JUEVES Ť 25 Ť OCTUBRE Ť 2001

Edward W. SaidŤ

Empantanamiento en Medio Oriente

Con tanta bomba y tanto misil que arroja sobre Afganistán la operación Libertad Duradera en la estrategia estadunidense de intensa destrucción, la cuestión palestina parece tangencial a todos los sucesos de apremio que se conjuntan en Asia central. Pero sería un error pensarla así, y no sólo porque Bin Laden y sus seguidores (que nadie sabe cuántos son a ciencia cierta) hayan tratado de usar a Palestina como sustrato retórico de su injustificada campaña de terror. Así la usa Israel también, para sus propios fines.

El asesinato del ministro del gabinete, Rahavam Zeevi, el 17 de octubre, como represalia del Frente Popular por el asesinato de su dirigente perpetrado por israelíes en agosto pasado, ha logrado que la campaña sostenida del general Sharon contra la autoridad palestina -llamándola el Bin Laden de Israel- alcance tonalidades casi histéricas. A lo largo de varios meses, Israel ha estado matando dirigentes y militantes palestinos (a la fecha van más de sesenta) y no puede considerarse sorprendido de que sus ilegales métodos provocaran una respuesta palestina semejante, más temprano que tarde. Pero Ƒpor qué debemos aceptar una serie de muertes y otras no?: esta es una cuestión que Israel y sus partidarios siguen sin responder. Y así, la violencia continúa, la ocupación israelí se torna cada vez más letal, más vasta y más destructiva y ocasiona grandes sufrimientos entre la población civil: en el periodo entre el 18 y el 21 de octubre, las fuerzas israelíes reocuparon seis poblados palestinos; fueron asesinados otros cinco activistas palestinos, aparte de los 21 civiles muertos y los 160 heridos; los toques de queda están en efecto por todas partes. E Israel tiene el descaro de comparar estos actos con la guerra estadunidense contra Afganistán y el terrorismo.

Por todo lo anterior la frustración, el empantanamiento, la imposibilidad de reclamo por parte de un pueblo despojado por 53 años y ocupado militarmente por 34 han rebasado con mucho el escenario de la lucha y están atados de mil maneras, quiérase o no, a la guerra global contra el terrorismo. Israel y sus partidarios tienen la duda de si Estados Unidos los traicionará, mientras se protesta, contradictoriamente, que Israel no viene a cuento en esta nueva guerra.

Los palestinos, los árabes y los musulmanes en general se inquietan o sienten que los asalta la culpa por asociaciones que los atan a este conflicto, pese a los esfuerzos de sus líderes políticos por disociar a Bin Laden del islam y de los árabes; pero a su vez estos últimos continúan refiriéndose a Palestina como el gran nexo simbólico.

En el Washington de los círculos oficiales, sin embargo, George Bush y Colin Powell han declarado, sin ambigüedades, que la autodeterminación palestina es un aspecto importante, quizá central. La turbulencia de la guerra y sus desconocidas dimensiones y complicaciones están agitando a todo el Medio Oriente de formas contundentes (sus consecuencias en lugares como Arabia Saudita y Egipto pueden tornarse dramáticas, y aún no se avizoran). Siendo esto así, crece en importancia la necesidad de un cambio genuinamente positivo en el estatus vigente para 7 millones de palestinos sin Estado, pese a los numerosos sucesos desalentadores que se hacen evidentes en el compás de espera actual. El problema principal es si Estados Unidos y las partes van a recurrir sólo a las medidas que surgieron del desastroso Acuerdo de Oslo, y que resultaron ser meros parches.

La experiencia reciente de la intifada de Aqsa ha universalizado la exasperación e impotencia de los árabes y los musulmanes a un grado nunca visto. Los medios de información occidentales no han transmitido, para nada, la humillación y el dolor aplastante impuesto a los palestinos por el castigo colectivo israelí. Las demoliciones de casas, las invasiones de áreas palestinas, los bombardeos y matanzas aéreos sólo pueden conocerse a través de las transmisiones nocturnas de la televisión satelital Al-Jazeera, o en los admirables reportajes diarios de la periodista israelí Amira Hass, aparecidos en Haaretz, o de comentaristas como ella. Al mismo tiempo, pienso, hay entre los árabes la idea generalizada de que los palestinos (y por extensión, los otros árabes) fueron interpretados y engañados sin remedio por sus dirigentes.

Hay un abismo muy visible que separa a los negociadores de elegantes prendas que hacen declaraciones en ambientes lujosos, del infierno polvoso de las calles de Nablús, Jenín, Hebrón y otros sitios.

