jueves Ť 25 Ť octubre Ť 2001
Angel Guerra
Putin, el petróleo y la guerra
La alianza de Rusia con Estados Unidos es de seguro el cambio geopolítico fundamental entre varios muy importantes que se operan en el mundo después del 11 de septiembre.
Al sumarse a la llamada coalición antiterrorista Moscú subordinó su política de seguridad y defensa a los intereses del grupo petrolero texano que se adueñó del poder en Washington con las espurias elecciones de octubre de 2000.
Qué le ha prometido el grupo de George W. Bush al de Vladimir Putin, es algo que todavía no está claro. Alfredo Jalife ha aventurado, en el foro de La Jornada y Casa Lamm, la nada desdeñable hipótesis de que se fragua un "condominio" ruso-estadunidense sobre el petróleo y el gas que abarcaría desde el Golfo Pérsico hasta el Mar Caspio. Gran parte del suministro energético a Europa, Japón, China e India quedaría en manos de Estados Unidos con la complicidad de Rusia.
Putin pugna por hacer de Rusia el más fiel servidor de Washington en su nueva guerra. Su obsequiosidad con Bush rivaliza con la febril diligencia mostrada por el aspirante a deputy sheriff, Tony Blair, en los preparativos de la "cruzada" (Bush dixit).
Medios estadunidenses han afirmado en aviesa hipérbole que Rusia, con su nueva actitud, será la gran ganadora en la redistribución del mundo posterior al 11 de septiembre. Si no todos en Moscú, al menos Putin y su círculo parecerían creérselo y con celeridad han actuado en consecuencia.
Tomemos de ejemplo la inesperada decisión anunciada por el presidente ruso hace unos días de retirar de Cuba el Centro Radioelectrónico de Lourdes, supuestamente de común acuerdo con La Habana, afirmación desmentida horas después por el gobierno cubano. Había apuro en el Kremlin para dar la noticia antes de la reunión, en Shanghai, de los mandatarios ruso y estadunidense. Se trataba de poner distancia urgentemente con la rebelde Cuba, cuyo gobierno mantiene una posición soberana -de auténtica oposición al terrorismo y a la guerra- en la crisis posterior al 11 de septiembre.
La importancia del Centro de Lourdes fue definida así a la televisión rusa por el general retirado Nicolai Leonov, ex alto jefe de la inteligencia soviética: "no tenemos otro punto de la Tierra desde el cual pudiera garantizarse la recolección de información de inteligencia... de modo especial para la comprobación de los acuerdos de desarme nuclear y reducción de dichas armas..." Cabe añadir que hasta hace unos meses Rusia había insistido ante el gobierno cubano en su interés por el "mantenimiento, ampliación y modernización" de la instalación de Lourdes y acordado abonar a la isla 200 millones de dólares anuales por su funcionamiento.
Pero es evidente que a partir de ahora considera innecesaria la información que obtenía en ese sitio. "Cambió la situación político-militar", para decirlo en palabras del jefe de Estado Mayor ruso.
Y sí que ha cambiado, pero desfavorablemente a Moscú y en sus propias narices, aunque el ex KGB Putin aparente no darse cuenta. Estados Unidos tiene ya de hecho bases militares en Uzbekistán y Kirguistán y se injiere en el conflicto de Abjasia, en Georgia.
Además, al propiciar y sumarse a la injusta y bárbara agresión yanqui-británica contra el pueblo afgano el actual inquilino del Kremlin ha ayudado a encender una hoguera bélica de consecuencias imprevisibles en su frontera sur y colocado a Rusia en una oscura perspectiva de enemistad con los pueblos islámicos dentro y fuera de su territorio, desde Asia hasta el Medio Oriente.
Casi a la vez del derrumbe de las Torres Gemelas se vinieron abajo las expectativas despertadas en Rusia y en el mundo respecto a que la ex superpotencia llevaría a cabo una política independiente tras la elección de Putin. Rueda por tierra la esperanza de que Moscú cumpla un papel constructivo, a favor de la paz y la cooperación internacionales.
El prestigio de Rusia, ya muy menoscabado por graves desatinos de la época soviética y últimamente, sobre todo por la sumisión de Gorvachov y Yeltsin ante Occidente, quedará hecho añicos. Putin es otro más en la extensa nómina de gobernantes mediocres y genuflexos que padecemos hoy.
Por fortuna no depende de ellos que se ponga fin a la loca aventura punitiva auspiciada por los petroleros texanos. Esa posibilidad estará dada por la movilización de los pueblos -incluidos el estadunidense y el ruso- contra el terrorismo y contra la nueva guerra. Ya se ve venir.