lunes Ť 29 Ť octubre Ť 2001
Carlos Fazio
Digna Ochoa y el terror real
Fue un crimen político ejecutado por profesionales, a sangre fría. Con el sello de los escuadrones de la muerte. Del terrorismo de Estado. "Pros, hijos de puta, si siguen así, a ustedes también les va a tocar. Conste que bajo advertencia no hay engaño", señala el mensaje dejado por los victimarios de Digna Ochoa. Una cruz rubricaba la amenaza.
Digna presentía la muerte. Y serena, no sin miedo, la aguardaba. No la deseaba, por supuesto. Pero conocía los riesgos de su vocación y profesión. El costo posible de defender a los pobres en un país sin ley. Sin estado de derecho. En un país dominado por cínicos, corruptos y canallas. Por transas y coptadores. Arribistas y farsantes. De tránsfugas y equilibristas. Impunes y mafiosos. Posibilistas y charlatanes. Demagogos y guerreristas. El México del "cambio". El del "bono democrático" y "la vigencia de los derechos humanos". El de la transición conservadora; hacia la extrema derecha. El México de los empresarios que administra de manera gerencial Vicente Fox.
La mano que disparó el arma que ejecutó a Digna Ochoa fue la de un profesional. Fue un crimen político, el primero del sexenio foxista. Tiene todos los rasgos del terrorismo de Estado. Igual que las matanzas de Acteal, Aguas Blancas, El Bosque y El Charco. Que las ejecuciones en la colonia Buenos Aires. En eso también hay puro continuismo. El terrorismo de Estado no es un instrumento contingente al que se apela para reforzar la coacción que se ejerce públicamente a través del conjunto de los órganos represivos estatales. Forma parte de una nueva filosofía de Estado. Una filosofía que aparece cuando la normatividad pública, impuesta por los que mandan, es incapaz de defender el orden social capitalista y contrarrestar con eficacia necesaria la contestación social. Por ende, debe incorporarse una actividad permanente y paralela del Estado mediante una doble faz de actuación de sus aparatos coercitivos: una pública y sometida a las leyes (que en México tampoco se cumple) y otra clandestina, al margen de toda legalidad formal. Es un modelo de Estado público y clandestino.
Como un Jano bifronte. Con un doble campo de actuación, que adquiere modos clandestinos estructurales e incorpora "formas no convencionales de lucha". Un instrumento clave del Estado clandestino es el terror como método. El crimen y el terror. Se trata de una concepción arbitraria, pero no absurda. Responde a una necesidad imperiosa del imperialismo (hoy "globalizado") y de las clases dominantes. Aparece cuando el control discrecional de la coerción y la subordinación de la sociedad civil ya no resultan eficaces. Cuando el modelo de control tradicional se agota y el sistema necesita una reconversión. No tiene nada que ver con "fuerzas oscuras", enquistadas "en los sótanos del viejo sistema autoritario". Tampoco con "grupos de incontrolados" u "ovejas negras" del Ejército o la policía. Ni con "ajustes de cuentas desestabilizadores" entre bloques del poder o al interior de grupos subversivos. Tiene que ver, fundamentalmente, con la reconversión del modelo de concentración del capital monopólico y la imposición de políticas de transformación del aparato productivo acorde con la nueva división internacional del trabajo. Con un modelo que implica altísimas cotas de desocupación, pérdida del valor del trabajo, desaparición de la pequeña y mediana empresa industrial y agraria. Con la imposición de leyes en materia indígena a favor de los latifundistas y las corporaciones trasnacionales. Con un destino de país maquilador. Pero también es una respuesta al ascenso de las luchas políticas y reivindicativas de las masas populares. A la protesta de los de abajo.
Frente a la resistencia y la contestación, los oligarcas necesitan una adecuación del Estado represivo. Entonces aparece el terror como fuerza disuasoria. La otra faz del Estado, la clandestina. La que recurre a fuerzas paramilitares. A los escuadrones de la muerte. A los grupos de autodefensa y los sicarios. A la guerra sucia. A los fantasmas sin rastro que ejecutan operaciones encubiertas de los servicios de inteligencia del Estado. A fuerzas anónimas que gozan de irrestricta impunidad fáctica y jurídica, amparadas por un poder judicial cómplice y temeroso. Aparece la otra cara de un Estado que construye su poder militarizando la sociedad y desarticulándola mediante el miedo y el horror real. De manera selectiva o masiva, según las circunstancias. Pero siempre con efectos expansivos. Haciéndole sentir al conjunto de las estructuras sociales que ese terror puede alcanzarlas. El viejo "método de la cadena", "de la periferia al centro organizativo". La cara oculta de un Estado que hace un uso sistemático, calculado y racional de la violencia, de acuerdo con una concepción y una ideología que se enseña en las academias militares. Que forma parte de la doctrina de contrainsurgencia. De la guerra sicológica que experimentó Estados Unidos en Vietnam, cuando la operación ojo negro desplegada por escuadrones clandestinos puso en práctica la fórmula: contraguerrilla = demagogia + terror. Después vendrían la Mano Blanca guatemalteca, la Triple A argentina, el Comando Caza Tupamaros, de Uruguay, y muchos más. Métodos: cartas y llamadas telefónicas anónimas, una cruz de advertencia en sus mensajes escritos, el secuestro, la tortura. El tiro en la nuca. O en la sien, como a Digna Ochoa.
Fue el suyo un crimen político ejecutado por profesionales. Con el sello del terrorismo de Estado, en el gobierno del cambio. Vivimos tiempos de canallas. Hoy, más que nunca, es preciso hacer política. Pero política de enérgica y firme oposición. Y política de oposición no significa ni transar ni olvidar; implica condena. Y requiere conciencia, acción y confianza en las propias fuerzas. Dejémonos, pues, de imaginar conciliaciones imposibles y no olvidemos. Los pueblos que olvidan o ignoran la historia están condenados a repetirla.