SABADO Ť 27 Ť OCTUBRE Ť 2001

Alberto Enríquez del Valle

La abogada más digna

Tuve el gran honor de conocerla gracias a mis amigos Gilberto López y Rivas y Jorge Luis Sierra. De carácter afable y trato amable, Digna Ochoa y Plácido se convertía en un ente indomable al momento de litigar. Siempre con argumentos firmes, claros y sustentables que no pocas ocasiones pusieron a temblar a los esbirros del Estado, mismos que fueron los culpables de su muerte con la estúpida intención de silenciarla.

Lo que las mentes enanas de esos cobardes no saben es que si bien Digna Ochoa en vida colocó en entredicho la impartición de justicia que se realiza en este país, y denunció abierta y valientemente la participación de servidores públicos en actos de violación a los derechos humanos, su muerte será el flagelo que nunca los dejará vivir tranquilos y reafirma los ideales y argumentos de su lucha.

Jamás podré olvidar la ocasión en que la conocí, junto con Edgar Cortez, en el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez. En esos días de marzo de 1999, el entonces procurador de Justicia Militar y actual procurador general de la República, Rafael Macedo de la Concha, se obstinaba en meterme a la cárcel por haber organizado lo que yo llamo el más honorable desfile militar que ha tenido México. Después de que narré a Digna cuál era mi situación y le informé que la Procuraduría Militar había abierto una averiguación previa en mi contra en la Procuraduría General de la República (PGR) por los delitos de sedición, conspiración para cometer sedición y no sé cuántos otros argumentos falsos, ella me dijo que el Centro Pro, por su conducto, tomaría el caso y realizaría mi defensa.

Previo a mi entrevista con Digna, yo ya había visitado un buen número de organizaciones no gubernamentales y personas que se dicen "defensoras de derechos humanos", todos(as) me dieron la vuelta; sabían que se trataba de enfrentar a la institución más poderosa e impune de este país. Digna Ochoa y el Centro Pro Juárez fueron la única excepción.

Al estar preparando la estrategia para mi defensa, le pregunté a Digna si no tenía miedo de defenderme, ella me contestó que por supuesto que tenía miedo, pero que sus principios le daban el valor suficiente para superarlo. Me dijo que no me preocupara, que las amenazas de muerte y hostigamiento se habían convertido en pan de cada día para ella y todos los integrantes del Centro Pro Juárez.

El día que comparecimos ante el agente del Ministerio Público en la PGR, Digna sufrió una transformación que me dejó impresionado. Aquella mujer de carácter suave y voz aterciopelada se plantó ante el servidor público como un titán, su voz esgrimía argumentos en un tono sumamente acentuado y decisivo, y sus ojos nunca dejaron de posarse sobre los del Ministerio Público, a quienes terminó por intimidar con su personalidad. Los resultados de su ayuda hacia mi persona fueron infalibles. Macedo de la Concha no pudo cumplir con su títere misión de encarcelarme y el Ministerio Público no tuvo más argumentos para volver a citarme a comparecer.

En el ejercicio de su vida profesional, Digna Ochoa no sólo recibió amenazas de muerte para intimidarla: en julio de 1999 fue secuestrada. En agosto del mismo año fue asaltada en el interior de su domicilio particular por sujetos que le cuestionaron sobre asuntos de seguridad nacional; en esa ocasión Digna se salvó de la muerte, ya que la dejaron amarrada junto a un cilindro de gas abierto, pero pudo zafarse de sus ataduras.

A pesar de que Digna e integrantes del Centro Pro denunciaron ante autoridades judiciales los hechos de amenazas, hostigamiento, secuestro y tortura, jamás hubo respuesta concreta al respecto. Los lamentables resultados están a la vista.

Las líneas que se abrirán para investigar su muerte podrán ser varias, pero estoy seguro de que todas, o un porcentaje mayor de ellas, convergerán hacia una sola institución del gobierno federal.

También estoy seguro de que el artero asesinato de la abogada más digna de este país no será estéril. Este es un hecho que indigna a toda la sociedad civil de Méxoco, una nación donde los simuladores de defensa de los derechos humanos son premiados con puestos en la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) o creándoles cargos en el gabinete federal. Los verdaderos defensores de las garantías individuales son hostigados, encarcelados, amenazados y asesinados.