viernes Ť 26 Ť octubre Ť 2001

Horacio Labastida

La pregunta de Saramago

En La Jornada del miércoles pasado consta la interrogación que el distinguido premio Nobel José Saramago formula al titular del Poder Ejecutivo, Vicente Fox, "Ƒy ahora qué, señor Presidente?", al comentar que en la conciencia de los mexicanos honestos no hay duda sobre los motivos que impulsaron el asesinato de Digna Ochoa, la noble defensora de los derechos humanos y de las víctimas de círculos a la vez opresivos e infames.

Es verdad. No se necesitan por hoy profundas reflexiones para advertir que en nuestro mundo hay dos corrientes de pensamiento sobre lo que el hombre es y significa. Por un lado existe una temible, pujante y minoritaria elite multinacional que contempla a la humanidad como un enorme mercado sujeto a la ley suprema de ganancia y concentración planetaria del capital. Esta tendencia se inició con un grito de libertad cuando las burgue-sías de finales del siglo XVIII decidieron desbancar a las aristocracias y sus monarquías absolutas, e implantar en su lugar el régimen propicio al triunfo de las clases representativas del capitalismo industrial. Desde esas fases primarias y nacionalistas hasta la globalidad de nuestro tiempo, tales elites al cambiar su grito de libertad en grito de opresión han logrado transformar la abundancia en fuente de una injusticia que parece no tener fin al extenderse e infiltrar a las masas que pueblan los continentes; en Africa, Asia y Latinoamérica mueren miles de famélicos en medio de la indiferencia de los que aún disfrutan de los no muchos beneficios que se cultivan en sus tambaleantes poblaciones.

Por otra parte, la metamorfosis del capitalismo nacional en trasnacional intensificó la relación de dominantes y dominados dentro de un marco de su-perexplotación que restringe, día a día, los más altos valores de la colectividad al convertirla en un mero insumo del quehacer empresarial. Cosificar al hombre es la lógica del acaudalamiento. La pobreza extrema y no extrema es la maldición que prueba que el infierno y Satanás están en la Tierra y no en la metafísica de ultratumba, según el célebre renegado español que increpó con palabras tonantes y antes de morir al inquisidor Torquemada.

La otra corriente, granada y esperanzadora hasta en sus mínimas expresiones, se corresponde con la dialéctica de la historia. El encumbramiento de los menos induce la profundización de la indigencia, y este cambio cuantitativo provoca a su vez cambios cualitativos que se traducen en negaciones del presente estado de cosas, poniendo en inminente riesgo la reproducción de las condiciones que mantienen los privilegios, y anunciando paralelamente, y en el grado en que se intensifica la protesta, la metamorfosis innovadora imbíbita en la síntesis de la antinomia de ricos y menesterosos, o sea, la conversión de la justicia ideal en justicia real al interior de la convivencia familiar. Pero la colisión de clases e ideologías conlleva hartas y muy variables formas de violencia, desde los terrorismos estatales y no estatales hasta el asesinato brutal, porque las minorías opulentas usan los medios a su alcance, ejércitos o delincuentes profesionales, en el propósito de evitar la defenestración de sus fueros, y entre esos medios se hallan las tenebrosas operaciones de la delincuencia asalariada que replica con más o menos exactitud, los retratos y las conductas que Lombroso atribuyera al criminal nato.

El objetivo central de tales hechos malignos es purgar de la vida a quienes batallan cotidianamente por impedir que la barbarie triunfe sobre la civilización. Y debe reconocerse que son muchas las veces que la civilización pende en buena proporción de la conducta ejemplar de personalidades que han entregado talento y corazón en defensa de los derechos humanos. Defender los derechos humanos es luchar contra la mercantilización del hombre; y en este frente gallardo y bueno estuvo siempre la abogada Digna Ochoa, víctima de los enemigos de la grandeza mexicana. Hacer de México un país corrupto y servil es bandera de los sectores perversos que alientan un futuro ajeno a la verdad y al bien.

Saramago tiene razón. No basta descubrir a los asesinos de Digna Ochoa; urge también localizar a los que ordenaron el crimen. La investigación está en manos competentes y limpias, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, pero se requiere la abierta y franca colaboración de las autoridades federales. Por esto es muy válida, repetimos, la pregunta del ilustre autor de El Evangelio según Jesucristo, Ƒy ahora qué, señor Presidente?, que es, por cierto, la misma interrogación que nos hemos hecho en estos tiempos aciagos todos y cada uno de los mexicanos: Ƒahora qué, presidente Fox?, Ƒserá posible que los honestos y justos sean abatidos por los deshonestos y los injustos?