La educación es inadecuada; las tasas de desempleo y pobreza se han elevado de manera alarmante; la angustia y la inseguridad llenan la atmósfera, y los gobiernos parecen renuentes o incapaces de frenar el surgimiento del extremismo islámico o la flagrante corrupción de lasafghanistan_attacks_ltt cúpulas.

Por encima de todo, los valientes partidarios de la política secular que protestan por las violaciones a los derechos humanos, que luchan contra la tiranía clerical e intentan hablar o actuar en favor de un orden moderno y democrático arábigo, están muy solos en su lucha, sin apoyo alguno por parte de la cultura oficial, y sus libros y sus carreras terminan siendo presa de la ira islámica. Una nube densa y enorme de mediocridad e incompetencia persigue a todo mundo, lo que a su vez da pie al pensamiento mágico y/o al culto a la muerte que hoy es más fuerte que nunca.

Sé que es frecuente el argumento de que los bombardeos suicidas son el resultado de la frustración o la desesperación, o que emergen de la patología criminal de fanáticos religiosos enloquecidos. Pero estas son explicaciones insuficientes. Los suicidas terroristas de Nueva York y Washington pertenecían a la clase media, lejos estaban de ser iletrados, y estaban perfectamente capacitados para la pla-neación moderna y audaz de una destrucción terriblemente deliberada. Los jóvenes enviados por Hamas y la Jihad Islámica hacen lo que les dicen con una convicción que sugiere claridad de propósito, pero no mucho más. La responsabilidad recae en un sistema de educación primaria que lamentablemente es pan comido, adosado con ideas extraídas del Corán, ejercicios de memorización basados en viejos libros de texto con un atraso de por lo menos cincuenta años, salones de clase saturados, profesores muy mal equipados y una casi total incapacidad de pensar críticamente. Junto con los inflados ejércitos árabes --todos ellos sobrecargados con artefactos militares inutilizables y sin registro alguno de logros visibles-- este anticuado aparato educativo ha producido extrañas fallas de lógica, razonamiento moral y aprecio insuficiente por la vida humana, que conducen a saltos hacia un entusiasmo religioso de la peor clase o a una adoración servil por el poder.

Estas rarezas de la lógica ocurren también del lado israelí. Desafía el entendimiento que en Israel se considere moralmente posible, incluso justificable, mantener y defender la ocupación de Palestina por 34 años. Pero incluso los intelectuales israelíes "pacifistas" parecen obsesionados por la supuesta ausencia de un campamento de paz palestino, olvidando que un pueblo que sufre la ocupación no puede darse el lujo --que sí se da el invasor-- de decidir si existe un interlocutor o no. En el proceso, la ocupación militar se torna como algo dado, aceptable, y rara vez se menciona. El terrorismo palestino deviene en causa, no efecto de la violencia, pese a que una de las partes posee un arsenal militar moderno (proporcionado incondicionalmente por Estados Unidos), mientras la otra no tiene Estado, está virtualmente indefensa, se persigue salvajemente a voluntad, se le trata como ganado al interior de 160 cantones, sus escuelas están cerradas y la vida es imposible. Lo peor es que la matanza y las heridas cotidianas de los palestinos están acompañadas por un crecimiento de los asentamientos israelíes y por los 400 mil colonos que fraccionan el entorno palestino sin descanso.

Un informe reciente de Peace Now in Israel (Paz en Israel ahora) apunta:

1. A fines de junio de 2001 había 6 mil 539 conjuntos habitacionales en diferentes estadios de construcción activa dentro de los asentamientos.

2. Durante el gobierno de Barak se comenzó la construcción de 6 mil 045 conjuntos habitacionales en asentamientos. De hecho, la construcción de asentamientos en el 2000 alcanzó el punto más alto desde 1992, con 4 mil 499 altas de construcción.

3. A la firma de los Acuerdos de Oslo había 32 mil 750 conjuntos habitacionales en los asentamientos. Desde los Acuerdos de Oslo se han construido 20 mil 371 unidades, lo que representa un aumento de 62 por ciento.

La esencia de la posición israelí es su total desfase con lo que el Estado judío quiere --paz y seguridad-- y todo lo que hace no asegura ni lo uno ni lo otro.

Estados Unidos ha pasado por alto la intransigencia y la brutalidad de Israel: no hay doble política en ello --92 mil millones de dólares y respaldo político interminable, visible ante los ojos del mundo. La ironía es que esto fue más cierto durante el proceso de Oslo (no antes ni después).

