miercoles Ť 24 Ť octubre Ť 2001

Arnoldo Kraus

Vicente Fox: sus connacionales tenemos miedo

El miedo es una sensación imprecisa, muy amplia, frecuente, que deja huella, que se aprende y que se transmite. El temor nos hermana con muchos animales, pues, amén del instinto, las lecciones de la vida son maestras para enseñar a qué se debe temer y a qué no. El miedo abarca las experiencias personal y colectiva. Es un síntoma que se escucha cotidianamente en los consultorios médicos y cuya traducción clínica es muy complicada y de difícil interpretación: miedo a morir, a tener un tumor, a haber contraído sida, a que el hijo nazca con alguna malformación, a que el cáncer haya recurrido, y en estas épocas, Perogrullo lo sabe, pavor al ántrax y miedo a la vida. La angustia es una sensación desagradable, una capa que evita respirar con soltura, una vivencia que engloba incertidumbre, inseguridad y que impide el desarrollo normal del individuo o de la colectividad.

Cuando la sociedad se ve amenazada, cuando los índices de agresividad sobrepasan los de la certidumbre o cuando la desconfianza pesa más que la idea del mañana, emerge esa vivencia que podría llamarse "miedo a la vida". A un año de gobierno de Vicente Fox los temores acerca del presente y de la seguridad no sólo no han disminuido sino que se han incrementado. Basta iniciar un diálogo, en cualquier sitio, y casi en cualquier nivel socioeconómico, acerca de la violencia, de los secuestros o de los robos express -término mexicano- para que a la conversación se agreguen varios escuchas. ƑQuién no sabe de un conocido que haya sido víctima de algún delito? ƑQuién camina sin voltear en la ciudad de México?

Los servicios de urgencias de los hospitales o los espacios designados para los lectores en los periódicos son testigos de la despiadada inseguridad que nos asuela. A los primeros llegan rostros desfigurados, seres mutilados, dedos amputados, cuerpos baleados, cadáveres -mientras uno fallece, la familia muere "un poco"-, pulmones acuchillados, mujeres violadas, hijos huérfanos, mujeres viudas, personas asustadas para siempre, secuestrados atemorizados, familias desgajadas, hijos e hijas preguntando por su padre. Acude, en suma, un ejército de mexicanos aterrados que exigen justicia y que saben, presidente Fox, que el gobierno es el responsable principal y el único que puede detener esta violenta espiral. Frenar los vericuetos que determinan la agresión por hambre y la industria de los secuestros es obligación del gobierno.

Mientras en los consultorios o en los hospitales se palpa y se huele la crudeza del pavor, en los correos de los rotativos se lee una caterva de reclamos que evidencian que la inseguridad es uno de los mayores males por los que atraviesa el país, basta leerlos durante algunos días para conocer los sinsabores de la población. No en balde los representantes de la Confederación General de la Industria Italiana comentaron a nuestro Presidente en gira que les preocupa la inseguridad y los secuestros, por lo que no consideran oportuno invertir en territorio mexicano. La misma incertidumbre, la misma calificación reprobatoria se respira en México: Ƒqué sucede con las promesas de nuestro Presidente? ƑDe qué servirá la reforma hacendaria si no se resuelven los secuestros, las mutilaciones, los asesinatos, las violaciones? ƑTenemos derecho, quienes pagamos impuestos, a exigir que la calle no sea una amenaza? ƑEs irrisorio considerar que la calle debería ser nuestra casa? La palabra desasosiego explica bien la cotidianidad que se vive en muchas de las grandes ciudades del país: las vías públicas amedrentan. No en balde han proliferado industrias que venden seguros contra secuestros, cursos para evitar ser raptado, automóviles repletos de guardaespaldas. Es muy poco probable que las iniciativas fiscales no tengan éxito si no se atienden las causas del miedo. Siempre he pensado que se puede mentir "un poco", pero no demasiado. Quizá por eso los italianos no quieran invertir en nuestro país.

La retórica de las cifras que aseveran que los actos criminales han disminuido a nadie beneficia. Los datos provenientes de la realidad apuntan en sentido contrario y las experiencias personales son fieles testigos de esa realidad. Sensaciones similares afectan al grueso de la población: los asaltos en el transporte colectivo o en los bancos, en los semáforos de las colonias burguesas o en las calles de los cinturones de miseria son una constante. La víctima y el monto depende de la preparación y astucia de los asaltantes. Todos conocemos más de una familia cuyo destino ha sido para siempre modificado, cuya vivencia estará siempre bordada por el desasosiego. Presidente Fox, Ƒqué debemos esperar? Y por último, Ƒquiénes mataron a Digna Ochoa?