TOROS
Ť Por fin la empresa consiguió expulsar al público de la Plaza México
En la temporada chica, ni los novilleros interesantes lograron meter a la gente
Ť Las peores entradas de su historia Ť Alarmante mansedumbre en bestias y jóvenes
LEONARDO PAEZ
Lo que mal empieza mal acaba o, si se prefiere, lo que se pretendió promover sin ton ni son, difícilmente pudo encontrar eco en un público harto ya de padecer más de ocho años de desatinos y voluntarismos empresariales.
A lo largo de 14 festejos, dos de ellos organizados por Telmex dentro de su Feria Nacional del Novillero, el público que en épocas menos enrarecidas llegó a llenar la plaza a toda su capacidad -43,700 localidades-, de plano se desentendió de las ofertas de Promotora Plaza México, SA, haciendo las entradas más pobres en la historia del coso -en promedio unos 1,500 asistentes por función, apenas 3.5 por ciento del aforo.
Pero habida cuenta de que estos neoempresarios taurinos tienen otras formas de cubrirse en lo que a recuperación y utilidades se refiere -derechos por tv, esquilmos, publicidad externa y otros sospechosos etcéteras-, poco o nada les preocuparon las pobres entradas hechas por el público asiduo, último reducto de una afición que hoy prefiere quedarse en casa a pagar por dos o más horas de monotonía, gracias al descastamiento generalizado de toros y toreros.
El elemental principio de que la pasión de este espectáculo reside en una doble vertiente de la bravura -la casta de las reses y el carácter de quienes las torean-, no ha podido ser asimilado por tan singulares promotores a lo largo de ocho temporadas chicas y grandes, en las que, salvo confirmadoras excepciones, criterios de espaldas al público, ganado disminuido, amiguismo sin visión y muy serias limitaciones para redondear carteles atractivos, continúan divorciando las utilidades de la grandeza que otrora distinguió a la fiesta de toros en México.
Luego de muchos estiras y aflojas que evidenciaron las consabidas tácticas dilatorias de la empresa, "los actores de la fiesta" llegaron a un acuerdo para iniciar, con casi dos meses y medio de retraso, la temporada novilleril 2001.
Salir a morirse... ¿de tedio?
La vieja frase de tan sobada perdió sentido entre la mayoría de los aspirantes (24) que hicieron el paseíllo. Salvo Fabián Barba (tres tardes, dos orejas y una vuelta), Mauro Lizardo (tres y una), Luis David Carrera (dos y dos apéndices en su debut), Christian Ortega (dos y una) y José Serrano (una y una, la tarde de su despedida como novillero), el resto no supo entregarse como enamorado perdido al compromiso torero consigo mismo, sin preocuparse por el sentido práctico de la vida o por la próxima novillada. Siendo nadie, comparecieron como si fueran alguien dentro del espectáculo.
Por su solvencia y decisión, el aguascalentense Fabián Barba exhibió cualidades para convertirse, muy pronto, en un auténtico puntero: valor, técnica, temple, cabeza y expresión. El tapatío Mauro Lizardo, quien junto con Christian y Rubén Ortega protagonizaran, bajo un diluvio, la novillada más vibrante de la temporada -primera de las de Telmex y en la que los tres alternantes cortaron oreja-, derrochó en todas sus actuaciones entrega, imaginación, variedad en los tres tercios y afición o gusto auténtico por estar en la cara de los novillos.
Luis David Carrera fue una grata sorpresa para los franciscanos asistentes. Incluido hasta el decimosegundo festejo, hizo gala de un sabroso toreo vertical e interior, no obstante lo poco toreado. Por su parte, Christian Ortega mostró gran solidez, quietud y ritmo con capote, banderillas y muleta, instrumentando desde luego las mejores verónicas del serial y realizando tres faenas de torero cuajado. José Serrano, maduro y con una idea clara de lo que es dar espectáculo, decidió tomar la alternativa luego de una completa actuación.
Lo demás fue lo de menos, siendo notorio el tono decreciente de jóvenes a los que se repitió, como Israel Téllez (cuatro tardes, desperdiciando dos buenos novillos), Víctor Martínez (cuatro actuaciones) y Mario Zulaica (tres). Más grotesca, si cabe, se vio la empresa al incluir a tres recomendados españoles sin mayor potencial, uno de ellos, Antonio Saavedra, protegido de Ponce, hasta en tres ocasiones.
Si se hubiese establecido un premio a la ganadería más brava, habría quedado desierto ante el desfile de catorce hierros a cual más de mansos, faltos de trapío o bravucones en el mejor de los casos, con unos cuantos ejemplares dóciles y repetidores no del todo aprovechados, por lo que tradición ganadera y sentido de autoridad continuaron por los suelos.