JUEVES Ť 25 Ť OCTUBRE Ť 2001
Olga Harmony
Circo para bobos
A la espera de que termine la parte teatral del Festival Cervantino y pueda seguir describiendo lo visto, hago una pausa para ocuparme de un espectáculo que, a pesar de ser excesivamente generacional, resulta interesante por la manera en que ha sido planteado, aunque me temo que la insistencia del autor Edgar Chías en explicar que no se trata de un texto dramático reconocible es harto inmodesta en su búsqueda de una originalidad que se da y no (se pueden encontrar múltiples antecedentes de textos sueltos e inconexos que permiten codificar una parábola general de todo un entorno) y tampoco es fácil aceptar que no pueden ser escenificados como una totalidad dramatúrgica. De hecho, lo que se nos presenta en escena son las carencias, dificultades e incomunicación que tienen los jóvenes en la ciudad de México.
Circo para bobos, según relata el autor en la plaqueta editada por el Centro Cultural Helénico y Anónimo Drama Ediciones en su colección Escenaria, nace de un juego de improvisaciones del taller La Cuarta Ruta de Guadalajara dirigida por Marco Vieyra, en el que se buscaba un entrenamiento de clownería con la idea central de un circo y un camión. Vieyra pidió una guía dramática a Chías, quien utilizó fragmentos de otra propuesta que ya tenían ambos, más otras escenas que se fueron incorporando. El resultado es presentar algunas dolorosas historias de soledad y frustración tanto amorosa como profesional, en tono de clownería. El epígrafe utilizado para el montaje es un pensamiento de la gran Ethel Barrymore: ''Maduras el día que por primera vez te ríes de ti mismo" y que es un acertado resumen de la propuesta.
Tres actores (Verónica Rimada como Zula, Jorge Navarro como Maco y Eleno Guzmán como Bolo) arrancan con un reto al espectador que de inmediato lo involucra; después se agregará Guillermina Pérez como Mona. A pesar de que en los textos sueltos juegan con multiplicidad de personajes, cada uno tendrá rasgos distintivos: Zula es la muchacha a la espera del amor, Mona será la frustrada maestra de escuela, Bolo el eterno esperanzado en que algo le ocurra y lo distinga de la masa, Maco el bruto resentido que destruye y golpea.
Tanto los textos como su interpretación escénica ofrecen diversas viñetas de la vida urbana, sobre todo en un camión, como serían el cantante que pide monedas; la mujer que pierde a alguno de sus hijos (representado con pelotas); el macho abusador sexual; o la muy buena escena de Zula y Bolo, con éste dormido sobre su compañera de asiento, que se convierte en una ocasional relación sexual -que se pudo dar o que es pura imaginación de la muchacha- en que ella espera que sea definitiva y para él no es más que una aventura sin consecuencias, cortada cuando pide su parada.
Fuera del camión, la graciosa escena en que Mona reparte plátanos a sus compañeros, excepto a Zula que ha de comer una zanahoria mientras reflexionan en sí mismos. Y también fuera, los diálogos en que las mujeres hablan -se quejan- de las demandas, desde sexuales hasta del intelecto, que los hombres les hacen y el consentimiento de ellas para no quedarse solas, remate por demás cínico y lastimoso. Su contraparte, los hombres quejándose de las demandas femeninas, y ambos diálogos en realidad son ''las verdades al público", es decir, lo que los teatristas piensan de sus espectadores en un giro malicioso que nos dice que no se está hablando de la pareja, como intencionalmente se nos hizo creer.
Es un caso de colaboración tan estrecha entre el dramaturgo con el director y su grupo, que es difícil definir lo que se debe a cada cual. El resultado es un buen espectáculo con ingeniosas soluciones y un brioso -sobre todo en lo que respecta a Eleno Guzmán- desempeño de los cuatro actores.