La verdad del asunto es que el antiamericanismo en el mundo árabe y musulmán tiene vínculos directos con la conducta de Estados Unidos, con sus lecciones de democracia y justicia mientras apoya exactamente lo contrario. Hay sin duda un desconocimiento en torno a Estados Unidos en los mundos árabe e islámico, y existe una muy extendida tendencia a lanzar frases retóricas y condenas generales arrasadoras, en vez de un análisis racional y un entendimiento crítico de Estados Unidos. Lo mismo se aplica para las actitudes árabes ante Israel.

Tanto los gobiernos árabes como los intelectuales han fracasado en algunos aspectos importantes. Los gobiernos no han podido dedicar ni tiempo ni recursos a una política cultural incisiva que logre una representación adecuada de la cultura, la tradición y la sociedad contemporánea.

El resultado es que estas cuestiones se desconocen en Occidente, y el retrato de los árabes y los musulmanes como seres violentos y fanáticos sexuales se mantiene indisputable.

El fracaso de los intelectuales no es menos grave. Es muy ineficaz mantenerse en la repetición de clichés en torno a una lucha y una resistencia que impliquen un plan de acción militar, cuando nada de esto es posible o deseable.

Nuestra defensa contra las políticas injustas es moral. Primero debemos lograr la autoridad moral necesaria y luego promover el entendimiento de nuestra postura en Israel y Estados Unidos, algo que nunca se ha hecho. Hemos rehusado la interacción y el debate, llamándolos, disparatadamente, normalización y colaboración.

Asumir el compromiso de poner en alto nuestra posición de justicia (algo a lo que apelo) no puede ser visto como concesión, especialmente cuando se le presenta directamente y con la fuerza necesaria al invasor o al autor de las políticas injustas de ocupación y represalia.

Por qué tenemos miedo de confrontar a nuestros opresores directamente, humanamente, persuasivamente, y por qué seguimos creyendo en las vagas promesas ideológicas de la violencia redentora, no muy diferentes del veneno que escupen Bin Laden y los islamistas.

La respuesta a nuestras necesidades yace en la resistencia de principio, en la desobediencia civil organizada en contra de la ocupación militar y de los asentamientos ilegales, y en un programa educativo que promueva la coexistencia, la ciudadanía y el valor de la vida humana.

Pero estamos por ahora en un pantano intolerable que requiere, más que nunca, que de forma genuina retornemos a los fundamentos de paz proclamados en Madrid en 1991, las resoluciones de Naciones Unidas 242 y 243: tierra para la paz. No puede haber paz sin presionar a Israel para que se retire de los territorios ocupados, incluido Jerusalén y, en palabras del reporte Mitchell, desmantele sus asentamientos.

Obviamente esto puede efectuarse en fases, junto con un programa de protección de emergencia inmediata para los palestinos indefensos, pero el gran fracaso de Oslo puede remediarse ahora, de entrada: un cese claramente articulado a la ocupación, el establecimiento de un Estado palestino viable y genuinamente independiente, y la existencia de la paz mediante un reconocimiento mutuo. Estas metas han sido expresadas como el objetivo de las negociaciones, un faro al final del túnel.

Los negociadores palestinos tienen que mantenerse firmes en esto y no deben usar el reinicio de las pláticas --si alguna ha de llevarse a cabo en esta atmósfera de cruda guerra israelí contra el pueblo palestino-- como excusa para retornar a Oslo.

A fin de cuentas, sólo Estados Unidos puede restaurar las negociaciones con el respaldo europeo, islámico, árabe y africano, pero tendrá que hacerse a través de las Naciones Unidas, la cual deberá ser el patrocinador esencial del esfuerzo.

Y ya que el conflicto palestino-israelí ha sido tan empobrecedor en términos de humanidad, sugeriría que existan importantes gestos simbólicos de reconocimiento y responsabilidad, emprendidos bajo los auspicios de un Mandela o un pánel de pacificadores con credenciales impecables, que intenten establecer los principios de justicia y compasión como elementos cruciales de las reuniones.

Por desgracia, es tal vez cierto que ni Arafat ni Sharon están calificados para tan alta empresa. Deberá someterse a escrutinio la escena política palestina para que represente, sin costura alguna, lo que todo palestino anhela; una paz con justicia y dignidad y una coexistencia igualitaria y respetuosa con los judíos israelíes.

Debemos situarnos más allá de las jugarretas indignas, de los repliegues y las componendas ominosas de un dirigente que lleva un largo tiempo sin estar tantito cerca de los sacrificios que carga su pueblo. Lo mismo se aplica para los israelíes dirigidos abismalmente por gente como el general Sharon.

Necesitamos una visión que eleve al tan maltratado espíritu por encima del sórdido presente, algo que no puede fallar si se impulsan, sin rodeos, las aspiraciones de la gente.

ŤIntelectual palestino Traducción: Ramón Vera Herrera