Jornada Semanal,  21 de octubre del 2001                                    núm. 346
 Marco Antonio Campos

Aire de las colinas (cartas a Clara)

ILUSTRACION DE GABRIELA PODESTA
Compartimos con nuestro colaborador y amigo Marco Antonio Campos el gusto por la aparición de la correspondencia entre Juan Rulfo y Clara Angelina Aparicio Reyes, que debemos al investigador y novelista Alberto Vital Díaz. En esas cartas, escritas por el autor de El llano en llamas en la década de los cuarenta, descubrimos a ese “joven solitario, aislado, gran lector, escritor casi secreto” que aguardó tres años para que su futura esposa alcanzara la mayoría de edad; descubrimos también al supervisor de la fábrica Goodrich-Euzkadi, al cinéfilo, alpinista, fotógrafo… En buena medida descubrimos, en esta epistolaria íntima, a “todos los Rulfos el Rulfo”, parafraseando a ese otro cronopio que conoció y admiró la obra de este jalisciense admirable.

Un documento sentimental: Una tarde de 1943 en el café Nápoles de la ciudad de Guadalajara (un local que ya no existe), un joven de veintiséis años volvió a ver, luego de dos años, a una adolescente de quince, de nombre Clara Angelina Aparicio Reyes. Fue un deslumbrante instantáneo. La conoce. Luego de hablarle y conocerla, le propone matrimonio. Clara contesta que espere tres años. Rulfo acepta.

En octubre de 1944 le envía desde Guadalajara dos prosas con intenciones poéticas y el 9 de enero de 1945, ya en México, le escribe la primera carta y las seguirá escribiendo con menos o más regularidad, aun luego de dos años y medio de casado, hasta el 16 de diciembre de 1950. De 1944 son los dos textos líricos antecitados; de 1945, hay cinco cartas; de 1946, dos; de 1947, el año cuando se consolidó la relación, que es el más prolífico, hay cuarenta y una; de 1948, año de su matrimonio, veinte; de 1949, tres y de 1950, siete. No sabemos (puede suponerse muy bien) si hay posteriores. Rulfo no guardó una sola carta de Clara.

Hasta el 24 de abril de 1948, día de su boda, y hasta la última carta que se publicó en esta correspondencia, es decir cosa de siete años, el amor de Rulfo por la bella y leve adolescente a la que le lleva once años, es tiernamente devoto. "Creo en ti y en Dios, y en lo demás no creo", llega a decir con una frase que hubieran firmado también Bécquer y López Velarde.

El Rulfo de los años cuarenta que enviaba estas cartas era un joven solitario, aislado, gran lector, escritor casi secreto.

El rescate de la correspondencia se debe al investigador y novelista Alberto Vital Díaz, fiel estudioso por años, como otros investigadores –Jorge Ruffinelli, Sergio López Mena y Juan Antonio Ascensio– de la obra rulfiana. De Vital Díaz son también los siguientes libros: Lenguaje y poder en Pedro Páramo (1993), El arriero en el Danubio. Recepción de Juan Rulfo en lengua alemana (1994) y Juan Rulfo (1998).

Título: Seguramente elegido por la viuda, el título proviene de la metáfora que Rulfo escribe por primera vez en la carta del 3 de junio de 1947, donde la compara con el aire de las colinas "que golpea con golpes suaves y llenos de cariño". Tres meses después escribiría que ella era como el aire de las colinas que no dejaba "que las nubes bajaran hasta la pareja gracias a su virtud".

La escritura personal: Poco dice el carteo sobre la labor literaria de Rulfo y nada de su proceso creativo. Suele contarle a Clara las películas que ve pero casi nada de sus lecturas y apenas, un poco más, de su escritura. No había en Rulfo esa confianza en lo que escribía y que aun lo hacía pensar que sus relatos estaban hechos antes de tiempo. En la carta del 13 de mayo de 1947 dice: "Me van a publicar un cuento en una Antología de Cuentistas Mexicanos, ‘Nos han dado la tierra’. Yo les había entregado otro que se llama ‘Es que somos muy pobres’, pero lo encontraron subido de csolor. No sé por qué me salen las cosas tan crudas y descarnadas. Yo creo que porque no están hervidas en mi cabeza."

