DOMINGO Ť 21 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť Carlos Bonfil
Cuestión de gustos
El quinto Tour de Cine Francés en México arranca esta semana con una selección muy atractiva: siete largometrajes, casi todos del 2000, entre los cuales destacan obras del veterano portugués Manoel de Oliveira, Regreso a casa (Je rentre a la maison), estelarizada por un Michel Piccoli magistral, y del chileno radicado en Francia Raúl Ruiz, La comedia de la inocencia, con Isabelle Huppert y Jeanne Balibar en un fascinante duelo de actuaciones. El ciclo presenta también La culpa la tiene Voltaire (La faute a Voltaire), del director beur Abdellatif Kechiche; La terapia del placer (Nationale 7), de Jean-Pierre Sinapi, y Cerca de las estrellas (Tout pres des étoiles), de Nils Tavernier, documental sobre la faena cotidiana de los bailarines de la Opera de París. Retengo, por gusto personal, las tres primeras cintas mencionadas, y destaco en esta primera entrega dos trabajos más, realmente sobresalientes: El gusto de los otros (Le gout des autres), de Agnes Jaoui, y Cuestión de buen gusto (Une affaire de gout), de Bernard Rapp.
En estas dos últimas cintas los títulos son cajas de resonancias maliciosamente ambiguas. El gusto de los otros evoca el misterio de la atracción por lo diferente, por una otredad radical, por la persona en todo opuesta a nosotros; gusto condenado por los amantes de la uniformidad y la rutina. Un hombre de negocios perfectamente banal se enamora de una actriz con aspiraciones intelectuales. La comedia marivaudiana de equívocos y galanterías agridulces se vuelve paulatinamente una reflexión sobre la relatividad de los gustos intelectuales y las apetencias carnales -un elogio de lo particular en materia amorosa. En México se le asesta de modo abusivo y torpe un título, El gusto de todos, que dice estrictamente nada y que, para colmo, carece del atractivo comercial que supuestamente buscan sus perpetradores.
Agnes Jaoui, guionista y actriz muy talentosa, colaboradora de Cédric Klapisch (Un aire de familia) y de Alain Resnais (Siempre la misma canción), se revela en su primer largometraje una aguda observadora de los clichés y estereotipos de la clase media francesa, y paralelamente del mundo artístico en provincia (galerías de arte, estrenos teatrales) y sus manías y desaseos morales. La acción transcurre en Rouen, capital normanda. El gusto de los otros es una galería de espejos deformantes, la vida vista a través del teatro; el teatro a través del cine, y el amor a la manera de reflejo de una ilusión cómica, como en El último metro, de Truffaut, sólo que el homenaje a Corneille se vuelve aquí elogio de la pasión raciniana. Los versos trágicos de Bérenice anticipan la trama de un amor no correspondido, y en una alquimia sorprendente, la realizadora propone giros narrativos, si no imprevisibles, al menos sí seductores por la viveza y espontaneidad del diálogo, por el desempeño de un reparto formidable, y la originalidad y acierto con los que el dúo de escritores Jean Pierre Bacri y Agnes Jaoui, ilustran una máxima moral de La Bruyere: "El placer más delicado consiste en procurar placer a los demás". La cinta fue postulada al Oscar como mejor película extranjera, su éxito comercial en Francia fue enorme, y dentro de este tour es posiblemente la propuesta más seductora.
En materia de seducción, el ciclo añade sin embargo otra revelación, esta vez inquietante: el retrato de otro personaje de provincia (Lyon, capital de la gastronomía), un hombre de negocios (Bernard Giraudau), enamorado de sí mismo y de la exquisitez de su gusto culinario. En Cuestión de buen gusto este hombre se procura un cómplice, a la vez vasallo, un joven mesero al que contrata como su degustador personal, para luego vampirizarlo implacablemente en una dialéctica de amo y esclavo -relación de poder, vagamente sexual, tortuosamente amorosa, gastronómica hasta el delirio, que no sólo evoca al Fassbinder de El derecho del más fuerte, sino al Greenaway y al Ferreri de memorables perversidades culinarias. Giraudeau ofrece la composición soberbia de un personaje que semeja ser el doble del protagonista de Gotas de agua sobre piedras ardientes, de Francois Ozon, basada en una obra teatral de Fassbinder.
Del gusto de los otros transitamos al maniático gusto de un egoísta insufrible, deseoso de someter a otra persona al grado de obligarla a compartir sus apetencias y sus fobias, de suprimirle su vida privada y convertirlo en apéndice suyo, eco de su propia voz, degustador estilo borbónico, marioneta de su infatigable tiranía doméstica. Si la estupenda cinta de Agnes Jaoui deriva lentamente en una visión idílica de la pasión amorosa, la propuesta de Bernard Rapp es de principio a fin una sátira implacable, la negación abierta de toda dignidad en la efusión amorosa, el escepticismo que sólo encuentra solaz en el ejercicio de una crueldad programada. Regreso a los moralistas franceses: ƑEl placer más delicado no sería tal vez el de privar a los demás de su disfrute? Cuestión de gustos.