VIERNES Ť 26 Ť OCTUBRE Ť 2001

Marta Tawil Ť

La espiral palestina

Situada en la ciudad de Ramala, en Cisjordania, la Universidad de Birzeit es una de las ocho instituciones de enseñanza superior en las áreas autónomas palestinas. Desde 1979, ha enfrentado el boicot de las autoridades y el ejército israelíes; retenes militares -aspecto físico que define este conflicto desde el inicio de la segunda intifada- bloquean el paso a estudiantes y profesores. El 22 de octubre pasado, ante las incursiones del ejército israelí en varias ciudades palestinas, esta universidad se vio obligada a suspender sus actividades. Birzeit es un ejemplo vivo del castigo colectivo al que el gobierno israelí tiene sometidos a los palestinos, negándoles el gozo de derechos universales y esenciales, como el de la educación y el libre tránsito.

Ocho años de negociaciones no produjeron resultado alguno. Un acto de terrorismo, con las magnitudes aberrantes del cometido el 11 de septiembre, fue suficiente para situar el problema palestino en la lista de prioridades de la agenda internacional. Esto muestra que no se puede hablar de lucha contra el terrorismo si no se pone fin a la ocupación israelí de Cisjordania, Gaza y Jerusalén este, y a la política agresiva del primer ministro israelí, Ariel Sharon. Hacerlo significaría, por un lado, garantizar la libertad negada a los palestinos por décadas y, por otro, contribuiría a evitar que la lucha contra el terrorismo se confunda en el mundo árabe y musulmán con una guerra contra el Islam.

Después del asesinato del ultraderechista ministro de Turismo israelí la semana pasada a manos de palestinos, Israel respondió enviando tanques armados a ocupar parte de las ciudades de Ramala, Belén, Beit Jala, Beit Sahour, Jenin, Kalkiya y Tulkarem, provocando la muerte de varios palestinos. Sharon está aprovechando en su favor la coyuntura dominada por la casi exclusiva atención del mundo en el desarrollo de las operaciones militares contra Afganistán para acelerar su campaña de asesinatos de activistas palestinos, y presentar a Arafat como "el Bin Laden de Medio Oriente". La lógica detrás de las beligerantes diatribas de Sharon atribuye el terrorismo a religiones y razas -variación del "choque de civilizaciones" de Huntington- y no a situaciones específicas.

La causa palestina es la que más exalta los ánimos en los países de Medio Oriente y el Golfo Pérsico. Mientras no se solucione este drama, cabe esperar que el terrorismo continúe sirviéndose de la legitimidad de la causa palestina para cometer sus atrocidades. Hasta que los palestinos no cuenten con un Estado libre y soberano practicable, no habrá paz general. La población palestina no podrá aceptar las propuestas de un Estado inviable, desmembrado en zonas desconectadas unas de otras. La última intifada es, después de todo, también una revuelta contra los acuerdos de Oslo y el liderazgo corrupto de la OLP. Baste recordar en ese sentido que la Declaración de Principios en Oslo del 13 de septiembre de 1993 no previó ningún compromiso por parte de Israel en cuestiones clave como las fronteras de la futura entidad palestina, el futuro de las colonias judías, los refugiados palestinos, la repartición del agua, el estatus de Jerusalén. Los llamados Acuerdos de Oslo II de 1995-6, por los que Israel otorgaba autonomía a la Autoridad Palestina sobre la mayor parte de Gaza y varias áreas árabes pobladas en Judea y Samaria, formalizaron de hecho la fragmentación de los territorios ocupados en zonas de asentamientos palestinos y judíos y, en consecuencia, la atomización de la sociedad palestina.

Israel mantiene una política de apartheid contra palestinos; el gobierno turco lleva años amedrentando y asesinando a su población kurda; la monarquía saudita trata a sus mujeres como animales -por no hablar de los talibán, cuya interpretación obtusa del Islam los ha llevado a cometer los peores crímenes contra su población femenina. Es ahora que los recursos naturales de Asia central ocupan un lugar preminente en el pensamiento y la geografía estratégica de Washington que Afganistán pasa al bando de los "desobedientes". Y es que para Estados Unidos una cosa es ser criminal, y otra muy distinta desobediente. Turquía, Israel o los sauditas son lo primero; Irak y los palestinos son lo segundo, y ser lo segundo es lo que no se tolera. La estrategia de acabar con el terrorismo debería considerar seriamente llevar a la justicia a Sharon, acusado en Bélgica de crímenes de guerra por la masacre de palestinos en Sabra y Chatila en 1982, y quien continúa dando rienda suelta a la esquizofrenia de los "duros" de su país, multiplicando los asentamientos ilegales -ignorando el llamado del Reporte Mitchell a congelarlos- y dominando con terror los territorios ocupados.

ŤEgresada del Colegio México, con estudios de Posgrado sobre Medio Oriente en París y Londres.