Juan Rulfo, foto de Rogelio Cuéllar/archivo La JornadaQuizá Pedro Páramo rondaba ya en la cabeza de Juan Rulfo mucho antes de empezar a escribirlo. En la carta del 1 de julio de 1947 cuenta a Clara que ha querido escribir algo y no ha podido, pero "si se llega a escribir se llamará Una estrella junto a la luna". Vital Díaz apunta que, según los especialistas, fue "uno de los primeros títulos provisionales de Pedro Páramo", y que un fragmento se publicó "en el número 1 de Letras patrias de enero-marzo de 1954, con el título de ‘Un cuento’". En una carta posterior Rulfo menciona de nuevo Una estrella junto a la luna, y dice que se trata de un cuento y que se lo enviará "a la carrera antes de publicarlo" para que le dé el visto bueno, cosa que a la carrera nunca ocurrió.

Poco más tarde, el 25 de agosto de 1947, vuelve a comentar "Es que somos muy pobres". Se ha publicado en la revista América, que dirige Efrén Hernández, protector de Rulfo. No se lo manda –dice a Clara– "porque está muy coloradito". En la carta siguiente escribe que lo leyó impreso y no le gustó, que lo halla muy mal escrito y las cosas no salen como quiere. "Además se me van por otro lado las ideas, y todo, al final, se echa a perder."

El gusto por la lectura: En varias cartas de 1947 habla de su gusto por los libros y la lectura. En la del 21 de marzo anota que la lectura obsesiva de libros desde niño representó un juego o un refugio, porque no sabía estar con los demás niños ni tampoco sabía divertirse. Un mes después dice a Clara que "la feria del libro se comió todo mi sueldo de este mes".

Creía que el exceso de lecturas lo había hecho flojo. Los que leen de esa manera, según él, "les da flojera hacer cualquier cosa". A fines de año se queja de sí mismo porque cuando camina o vagabundea sólo mira librerías. Promete a Clara cerrar los ojos cada vez que pase por una para no comprar libros.

Pasatiempos: En el aislamiento en que Rulfo vivía en los años cuarenta, además de la lectura, encontró algunos esparcimientos esenciales: el alpinismo, la fotografía y el deleite del cine. En el caso de la fotografía fue más allá: muchas de las fotografías que existen son verdaderas piezas de arte y se complementan y se integran de manera natural a su mágica obra narrativa.

Vida en la Ciudad de México en el sexenio alemanista: Pese a haber nacido en un pueblo (San Gabriel), en una vasta zona de campo seco, Rulfo se consideraba hombre de ciudad. Se sentía mejor, y lo decía. Prefería "los ruidos y las calles llenas de gente". En la Ciudad de México moró por primera vez de 1940 a 1952, pasó algunos meses en 1945 y 1946, y se instaló desde 1947 hasta el día de su deceso.

Antes de casarse el 24 de abril de 1948 tuvo varios domicilios en Ciudad de México: Molino del Rey (Tacubaya), Virrey Antonio de Mendoza 125 (Las Lomas), Bahía de Santa Bárbara 84 (Tacuba) y Filomeno Mata 17 (Centro). Poco antes de casarse alquiló un departamento en Río Duero 13-8 en la colonia Cuauhtémoc.

