Eduardo Galeano
El cacao
El chocolate estaba prohibido a los mortales. La espumosa bebida era deleite de los dioses, y sólo de ellos, hasta que uno de ellos los traicionó.
Quetzalcóatl bajó desde los cielos y se vino a vivir con los toltecas, gente sufrida que se mataba trabajando. Fue él quien les regaló esa alegría: en la barba les trajo, escondidas, las cuatro semillas del cacao, que había robado a sus hermanos. Y fue adorado por los toltecas, que en el trono lo sentaron y alzaron un gran templo, en la ciudad de Tula, para darle casa.
Cuando los dioses vieron que los toltecas bebían chocolate, enviaron al dios de la noche en misión de venganza. El dios de la noche se deslizó a la tierra por un largo hilo de araña, se disfrazó de mercader, se hizo amigo de Quetzalcóatl y lo emborrachó con pulque. Y los súbditos del rey de los toltecas vieron las ridiculeces que hizo y escucharon las estupideces que dijo.
Quetzalcóatl despertó con tremenda cruda, boca sin saliva, cabeza de tambor. Humillado, se fue. Marchó caminando hacia la mar lejana, y allá se perdió.