URGENCIA
Mientras
siguen llegando manifiestos de organismos y personalidades de México
y del exterior para condenar la infame ejecución de la abogada Digna
Ochoa y exigir el inmediato esclarecimiento del crimen, no puede dejar
de sorprender que pasaran más de 24 horas del asesinato para que
se rompiera, con un comunicado, el silencio por parte de la Secretaría
de Gobernación, pero no se tienen aún palabras expresas y
precisas del Presidente de la República.
Estamos ante una ejecución criminal dirigida, en
la persona de Digna Ochoa, contra todos los defensores de los derechos
y las libertades de los mexicanos. El asesinato de una destacada defensora
de presos y perseguidos políticos y sociales tiene un significado
diferente al de los varios crímenes políticos aún
no esclarecidos del pasado reciente. En medio de una ofensiva general contra
los derechos y las libertades de los ciudadanos desatada en muchos países,
empezando por Estados Unidos, este asesinato en México, quienquiera
lo haya realizado, está dirigido a crear un clima de temor contra
quienes persisten en defender libertades y derechos para todos y el estricto
respeto de las normas jurídicas en nuestro país.
Están también directamente amenazadas las
abogadas Pilar Noriega y Bárbara Zamora, que con determinación
y valentía ejemplares han continuado su labor de defensoría.
Ellas y sus familiares deben recibir protección y apoyo de las autoridades
correspondientes, así como la solidaridad de sus colegas profesionales.
Es urgente ubicar y castigar a los asesinos y poner al
descubierto a sus cómplices y mandantes. No pueden repetirse casos
como el de la abogada Norma Corona, cuyo asesinato continúa impune.
Está en juego la responsabilidad de las autoridades federales y
de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal.
TIEMPO PARA REFLEXIONAR
Precisamente cuando la incertidumbre y el miedo amenazan
con apoderarse del imaginario de millones de personas, cuando la inmediatez
limita los espacios de reflexión, cuando la muerte se disfraza de
justicia, es necesario hacer una pausa para pensar con claridad sobre las
causas, los porqués de la violencia y el odio que atestiguamos.
Algunas de las mentes más sensatas del mundo han
llamado la atención sobre las principales razones que han dado pie
a la escalada de conflictos que hoy enfrenta la humanidad: la enorme desigualdad
económica, la injusticia social y la pobreza que azota a millones
de seres humanos.
Carlos Fuentes ha sumado su voz a las de Noam Chomsky,
Susan Sontag, John LeCarré, James Petras o el filósofo alemán
Jurgen Habermas, y a la de una larga lista de gente pensante y bien informada
que coincide en que la raíz de los problemas de violencia está
en el desorden económico mundial, y en que es necesario unir esfuerzos
para transformar el actual escenario de injusticia y encaminar el mundo
hacia un nuevo orden internacional.
Con toda razón Fuentes pregunta si ha llegado el
momento para aceptar que los fundamentalismos --tanto de Estados Unidos
como de los islamitas-- son, finalmente, producto de un mundo muy injusto,
de riqueza mal distribuida, en el que se emplean miles de millones de dólares
en vanidades y belicismo y se dejan de lado las necesidades básicas
de por lo menos la mitad de la población mundial. Y advierte con
el mejor español que si no se instaura una cultura humanista, cuya
base sea la sociedad civil, "este mundo tiene todas las trazas de que se
lo lleve la chingada".
Nadie que presuma de sensatez puede pensar que las acciones
militares de Estados Unidos son un acto de justicia y, mucho menos, que
con ellas se esté bosquejando un escenario de paz y libertad. Mientras
no se atienda el problema de la pobreza y la desigualdad, la violencia
seguirá siendo un lamentable indicador del desorden económico
mundial. Así lo han entendido en Berkley, California, donde la mayoría
de la comunidad se ha manifestado en contra de la guerra.
Sin embargo, el presidente Bush declaró ayer, en
la primera jornada de la cumbre del Foro de Cooperación Económica
Asia Pacífico (APEC), que su guerra contra el terrorismo es también
contra aquellos que han atentado contra la economía mundial. Bush
pretende poner la guerra al servicio de un modelo hegemónico de
economía, que en mucho ha sido el causante del ensanchamiento de
la brecha que separa a ricos de pobres.
Si bien los ataques del 11 de septiembre acertaron contra
un símbolo del poder financiero de Estados Unidos, resulta absurdo
equiparar a terroristas con los detractores de un sistema económico
mundial que, como los mencionados en párrafos anteriores, lo consideran
una fuente generadora de injusticias y que, más que criticar a la
globalización, han puesto de relieve las consecuencias de la inequitativa
distribución de la riqueza.
Bush parece no comprender que el sistema económico
que con tanto ahínco defiende se está topando de frente con
los escarpados muros del hambre y la pobreza. Una cosa es el combate al
terrorismo y otra muy diferente es la defensa de un modelo económico
ad hoc a los intereses estadunidenses.
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