A veces Rulfo tomaba gusto a la Ciudad de México pero otras se quejaba de la dureza de la vida. Aquí había nacido Clara, y por un lado y por eso, podía haber dicho, como Pedro Páramo a Susana San Juan, que quería a la ciudad porque ella había nacido y vivido aquí. Pero por el otro lado, Rulfo rechazaba a la ciudad en una sola queja. En marzo de 1947, por ejemplo, se lamentaba de las madrugadas: "Me habían dicho que las primeras horas de la mañana eran tonificantes. Es pura mentira. Aquí el cielo amanece ceniciento y lleno de humo, y sólo por las noches se ve limpio y estrellado como tus ojos." Dos meses después le dice: "Y aquí la vida es dura, tremendamente dura. Y yo quisiera... no, chiquilla, no quisiera traerte para que te entretuviera jugando con la pobreza." Una vez, al salir a medianoche del cine, descubre que la ciudad es muy bonita... a oscuras.

ILUSTRACION DE GABRIELA PODESTAConfesiones de un escritor de treinta años: ¿Pero de dónde nació esa desconfianza e inseguridad de Rulfo frente al mundo aún en los años de gloria? Sin duda fueron fundamentales el asesinato de su padre y una infancia de orfandad. Escasísimas páginas confidenciales dejó el elusivo Rulfo y a quien las escribió fue a Clara, y casi todas en 1947, donde una y otra vez dice que sólo ella lo ha salvado de la situación triste y desoladora en la que hasta entonces había mal vivido. En la carta del 21 de mayo explica por primera vez la causa de su soledad de raíz: "Desde que estuve en la escuela [...] comenzó a formárseme el sentimiento de que estaba solo en la vida y de que nadie me quería. Llegué a llorar por eso, arrinconado en algún lugar oscuro. Y aunque tenía hermanos, estaba lejos de ellos, y tú sabes, por otra parte, que a esa edad los hermanos no piensan unos en los otros sino por curiosidad. Así hasta que crecí. Después nada. Nadie. La pura soledad." Líneas más adelante dice que las cosas hubieran sido de otra manera si sus padres hubieran vivido.

En junio 10 escribe: "Yo siempre me he sentido miserable, enormemente miserable, como te lo he dicho varias veces. Mucho, porque yo he querido serlo, mucho porque me han hecho sentir que lo soy. Me han golpeado, sabes, me han dado duros golpes en eso que le llaman sentimiento. No sé quién; pero si sé que a veces, cuando me examino el alma, la siento un poco quebrada."

Rulfo sentía que no era un hombre bueno. Lo perseguían y lo habitaban los demonios; sólo Clara le había matado el peor. Le dice en enero de 1948: "Me has quitado el demonio de la tristeza y el desaliento."

En las cartas posteriores las confesiones se apagan.

Un trabajo extraño: En los años previos al matrimonio y en los inmediatos posteriores Rulfo trabaja en la fábrica de llantas Goodrich-Euzkadi. Los parientes paternos ocupan diversos puestos, y uno de los de mayor influencia es el tío David, hermano de su padre. El trabajo en la fábrica ("llena de humo y de olor a hule crudo") es desagradable, y más en un principio, cuando debe supervisar a los obreros, es decir, ser una suerte de capataz. En febrero de 1947 dice que nunca había visto "tanta fuerza unida para acabar con el sentido humano del hombre, para hacerle ver que los ideales salen sobrando, que los pensamientos y el amor son cosas extrañas".

Renuncia a su cargo de supervisor pero los parientes mandan llamarlo. En la siguiente carta, del primer domingo de marzo, le cuenta que el tío Edmundo Phelan Rulfo (que aparece varias veces en la correspondencia) le ofrece cualquier otro lugar en la fábrica. Pensando en Clara, pensando en el matrimonio, acaba por aceptar ir a Ventas, "un lugar que se parece más a este mundo". En octubre cuenta que no le gusta el medio de las llantas y menos "tener que aguantar a una bola muy grande de gachupines neurasténicos" pero no puede jugarse su inmediato porvenir.

