viernes Ť 26 Ť octubre Ť 2001

Gilberto López y Rivas

Digna

El pasado viernes 19 de octubre fue un día aciago para las fuerzas democráticas del país. El crimen de Estado perpetrado contra la defensora de los derechos humanos ha atentado contra la integridad de muchos militantes, activistas, ciudadanos y ciudadanas que se rebelan y resisten contra una realidad de miseria, odios e injusticias.

Tuve la oportunidad de conocer a Digna Ochoa en la presentación de la denuncia ante la Procuraduría General de la República (PGR) sobre la existencia de grupos paramilitares en Chiapas. En aquella ocasión me encontré con una abogada aparentemente parca, algo tímida y hasta introvertida. No obstante, en cuanto entramos en materia, su capacidad, el amor a su trabajo, su enorme profesionalismo y, sobre todo, su compromiso con las causas justas, dejaban ver una Digna trasfigurada, dispuesta a correr todos los riesgos de la profesión con lo que fuera su única arma: el derecho.

Siempre dispuesta a solidarizarse con los perseguidos y rebeldes, con las víctimas de la impunidad y del poder, fue constantemente hostigada y amenazada por quienes son incapaces de tolerar la disidencia, la diferencia y la libertad. A pesar de haber sido secuestrada y de ser ella misma víctima por primera vez de un intento de homicidio no cejó en su lucha por enfrentar a un enemigo que finalmente acabaría con su vida de la manera más cobarde.

La indignación que nos ha provocado este asesinato nos enfrenta de golpe a la miserable condición humana contra la que Digna constantemente luchó. Su propia muerte fue utilizada por sus asesinos para enviar un mensaje a todos aquellos que de una u otra forma se inconforman, resisten y se rebelan contra el mundo unidimensional que profesan los acaparadores del poder. Se trata de un mensaje dirigido en particular a la izquierda. No a la izquierda de los aparatos y membretes; la que se corrompe en la carrera de los acomodos; la que finge amnesia para postrarse ante quienes otrora criticó; la de los acuerdos desde arriba mientras el país se hunde en profunda crisis. Fue un mensaje dirigido a la izquierda que trabaja en y con la sociedad civil, la que en tiempos de definiciones y pruebas difíciles no abandona su compromiso con la defensa de los derechos humanos y en contra de la impunidad de un sistema.

Por ello, el asesinato de Digna significa un preocupante retroceso para aquellos espacios de libertad y democracia ganados arduamente desde décadas atrás por incontables movimientos sociales, por quienes entregaron sus vidas en la búsqueda de un mundo donde, como dicen los zapatistas, quepan todos.

No se debe dejar de lado el contexto nacional e internacional en el que se cometió el crimen. Esto es, en un momento en que la opinión pública tiene puesta su atención en la guerra acometida unilateralmente por Estados Unidos contra Afganistán; cuando Vicente Fox se compromete con el gobierno de la Casa Blanca a involucrar al país en un conflicto que le es ajeno a la mayoría de los mexicanos, mientras declara que Chiapas y el EZLN han sido borrados de las agendas europeas. Se trata, en síntesis, de un contexto en el que la ultraderecha ha "sacado el cobre" desde su nueva trinchera: el gobierno federal.

Es un deber ético e imprescriptible que los autores materiales e intelectuales de este ominoso crimen sean descubiertos. Sobre todo se debe juzgar a los autores intelectuales, pues son ellos quienes operan la maquinaria del asesinato. Son ellos los que contratan y pagan a los sicarios, cobijados en la impunidad del poder estatal. Son ellos los que destruyen vidas y aniquilan ilusiones para proteger sus intereses.

Sin lugar a dudas es en las filas de los militares donde deben comenzar las investigaciones. Muchos de los casos defendidos por Digna están de una u otra forma vinculados con el Ejército. De hecho, la forma como operaron al amenazar, secuestrar y más tarde asesinar a Digna, hace recordar a los grupos paramilitares que, formados por el Ejército, llevaron a cabo en varias entidades del país una parte de la guerra sucia en las décadas de los sesenta y setenta contra las guerrillas. También recuerda a los escuadrones de la muerte, que dentro de las filas castrenses mancharon el honor militar secuestrando, asesinando y torturando a toda una generación en las dictaduras militares del Cono Sur y de Centroamérica.

En esta hora de la rabia y la tristeza, recordamos a los centenares de defensores de derechos humanos que en América Latina han sido víctimas del terrorismo de Estado. A los que a la luz del día se enfrentaban casi inermes a los victimarios sin más escudo que la Constitución y el marco jurídico internacional; hoy rendimos homenaje a una de ellas, a una persona íntegra, recordándola como lo que fue: la abogada del pueblo, Digna Ochoa.

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