VIERNES Ť 26 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Es el patrimonio que nos dejaron y ahora nos toca defenderlo, afirman ejidatarios

La sangre de los abuelos no se vende, clamor en San Salvador Atenco

Ť Si nos quitan las tierras Ƒde qué vamos a vivir?, dicen afectados por el proyecto de aeropuerto

ANGEL BOLAÑOS SANCHEZ

atenco_ejido_3q3"ƑPor qué los de San Salvador Atenco fuimos los primeros que levantamos los machetes?", se pregunta Alfredo Rivas Medina, uno de los ejidatarios afectados por la expropiación de terrenos para la construcción del aeropuerto alterno de la ciudad de México en el valle de Texcoco. "Porque fueron las tierras que pelearon nuestros abuelos y nuestros padres. Es nuestro patrimonio y lo que le vamos a dejar a nuestros hijos. Ahora a nosotros nos toca defenderlas", se responde.

La dos parcelas que trabaja en las tierras ejidales de Espíritu Santo las heredó de su abuelo, Ventura Medina Islas, cuando tenía 18 años, y a ellas ha dedicado su vida; ahora tiene 43. "Por eso vamos a luchar -asegura- hasta que nos maten; por lo menos yo sí lo voy a hacer, y también mis hijos".

Hace dos meses comenzó a funcionar un pozo cuya construcción en las tablas de San Enrique inició hace casi cinco años con la cooperación de unos 90 ejidatarios, pero la obra beneficiará por lo menos el doble de parcelas. En la última temporada la cosecha estuvo "jodidona", comenta Alfredo Rivas, porque las lluvias llegaron tarde, y ahora que sus tierras son de riego las va a seguir trabajando, con todo y decreto. "No nos queremos ir. ƑO qué, me voy a robar y a matar para que me persiga (Arturo) Montiel (gobernador del estado) como a las ratas? ƑEso es lo que quiere?"

Jorge Cuapio Bautista, párroco de la iglesia del Divino Salvador, en la cabecera municipal, comenta que San Salvador Atenco es un pueblo cristiano donde la gente se respeta, pero está en un momento de confusión que les puede hacer perder esa virtud, y se pregunta si vale la pena perderla. Del otro lado, junto al palacio municipal, donde los ejidatarios instalaron su "comité de resistencia", una manta resume el sentir de la comunidad en estos momentos: "La sangre de los abuelos no se vende".

ƑY las garzas?

A cinco kilómetros de San Salvador Atenco, dentro del terreno expropiado para el proyecto del aeropuerto, hay una pequeña laguna rodeada de maleza donde cientos de garzas vuelan de un extremo a otro, y cuando los campesinos barbechan las parcelas buscan alimento entre la tierra recién removida.

Al frente, la escuela primaria Cuauhtémoc, de la colonia Francisco I. Madero, recibe diariamente a 80 estudiantes en tres aulas mixtas: 22 de primero y segundo grados en una; 31 de tercero y cuarto en otra, y 27 de quinto y sexto en la tercera. No hay escuela secundaria.

María Dolores Ortega, la maestra con más tiempo en la escuela, construida en 1971, advierte que hay un alto grado de desnutrición en muchos alumnos que, además, necesitan anteojos. La mayoría de ellos pertenece a familias de campesinos y tienen que apoyar a sus familias en las faenas del campo o el cuidado de los animales.

El nivel promedio de instrucción de los padres es de primaria no concluida, y para sostener a la familia trabajan en sus parcelas, realizan faenas a sueldo en otros ejidos o laboran de albañiles en los pueblos aledaños o en el Distrito Federal.

Hay muchas madres solteras, cuyos hijos, después de salir de la escuela, se quedan solos en sus casas, puesto que ellas salen también a trabajar en Texcoco o algún otro pueblo de costureras o empleadas domésticas. Muchas madres de familia de la colonia han ido a avisar que van a sacar a los niños de la escuela para llevarlos a otra parte, aunque no saben si sus casas están incluidas en el proyecto.

De todos modos hace falta una escuela nueva, porque los salones se están asentando, advierten Dolores Ortega y sus dos compañeras, Magdalena Flores y Flor Miranda; "es que el suelo ha de ser fangoso, porque los sismos se sienten muy fuertes", afirman, y como muestra piden a Mario, alumno de segundo grado, que coloque una pelota de goma en el piso, junto al escritorio. Al soltarla sin impulso alguno, se va rodando hasta el otro extremo, por el declive.

Desde la cancha de basquetbol de la escuela, Alvaro Leyva Alvarado mira el vuelo de las garzas y dice: "ƑNo que no hay aves? ƑY esas? han de decir que no son de aquí". Tiene 34 años y aun cuando atiende un negocio de tacos y tortas en San Salvador Atenco, advierte que no está dispuesto a cambiar por dinero la parcela que le heredó su abuelo. "Carajo, nos las quieren quitar nada más por sus pantalones".

En más de 10 mil metros cuadrados cosecha entre 5 y 6 toneladas de maíz. "La pura siembra, echar la semilla, nos cuesta como mil 500 o mil 800 pesos; con Procampo nos daban un apoyo de 800 pesos al año; le vendemos la cosecha al gobierno, pero la paga bien barato. Si vendo (la parcela), mis hijos me van a reclamar; van a decir: mi abuelo te dejó y tú no nos dejaste nada, agarraste el dinero".

Otros, aunque están dispuestos a defender sus tierras, tienen miedo, pues "nos pueden aventar al Ejército", advierte Rutilio Alvarez, de las tablas de Espíritu Santo, sin dejar de segar la alfalfa en su parcela. Se detiene un momento, y recargado en el mango de la hoz, reflexiona: "ƑQué es lo que vamos a hacer después nosotros? ƑDe qué vamos a vivir? Ahorita estamos viviendo del campo, pero si el gobierno dice 'te tumbo tu casa', Ƒqué vamos a defendernos, si es el mero dueño de la República?" Y se pregunta qué va a ser de las 36 sepulturas del cementerio ubicado en una de las tablas ejidales de Espíritu Santo, desde 1984.

Juan Alvarez Buendía, de 85 años, recuerda que alrededor de 1937 los de Atenco ganaron una primera contienda cuando quisieron expropiarles parte del ejido para construir la carretera que va hacia Santa Clara. Se hicieron los trazos, pero el proyecto nunca se realizó. Ahora no sabe lo que va pasar, aunque recuerda que lo que llaman su "revolución" comenzó hace menos de un mes, cuando pararon las máquinas de los ingenieros y las llevaron al palacio municipal; "ya no los dejaron trabajar". Atenco, dice, vive un momento de incertidumbre; los ejidatarios tienen muchas preguntas y pocas respuestas.