Luego de la boda, Rulfo debe estar semanas o meses fuera de México. En ese 1948, sabemos por sus misivas que estuvo en Puebla (Teziutlán) y Veracruz (Gutiérrez Zamora, Papantla, Poza Rica y Tuxpan). Se lamenta del trabajo y de no verla, pero nunca al grado de lo que protesta en el carteo al año siguiente.

Hacia julio de 1949 Clara se ha ido a Guadalajara. A fines de julio Rulfo le escribe que hay expectativas para que lo cambien al departamento de Publicidad. En agosto vuelve a Veracruz. Empieza la pesadilla. Más de una vez piensa en echar el trabajo por la borda. El trabajo se ha vuelto muy pesado y debe soportar la hostilidad de su jefe inmediato con nombre carcelario (Lecumberri) y ni siquiera hay la esperanza de una mejora salarial. Se hallan con más deudas que antes. Los señores de la Euzkadi, refiere dos meses más tarde desde Xalapa, valúan mucho los trabajos que dan a sus subordinados y colaboradores. En una frase brutal y desconsoladora, Rulfo escribe que estos señores "creen que el pan y la leche que comemos vale más, mucho más caro, que la pobre tranquilidad que estamos necesitando, y sobre todo están exigiendo más cada día, como si uno les perteneciera por entero, como si uno fuera la masa con que amasan sus negocios". Menos que los novecientos pesos que le pagan y que está seguro de desquitar, es el desaliento en que se hunde del que debe cuidarse y defenderse.

Hacia principios de octubre de 1950 Clara se ha ido a Guadalajara. Se prepara para recibir a su segundo hijo (Juan Francisco). Parecen haber cambiado de puesto a Rulfo en la fábrica, porque ya no se lamenta ni protesta; en cambio, en sus cartas de noviembre y diciembre, comenta las excursiones que el Club de la fábrica organiza los domingos. Desde Ciudad de México Rulfo, en esos meses, se queja de la tristeza y la soledad sin Clara ni Claudia (la hija de pocos meses de nacida), comenta de amigos y familiares que ve, del duro frío de noviembre, de los triques y chunches de la casa.

La correspondencia termina el 16 de diciembre de 1950. Rulfo está emocionado y exultante al saber que ya nació su hijo Juan Francisco y de que todo salió muy bien en el parto. Sólo espera el día 23 para trasladarse a Guadalajara, y estar con ellos.

Todo termina en plena armonía familiar. Lo demás, aquella correspondencia después de 1950, si existe, aún está por conocerse y contarse.

El legado de Rulfo: Lo traté en los últimos años de su vida. Yo sentía que la gloria tenía en él doble rostro. Le incomodaba y aun irritaba el asedio de la gente en la calle pero al mismo tiempo tenía la necesidad de ser reconocido. Gran solitario de cafés, sólo quería estar en compañía de quien se sentía a gusto y sabía oírlo. Era fascinante oírlo hablar de novelas, de su región jalisciense, de historias familiares, de historia y geografía de México. Celoso de su intimidad, apenas si comentaba de las tribulaciones y las dichas de su vida diaria. Fervoroso cristiano y guadalupano, según se trasluce en las cartas a Clara, no hablaba, o no conmigo, de sus creencias. Guardaba rencores. Jamás perdonó a quienes en algún momento reprobaron sus maravillosos libros hechos más allá del tiempo, como Alí Chumacero, Archibaldo Burns y José Agustín.

Su obra literaria y fotográfica vive hoy más que nunca. A diferencia de otros autores, él, igual que Borges, no ha conocido el limbo. Sigue siendo leído y estudiado por miles de lectores que se encantan con la magia terrible de las páginas de sus libros. Por eso, por la grandeza artística de Rulfo, leemos con atención estas cartas –que son, como dijimos, un documento sentimental–, para saber algo de la persona del enigmático y genial autor de El llano en llamas y Pedro Páramo, dos libros donde la poesía y la música hacen hablar en increíbles acordes a la vida y la muerte.