridente, y los brindis con vodka sustituyeron, por fin, el té verde, aunque también lo hubo en las mesas.
Iroda y Dilshot vivirán en casa de los padres de éste. Aquí no se practican los viajes de luna de miel y, para ellos, todavía queda una tercera prueba definitiva para ser considerados marido y mujer. Esta noche dormirán en una misma habitación, pero aún no podrán hacer el amor, conforme a la tradición. Un grupo de no más de 20 mujeres, de ambas familias, pasará la noche en una sala contigua, tomando té.
Por la mañana, muy temprano, Dilshot saldrá de la casa para reunirse con sus amigos y volverá sólo cuando oscurezca ya el lunes. A partir de ese momento, tendrá la oportunidad de consumar el acto sexual con su esposa, con el inconveniente de que las madres de ambos permanecerán toda la noche en la sala contigua, para atestiguar por la mañana que Iroda era virgen.
Si no fuera el caso, los padres de Dilshot pueden exigir un divorcio inmediato.
Así son las bodas tradicionales entre uzbekos. La gerente del hotel, Zulía, mujer uzbeka europeizada que viste atrevidos vestidos, no tiene ninguna duda de que Iroda y Dilshot llegarán a amarse y serán muy felices.
Pone de ejemplo su familia, de cuatro hermanas. Las tres primeras, incluida ella, se casaron por amor y fracasaron en su matrimonio. La menor fue la única cuya boda arreglaron sus padres y, según Zulía, es la más feliz de las cuatro.