MIERCOLES Ť 24 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Washington sabía de su existencia desde 1997 pero no hizo nada al respecto

EU financiará los trabajos para neutralizar un cementerio de esporas de ántrax, en Uzbekistán

Ť En la isla del Renacimiento, el mayor polígono de fabricación de armas biológicas de la ex URSS

JUAN PABLO DUCH ENVIADO

Tashkent, 23 de octubre. En el contexto de su amplia colaboración con Estados Unidos, Uzbekistán empieza a recibir ya importantes beneficios. Sin hacer mucho ruido, Washington ofreció a Tashkent financiar por completo los trabajos para neutralizar lo que aquí se considera una de las peores partes de su herencia soviética: el mayor cementerio del mundo de esporas de ántrax y otros patógenos, que constituye un peligro permanente de contaminación y ha causado ya un severo daño a la ecología de la región.

Junto con su independencia, en 1991, Uzbekistán obtuvo la isla del Renacimiento, en el Mar de Aral, donde tenía la Unión Soviética su principal polígono de fabricación y ensayo de armamento biológico. Desintegrada la URSS, el polígono se cerró y ahí fueron enterradas centenares de toneladas de ántrax, lassa, marbug, machupo, viruela y otros componentes de armas biológicas.

La isla agrava la catástrofe ecológica del Mar de Aral, cuya desecación acelerada redujo su extensión a menos de la mitad. Aunque formalmente comparte Renacimiento con Kazajstán, Uzbekistán está más expuesto a sus consecuencias impredecibles, dado que la punta sur de la isla toca ya prácticamente tierra firme.

Durante los diez años de su vida indetajikistan_russia_attac_30ppendiente, Uzbekistán cerró los ojos al problema, por la reticencia de Rusia a asumir el correspondiente gasto y por falta de recursos propios. Oficialmente, para las autoridades uzbekas no había ningún cementerio bacteriológico en la isla y hubieran continuado en la misma línea de negación, a no ser por su apoyo logístico a Estados Unidos en el ataque contra Afganistán y la sicosis generalizada que han provocado los casos detectados de ántrax en el mundo.

Ahora resulta que desde 1997 el gobierno de Estados Unidos sabía que en muchos de los cilindros de acero de 250 litros de capacidad, enterrados en la isla del Renacimiento, a tan sólo dos metros de profundidad, algunas de las esporas de una cepa de bacillus antracis siguen vivas. Las investigaciones que realizaron entonces científicos estadunidenses revelaron que ello sucedía, al menos, en seis de los 11 pozos que hay en la isla.

Por supuesto, nada hizo Washington, más allá de constatar el lamentable estado del depósito bacteriológico en Asia central.

Ante el temor de que grupos terroristas tengan acceso al cementerio, parcial y potencialmente utilizable como arsenal de bacterias y bacilos que pueden provocar no sólo ántrax, sino cualquiera de las enfermedades que los científicos soviéticos estudiaron en los laboratorios de la Isla, el embajador de Estados Unidos en Uzbekistán, John Herbst, comunicó hace más o menos una semana al gobierno uzbeko la buena nueva de que el gobierno de George W. Bush está dispuesto a asumir todos los gastos para limpiar el depósito bacteriológico.

El correspondiente acuerdo se firmó ayer en Tashkent e incluye una cláusula sobre la necesidad de reforzar las medidas de seguridad para restringir el acceso a la isla del Renacimiento.

Con su habitual pretexto de no "alarmar" a la población, el gobierno uzbeko "recomendó" a los periódicos locales no publicar hoy una sola línea sobre el acuerdo, pero la noticia tuvo que ser confirmada a la prensa extranjera por el portavoz del Ministerio de Defensa, coronel Kamil Yabarov, después de las filtraciones del gobierno estadunidense a varios medios de su país.

Lo que no quiso confirmar Yabarov es si el reforzamiento de las medidas de seguridad en torno al cementerio bacteriológico incluyen la participación de algunos de los soldados estadunidenses que aguardan en la base militar de Hanabad el momento de entrar en acción en Afganistán.

Y no es una inquietud ociosa, pues a pesar del desmesurado despliegue de seguridad que ha realizado el gobierno uzbeko en el país entero, a partir de la jihad que le declaró el régimen talibán, un simple robo puso en evidencia la vulnerabilidad que persiste.

Nada más y nada menos, del museo más importante de Tashkent, cada una de cuyas salas está custodiada por un policía, se sustrajeron dos de sus piezas más valiosas, unos cuadros con valor estimado superior a 8 millones de dólares. El policía encargado de esa sala, se comenta aquí, apenas se dio cuenta del robo, se pegó un tiro.

Si eso pasó en uno de los sitios más vigilados de Tashkent, nadie puede asegurar que la anunciada venganza de los talibán, a través de sus aliados, los radicales islámicos del valle de Ferganá, no se concretará en una acción terrorista de envergadura.

Es de esperar que las autoridades uzbekas presten especial atención a los mayores peligros que en ese hipotético sentido enfrenta el país.

En opinión de los expertos, estos peligros son: el envenenamiento del río Amudaria, que afectaría a cientos de miles de habitantes de la zona sur, o la explosión de alguno de los cementerios radiactivos, que contaminaría grandes extensiones de su territorio. El dato exacto de cementerios radiactivos en Uzbekistán, otra herencia soviética, es secreto de Estado, pero podría suponerse que es similar al del vecino Tadjikistán, que tiene 22.

Otro peligro es el de un atentado con bomba en las instalaciones hidrológicas para bajar el agua de las montañas y, sobre todo, en cualquiera de las presas. En Uzbekistán hay 55 presas que contienen 60 kilómetros cúbicos de agua. Generalmente están a una altura mínima de 100 metros y una explosión en cualquiera de ellas tendría consecuencias catastróficas al inundar ciudades enteras. La más cercana a Tashkent, la presa de Charbak, con 2 kilómetros cúbicos de agua, se encuentra a 80 kilómetros de distancia y a una altitud de 170 metros.