LUNES Ť 22 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť José Cueli

ƑEl domingo...?

En el embrujador encanto de la Plaza México, el alma de los tiempos pasados parece estar aprisionada entre las barreras y tendidos silenciosos que hacen surgir en la noche, medrosos contornos fantasmales en la plaza quieta y solitaria, evocadora de escenas y cuadros llenos de torerías. Esculturas toreras que el tiempo y la fantasía han ido envolviendo en hechizos ropajes de decires y fantasía.

Esta vieja y silenciosa plaza se fue forjando por la cálida imaginación de poetas y artistas del toreo en yunques de leyenda y evocación. El espíritu encuentra embrujados jirones legendarios y mágicas huellas evocadoras en las gradas, en los corrales, en sus rinconadas obscuras, en sus rejas y balcones, esmaltados en los inviernos con la brillante policromía de los tendidos llenos.

Ante el magno hechizo de la plaza -tiempo-espacio no cronológico- nuestro ser parece despojarse de los lazos que lo sujetan a la vida moderna y en su lugar cree ajustarse al pasado que es presente. Y van naciendo a la luz de la fantasía, escenas de amores fantásticos, mientras las campanas del viejo reloj van lanzando sus campanadas, lentas, suaves que dicen al espíritu de otros lenguajes intraducibles, fuera del yo, en las fronteras con la realidad.

El incesante correr del tiempo, sólo fugacidad del instante va tejiendo la historia de la plaza, con hilos legendarios. Así el tiempo está detenido, fuera del reloj, silenciosamente, bajo el peso de la ciudad que rompe el ensueño, al uniformarlo todo, comercializarlo todo, y este viejo coso, heredero de otros "españoles y mexicanos" queda aún (Ƒcuánto?) como añejo recuerdo de una fiesta brava que se defiende de desaparecer bajo el golpe cruel de la vida moderna, igualadora y sin espiritualidad.