MARTES Ť 23 Ť OCTUBRE Ť 2001

Blanca RubioŤ

La seguridad alimentaria en tiempos de guerra

La guerra que surgió después de los ataques terroristas ocurridos el 11 de septiembre en Estados Unidos ha traído consigo múltiples incertidumbres, entre las que destaca la referida a la cuestión alimentaria. En caso de que el conflicto se profundice y se prolongue existe la interrogante de lo que pasaría en México, ya que es conocida la dependencia alimentaria que tenemos con Estados Unidos, misma que en 1999 alcanzó 58.5 por ciento en arroz, 23.1 por ciento en maíz, 49.4 por ciento en trigo, 43 por ciento en sorgo y 96.9 por ciento en soya (Sexto Informe de Gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León).

El problema central que ocurre a nivel alimentario mundial es la concentración de la producción cerealera, pero sobre todo de las exportaciones en unos cuantos países. Para el año señalado los países industrializados aportaban 74.34 por ciento de dichas exportaciones; entre ellos, sólo Estados Unidos dominaba 80.57 por ciento de la comercialización mundial de sorgo, 66.21 por ciento de la de maíz, 57.44 por ciento de soya, 24.93 por ciento de trigo y 26.32 por ciento de arroz (Datos de FAO: Faostat. P.C. 2001).

Dicha centralización de los excedentes mundiales de granos en un solo país resulta muy peligrosa para un amplio grupo de países que como el nuestro carecen de autosuficiencia cerealera.

En primer lugar, la guerra puede generar que Estados Unidos utilice parte de sus excedentes de granos para fortalecer su reserva alimentaria, como ha señalado Alejandro Dabat, lo cual redundaría en un alza de los precios internacionales de los cereales.

En segundo lugar, parte de las existencias serán utilizadas para enviar ayuda alimentaria a los países involucrados en la guerra, como está ocurriendo actualmente. Estados Unidos envió la semana pasada 10 mil toneladas de trigo a los refugiados afganos en Pakistán y 17 mil toneladas a Bosnia (Agroenlínea.com).

En tercer lugar, podría sobrevenir un incremento de la demanda alimentaria mundial, en tanto los países sometidos a los ataques estadunidenses no van a poder sostener una producción agropecuaria acorde a sus necesidades.

En cuarto lugar, vale señalar que los alimentos han sido usados por Estados Unidos como arma política para obligar a los gobiernos a sujetarse a sus intereses. En 1980, dicho país bloqueó las exportaciones de trigo a la Unión Soviética como represalia por la invasión que perpetró contra Afganistán, y son conocidos los bloqueos económicos llevados a cabo en contra de Cuba, Nicaragua y otros países.

Finalmente, hay que considerar la posibilidad de algún desastre climatológico, como el que ocurrió en 1995, cuando una prolongada sequía afectó a Rusia, Australia y Africa del Norte. Al año siguiente sobrevino una ola de fríos en Estados Unidos que redujo las cosechas a niveles mínimos, mientras el precio subió a su máximo en 15 años. Los países se agolpaban para comprar el grano estadunidense encarecido, debido a la merma de existencias a nivel mundial.

De todo lo anterior se desprende que los países con déficit alimentario podrían enfrentar alza de precios de los cereales importados, desabasto y presión política para allanarse a las posiciones beligerantes de Estados Unidos: un panorama nada alentador.

Por esta razón, así como se están tomando medidas de seguridad para proteger a la población contra el terrorismo, resulta de vital importancia considerar la seguridad alimentaria como elemento estratégico.

Es prioritario dar un giro cabal a la política alimentaria que se ha impulsando hasta ahora, centrada en la liberalización de las fronteras, el desaliento a la producción interna, la carencia de subsidios para la producción y el apoyo irrestricto a las agroindustrias trasnacionales, que han utilizado las importaciones de productos alimenticios como mecanismo para bajar el precio interno de los insumos que consumen.

Es imprescindible el enroque necesario: una política que utilice las importaciones sólo cuando la producción interna resulte insuficiente para abastecer la demanda; una orientación integral que incluya crédito, capacitación, apoyo a la comercialización, bodegas de almacenamiento, precios redituables y subsidios productivos; a través de la cual se generen las condiciones para recuperar, en un plazo corto, la capacidad productiva que hemos perdido y con ella la autosuficiencia alimentaria.

No es prudente dejar a las leyes del mercado el rubro más sensible de la seguridad nacional, en una situación incierta y peligrosa como la que enfrenta el mundo en estos días. Los agricultores nacionales son los únicos que pueden garantizar alimentos sanos y baratos, ajenos a presiones externas. Sin embargo, es poco probable que el gobierno sea sensible a esta situación. Nuevamente tendrá que ser la sociedad civil la que al tiempo que luche por parar la guerra, defienda la seguridad alimentaria del país.

Ť Doctora en economía agrícola