Jornada Semanal, 21 de octubre del 2001                                     núm. 346

 

LA CABALLADA Y LA ILUSTRACIÓN

La Ilustración y sus afanes enciclopedistas, plasmados maravillosamente (esta palabra no hubiera sido del agrado de los seguidores de la noble Diosa Razón) en ese monumento al saber humano coordinado por el infatigable Diderot, defendían con singular entusiasmo a la educación y aseguraban que era el medio ideal para hacer “sabios y virtuosos a todos los hombres”. La Revolución francesa, nos dice Blanca Estela Gutiérrez Grajeda, la convirtió en panacea y en un mecanismo esencial para alcanzar la igualdad, la libertad y la fraternidad. Más tarde, los positivistas, llevados por el mucho amor a la ciencia y al progreso, se enfrentaron a los tradicionales estudios humanísticos con un proyecto educativo que tuvo una corta duración, pues muy pronto mostró sus deficiencias y sus parcialidades. Sin embargo, es necesario reconocer lo que Comte y sus seguidores aportaron al desarrollo de las ciencias, la investigación y, particularmente, la metodología educativa.

Los positivistas mexicanos, agrupados en el Partido Científico, dieron a Porfirio Díaz, caudillo del “primer proyecto de modernización que logró encarrilar al país dentro de la senda capitalista del progreso e insertarlo en el concierto de las naciones civilizadas” (Blanca Estela dixit), un modelo educativo que, en el fondo, no era del agrado del Dictador quien, en varias ocasiones, había manifestado su desconfianza ante la educación popular con una apabullante frase cuartelaria: “Que no se alborote la caballada.” Sin embargo, como la educación era un aspecto esencial del proyecto modernizador, el astuto espadón propició la elaboración de un plan que tuvo su origen en los congresos de Instrucción Pública celebrados en 1889 y en 1890. No debemos olvidar que, gracias a su moderno y eficiente aparato propagandístico que imprimía en Francia hermosos libros con memorias e informes sobre la modernización de México, el régimen de Diaz fue visto con interés y simpatía por los progresistas europeos: León Tolstoi lo consideró un gobernante ilustrado y alabó sus hazañas industrializadoras, ferrocarrileras y, sobre todo, educativas. El “mátalos en caliente” y otras barbaridades cuartelarias y policiacas eran una realidad de tejas para abajo.

Sobre estos y otros muchos temas relacionados con las grandes líneas de una política educativa y con el caso particular de Querétaro, trata el notable ensayo histórico de Blanca Estela Gutiérrez, quien agrega a su eficiente metodología de la investigación que le permitió reunir una serie de datos y de estadísticas muy valiosos, un estilo de gran corrección que da a su prosa una ligereza inusual en estos terrenos y un apreciable grado de amenidad.

Blanca Estela analiza a fondo el carácter laico del proyecto educativo del porfiriato, pero afirma que en Querétaro y en otros estados del centro del país, la educación fue permeada por “la profunda religiosidad católica” característica de esa región dominada por el pensamiento conservador. Es claro que esta circunstancia deterioró el clima tolerante que intentaron mantener las autoridades educativas comisionadas para vigilar el modus vivendi con la prepotente jerarquía eclesiástica. A este respecto, la autora nos recuerda la belicosa reacción popular provocada por la apertura de la Iglesia metodista y de su Instituto. A pesar de la cerrada oposición ambas pudieron funcionar, pues el viejo dictador y sus caciques locales cultivaron una política doble y estrictamente pragmática que mantenía vigentes las leyes de Reforma y calmaba a la soberbia jerarquía eclesiástica cerrando los ojos ante sus excesos, pero manteniéndola a raya para evitar su intervención directa en las “cuestiones terrenales” que, en el fondo, le interesaban más que las celestiales. Esta situación prevaleció hasta la época en la cual el señor Salinas dio por terminado el laicismo juarista y estableció un nuevo concordato muy oneroso para los poderes civiles.

Recomiendo ampliamente la lectura de este ensayo que contiene datos muy concretos y reflexiones capaces de enriquecer el debate sobre la historia de la educación en nuestro país. Seguimos enfrentando posiciones extremistas acerca de estos temas fundamentales para el desarrollo humano. Sólo la tolerancia, implícita en el laicismo, nos permite entrar a estos terrenos con espíritu democrático manteniendo el respeto por todas las formas del pensamiento. De alguna manera, lo importante es defender la racionalidad frente al embate constante de los insensatos fundamentalismos.
 
 

Hugo Gutiérrez Vega
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