JUEVES Ť 25 Ť OCTUBRE Ť 2001
Alberto Dallal
Beattie, eco de sensibilidades
A diferencia de nuestro padre y abuelos indígenas, cuyos viejos danzantes bailan incluso dos semanas antes de morir, la danza contemporánea no ha aprovechado sus propios rompimientos de esquemas y propuestas para hacer que los bailarines maduros y experimentados continúen expresando su sabiduría artística al cabo de los años. No ha logrado crear una verdadera ''cultura de la danza" para viejos, en la que éstos bailen y tengan un público que los aprecie y reconozca.
En efecto, muy pocas coreografías especialmente diseñadas para bailarinas y bailarines maduros y experimentados sobrevienen en el mundo de la danza teatral, de concierto, a causa del occidental desprecio por la vejez. No se trata de mantener vigentes a los danzantes en papeles hechos para un joven o inmaduro desempeño sino de diseñar, crear actos, experiencias de danza que, por sus características y cualidades, sólo puedan cubrir los que detentan el conocimiento de la danza y del escenario.
Recuerdo el auténtico talento creativo del coreógrafo cubano Alberto Méndez para diseñarle La diva (sobre la imagen de la Callas) a una Alicia Alonso entrada en años. Las habilidades creativas de Rolando Beattie lo impulsaron a conformar Corazón adentro (el vuelo), coreografía que interpretan dos bailarinas con tablas en su haber, Tania Alvarez (nacida y desarrollada en la danza clásica) y Ana González (proveniente de la contemporánea, sobre todo Humphrey-Limón) y una jovencita, Marina Acevedo, quien les dio el ''quien vive" fluida, tranquilamente.
Con una funcional y evocadora música compuesta con obras de Oliver Messiaen, Dimitri Shostakovich e Isang Yun, Beattie conforma su pieza coreográfica en siete partes inspiradas en pinturas de Remedios Varo o, mejor, en ambientes de las pinturas de la artista plástica: travesía, naturaleza viva, destino, adentro-afuera, etcétera.
Nos dice Beattie que la obra, Corazón adentro, ''es sólo un eco" de sensibilidades y cuerpos y por ello la escenografía (Guadalupe Villa), la iluminación (Francisco Betanzos) y el vestuario (Sergio Santoyo) se hallan sumergidos en un velo azuloso, real y virtual, que parece detener a los suaves movimientos de las bailarinas en un sueño o semisueño que, en lugar de realizarse, parece desangrarse, licuarse poco a poco por el tono íntimo, interior, bien medido, en que las protagonistas van revelándose Ƒcomo almas, amantes, hermanas, fantasmas?
Beattie las ha hecho reverberar, caminar en el aire o ''acomodar" objetos en el vacío, brazos y manos leves, en lugar de bailar. Ellas, atentas, inteligentes, han llenado el espacio de sabiduría. El coreógrafo, el diseño, la atmósfera las obligan a hacer solos que desde dentro semejan una invitación a relatar, compartir Ƒuna experiencia, un secreto, un viaje? Entre una y otra hay trazos que parecen cuchicheos: se transmiten mensajes; dúos y uno que otro trío; hay encuentros y despedidas. La música, como las bailarinas, más que expresar, suscita sensaciones. Por momentos no importan los cuerpos sino sus contornos hasta que, por ciertos movimientos, nos damos cuenta de que atestiguamos ciertos testimonios notables o terribles, acechanza, tristeza, ungimiento. Sutiles pas de deux nos hacen perder ciertas certezas: los cuerpos, Ƒse hallaban sumergidos en un acto amoroso? Sí: la amistad se disuelve, lo juvenil no encuentra su cauce en el espacio, el camino de una niña o de una muñeca se halla marcado, ya, por pasiones hechas, ya resueltas.
Sucesivamente se resuelven los solos pero las mujeres de edad, las experimentadas acaban por llamar, atraer, conducir a la más joven y al terminarse la obra nos percatamos de que las pasiones, no importa qué tan disfrazadas, sólo se disuelven en las pasiones. Todo eso nos ha dicho la obra. Al final lo entendemos.