DOMINGO Ť 28 Ť OCTUBRE Ť 2001
Angeles González Gamio
Grato recuerdo
Una de las calles más gratas y hermosas de Coyoacán es la llamada Francisco Sosa. Sin embargo, como suele suceder con la mayoría de los nombres de las arterias de la ciudad que se refieren a alguna persona, pocos conocemos los méritos que llevaron a que se le rindiera ese homenaje, aunque dicho sea de paso, se han dado muchos casos de sujetos que bautizan vías sin más merecimiento que haber tenido un cargo político.
El personaje tema de esta crónica sí lo amerita; don Francisco nació en la ciudad de Campeche en 1848. Siendo adolescente se trasladó con su familia a Mérida, en el vecino estado de Yucatán. En ese lugar estudió filosofía y jurisprudencia, y siendo muy joven se dedicó a las letras y el periodismo. A los 14 años publicó su primer poema, en el periódico La Esperanza. A lo largo de su vida -falleció en 1925- colaboró en diversas publicaciones, tanto en Mérida como en la ciudad de México, donde llegó a vivir en 1868, afiliándose al Partido Liberal. Aquí fundó con Vicente Riva Palacio el periódico El Radical. Se especializó en el trabajo biográfico, escribiendo cinco obras importantes y otros libros, entre los que sobresalen dos tomos de Efemérides históricas y biográficas, y una colección de sonetos titulada Recuerdos. Fue director de la Biblioteca Nacional, diputado al Congreso de la Unión y miembro de la Real Academia Española de la Lengua.
También fue relevante su labor como periodista, dejando una serie de sabrosas crónicas que nos permiten recrear la vida de la ciudad de México en el siglo XIX. Hoy es ocasión propicia para transcribir la que escribió con motivo de los días de Muertos, en 1880, en El Nacional, "periódico de política, literatura, ciencias, artes, industria, agricultura, minería y comercio":
"Hacía muchos días que todo me anunciaba la llegada de esta fiesta. Junto a las cadenas, en el espacioso atrio de la Catedral, no se veía otra cosa que vendedores de juguetes representando túmulos, comitivas fúnebres, esqueletos, calaveras y demás atributos de la muerte... No menos curioso es el espectáculo que ofrecen los jacalones o tiendas improvisadas en el Zócalo, donde se expenden las calaveras y canillas del dulce favorito de la temporada; y allí se ven también los voluminosos vasos de pulque de diversos colores, descansando entre las flores de la estación.
"Desde que se aproxima la fiesta de los muertos, los teatros de segundo y tercer orden se encuentran en las tardes y en las noches invadidos por una concurrencia numerosísima que acude a las funciones de títeres o de comedias y zarzuelas representadas por pésimas compañías de aficionados; es tal la costumbre que existe en México de concurrir a los títeres en estos días, que allí se encuentra a personas de gran ilustración, de elevada posición social y aun de años avanzados.
"Los cementerios son el punto en el que se reúnen millares de personas de todos sexos, edades y condiciones, que se van renovando continuamente. Las tumbas se encuentran, en lo general, adornadas
de guirnaldas de flores amarillas y lazos de crespón. Algunas ostentan los retratos
de las personas que en ellas descansan y aquí y allí arden grandes hachones de cera, frente a los sepulcros de los deudos de algunos que pueden gastar en ese lujo".
Esta última costumbre continúa viva, por lo que esta escena que nos describe don Francisco Sosa la veremos los próximos días en los cementerios de todo el país; igual que desde hace días se anuncia la llegada de estas fechas con los "panes de muerto" decorados con deleitosos "huesos", y las calaveras de azúcar y chocolate que aparecen en panaderías y, como dicen los anuncios, en "tiendas de autoservicio".
En los últimos años ha tomado auge la colocación de altares de muertos en espacios públicos. El del Claustro de Sor Juana, que elabora cada año la pintora Laura Arellano, se ha vuelto esencial en las visitas a estas ofrendas de gran tradición, ya que suelen ser auténticas obras de arte, con decenas de elementos, además, desde luego, de las flores de cempoatlxóchitl, monjas coronadas, espejos, velas, esferas y calaveras de azúcar, ya que cada una tiene un significado particular. El sitio en el que se presenta no podía ser mejor: el antiguo templo del convento de las jerónimas, donde vivió y murió la extraordinaria poetisa que ahora da nombre a la universidad que lo ocupa.
Esta visita hay que complementarla con la degustación de platillos de la temporada; el lugar adecuado: la Hostería de Santo Domingo, en Belisario Domínguez 72, que como es su costumbre, coloca una simpática escena con calacas tamaño natural, que escoltan una colorida ofrenda. Menú: la clásica enfrijolada, que aquí es una suculenta sopa de tortilla; esenciales los romeritos con tortas de camarón, y el broche: calabaza en tacha.
cronmex @ prodigy.net.mx