MIERCOLES Ť 24 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť Presentación del grupo neozelandés en la Alhóndiga
Con sus percusiones, Strike logró por fin empatía con el público joven
RENATO RAVELO ENVIADO
Guanajuato, Gto., 23 de octubre. Strike es un grupo que golpea con tino percusiones y busca, como es la moda, el fenómeno escénico, que la noche del lunes en la Alhóndiga de Granaditas estuvo completado por una carretilla que en un edificio adjunto subía material de construcción y con la luna en cuarto creciente fue cómplice de una historia de arte, cuando es vida incipiente, juventud y apuesta.
La agrupación neozelandesa, instituida en 1993, tuvo algo de resistencia del público joven al comienzo. No faltaron algunos gritos estilo plaza de toros, medio picantes, medio ocurrentes, durante algunos de los silencios de la primera media hora.
La compañía presentó algo titulado The stage show, con dirección de Murray Hickman, con Jeremy Fitzsimons, Tim Witta, Steve Bremmer y Kristie Horshim. En el escenario había estructuras que semejaban las de construcción con tambores colgantes, con metales, con cualquier superficie susceptible de ser golpeada. El sonido, contra lo llamativo de la escena, en realidad se ubicaba casi en los estándares de lo conocido.
Quizá por ello, o por el inicio un poco sin empatía con el público, comienzan a llamar la atención otros ángulos de la noche y se recorren las gradas en busca de una ventana a la sorpresa y nada, hasta que salta a la vista una carretilla que en un edificio adjunto se eleva lenta, gris, apenas contrastante con la pálida apariencia del inmueble en el cual a esas horas extrañas se trabaja.
Salir y llegar no es tan fácil porque en Guanajuato la vista engaña y lo que parece cerca puede estar resguardado por dos o tres esquinas, aunque el edificio denotó su carácter de construcción de manera evidente. Tan sólo una sucursal más de Tiendas del Sol, a cuyos dueños les urge que abra, pero afuera la ventana aguardaba evidente: el grupo Jahmbé, producto de una híbrida apuesta entre músicos y malabaristas.
Y fue al escuchar las percusiones, aun cuando faltaban dos cuadras. Pero estas sonaban menos complejas. No eran las 176 maneras de romper un huevo con las que a esa hora se reconciliaba Strike con la Alhóndiga. Eran simples y evocadoras de lo ajeno, sea africano u oriental.
Y en el centro tres prometeas: una Alejandra que jugaba con unas bolas de fuego como si en ello le fuera la vida; una Andrea certera malabarista de palos de fuego y una adusta pero arriesgada Romina, en un grupo con gente de Cancún y de Irapuato, en el cual cinco muchachos llevaban el ritmo del efímero espectáculo, porque usaban estopas con gasolina que no tardaban en extinguirse o en importunar el aliento, pero incluso así, bajita, la magia menor que es moneda corriente en plazas de este lugar se notaba intensa.
Desde la Alhóndiga ya no se veía la carretilla, sino el fuego para la cena, que indicaba que la faena nocturna había terminado. Con esfuerzo Strike finalmente incendió al público y los muchachos de Jahmbé se dispersaron entre los jóvenes aún en cantidad considerable, y las amas de casa, cerca del mercado Hidalgo, a seguir golpeándole a la veta artística, a la búsqueda de la tan cotizada ventana con vista a la sorpresa.