LUNES Ť 29 Ť OCTUBRE Ť 2001

León Bendesky

Trampa

La reforma fiscal está metida en una trampa de la cual ahora sólo el Congreso podrá sacarla, y con eso hacerle un favor al presidente Fox. La trampa la puso el propio gobierno y así perdió la iniciativa para guiar lo que debería ser la marca más importante de su mandato. Decir esto de la reforma fiscal no es exagerado, puesto que la penuria de ingresos del gobierno es el asunto más importante de la administración de la economía mexicana y una medida necesaria para enfrentar el deficiente funcionamiento que ha tenido durante los últimos veinte añoos.

En ese periodo el producto sólo creció 2.74 por ciento en promedio anual, tasa sumamente baja frente a las enormes exigencias de gasto público para cubrir las necesidades sociales insatisfechas, la inversión en infraestructura y la ampliación de los márgenes de acción del gobierno. En ese escenario de lento crecimiento de largo plazo se han acumulado el desempleo y el subempleo, y los ingresos de los trabajadores en el sector formal de la economía siguen siendo muy bajos, ya que más de tres cuartas partes de ellos reciben como máximo hasta cinco salarios mínimos. De la pobreza ya se sabe su tamaño y la incapacidad de enfrentarla de modo efectivo. En una visión completa del desempeño económico, estos resultados deben contraponerse con la perspectiva más sesgada que comúnmente destaca hechos, también reales, como el fuerte aumento de las exportaciones o el más reciente periodo de estabilidad surgido después de la crisis de 1995. Pero la resistencia de la economía es muy poca y éste ha sido un año de expectativas rápidamente decrecientes, como indica el hecho que se proyecta un crecimiento anual del producto nulo o incluso negativo. Sólo con un horizonte más largo de atención hacia atrás podrá proyectarse de modo más consistente la política económica para el crecimiento.

Pero esa visión alternativa exige una perspectiva económica y política muy distinta a la que se ha impuesto durante ya muchos años y que el gobierno actual sigue al pie de la letra. En México se sigue haciendo la política fiscal como si ya se hubiese logrado el ajuste verdadero de las finanzas públicas. Pero ésa es una ilusión a la que debe ponerse fin de una vez por todas para dejar de arrastrar unas cargas financieras insostenibles y que, por supuesto, no van a desaparecer por sí solas con el paso del tiempo. El déficit fiscal calculado de manera tradicional (ingresos menos gastos presupuestales) equivale a una proporción entre 0.5 por ciento y uno por ciento del producto. Pero a principios de año Hacienda dio a conocer lo que técnicamente llama los requerimientos financieros del sector público que incluyen otros rubros que demandan recursos y, entonces el déficit alcanza un nivel superior a 3 por ciento del producto. Ahí no acaba la cuenta, y ahora, poco a poco, se van filtrando los datos acerca de la situación de los fondos de pensiones de los trabajadores y de la penuria del sistema de la banca de desarrollo, lo que tendrá un impacto adverso en las finanzas públicas y, entonces, el déficit podría llegar a 5 por ciento o 6 por ciento del producto. Y todavía faltará añadir las deudas de muchos gobiernos estatales.

Pero todos estos datos ya se tenían a la mano desde que el gobierno tomó posesión en diciembre de 2000, y llama la atención que no se acabe de establecer el tamaño del agujero fiscal no sólo para haber propuesto una reforma que atendiera a esa situación frontalmente, sino que incluso esto ocurre en el momento en que el Ejecutivo debe presentar el proyecto de Presupuesto Federal al Congreso. Poner fin a la ilusión fiscal y actuar en consecuencia es responsabilidad impostergable del gobierno y ahí puede estar el eje de un cambio verdadero como el que prometió el presidente Fox. El 2 de julio ya pasó hace mucho y no se puede seguir vendiendo el discurso de la transición, ésta requiere de acciones que son sin duda impopulares, y hasta ahora parece que no se quieren realizar. El verdadero ajuste fiscal sólo puede ser efectivo en la medida en que el gobierno opere con un bajo déficit, pero que al mismo tiempo tenga suficientes recursos para ejercer el gasto público de manera suficiente. Eso no ocurre en México y es una tara evidente de la reforma económica que tanto se ha pregonado desde 1985.

La trampa fiscal se manifiesta en el hecho que nadie niega que se tenga que hacer una reforma profunda de las finanzas públicas, empezando por los impuestos, siguiendo con el sector energético y cerrando el círculo con la política de gasto. Sin embargo, el gobierno sigue amenazando con que si no hay reforma la economía no podrá crecer, y en ese asunto han salido a su auxilio el Fondo Monetario Internacional para repetir lo mismo y hasta el premio Nobel Mundell lo ha dicho recientemente en conferencias públicas. Lo que esté en disputa no es la necesidad de la reforma, sino su contenido. Eso es lo que hay que debatir. En ese terreno Hacienda falló en su propuesta, al centrarla en la recaudación del IVA, perdiendo ingresos por concepto del impuesto sobre la renta, negándose a ampliar la base de tributación mediante la acumulación de todas las fuentes de ingresos de las personas y separando de modo más eficaz desde el punto de vista tributario las transacciones de las empresas y de las personas físicas. La reforma propuesta por el gobierno captaría adicionalmente, según sus propios cálculos, un poco menos del equivalente a 2 por ciento del producto, lo que sería insuficiente para cubrir los requerimientos financieros que están aún muy subvaluados. No alcanza y, por eso está entrampada. En eso reside el conflicto de la reforma y no debe haber espacio técnico ni político para desviar de ello la atención.

ƑPodrá el Congreso sacar la reforma fiscal de la trampa? No es fácil dar una respuesta afirmativa. Pero en todo caso lo que es cierto es que los legisladores tienen ahora la oportunidad de iniciar un periodo que va a ser largo y que tiene que administrarse de manera consistente para sanear de modo efectivo las finanzas públicas.