sabado Ť 20 Ť octubre Ť 2001
Miguel Concha
Carbunco
Hace 125 años Robert Koch dio a conocer los experimentos que lo llevaron a descubrir un microbio muy resistente e infeccioso, que causa graves daños en las ovejas, cabras, vacas y caballos: el bacillus anthracis, el cual, tratado con penicilina y tetraciclinas, produce afectaciones no letales en personas que esporádicamente están en contacto con animales infectados o sus productos. En honor a Edwar Jenner, quien casi cien años antes había descubierto la de la viruela, Pasteur llamó por primera vez en la historia "vacuna" a su método para prevenir esta enfermedad llamada carbunco en su forma cutánea o respiratoria, al presentar sus resultados en 1881 ante el Congreso Mundial de Medicina de Londres.
A pesar de que un protocolo de Ginebra prohibía desde 1925 el uso de armas químicas o biológicas, en 1946 el gobierno inglés ordenó secretamente y con propósitos aparentemente disuasorios la producción de 10 mil bombas de esta naturaleza, con gérmenes patógenos como el ántrax, que serían eventualmente transportadas y dirigidas contra objetivos soviéticos. Teniendo en cuenta sobre todo que durante la guerra fría se optó por garantizar lo que entonces se llamó la paz mundial mediante el equilibrio nuclear, en 1954 se decidió abandonar este programa de la fuerza aérea británica, conocido como Red Admiral, no sin antes haberlo experimentado en otras partes con plantas y animales.
No obstante que en 1972 se adoptó una Convención Internacional sobre Armas Biológicas y Tóxicas, se calcula que hoy en día 18 países poseen armamentos más sofisticados y dañinos de este tipo, dados los avances de la tecnología y de la ingeniería genética. Se sabe, por ejemplo, que durante esos años la Unión Soviética desarrolló un programa secreto de armas biológicas para burlar sus compromisos de destruir todas sus reservas de carbunco y otros gérmenes para la guerra. Hoy se dice además que la cepa de bacillus anthracis, aparecida en las últimas semanas en las ciudades de Miami, Nueva York y Washington, es similar a la cultivada en los años cincuenta en la Universidad de Iowa, distribuida a muchos laboratorios de todo el mundo, incluido Irak.
Por ello mismo resulta temerario y sospechoso comenzar a culpar ahora a esta última nación de tales ataques, lo que más bien obedece a intenciones estratégicas del gobierno estadunidense, pues, como explica Ritter Scott, inspector de las Naciones Unidas en Irak desde 1991 hasta 1998, hay poderosas razones militares, políticas, diplomáticas y científicas que desaconsejan tal incriminación, entre otras que el tipo de ántrax utilizado por ese país antes de la destrucción de sus laboratorios para fabricar tales armas provenía de una compañía establecida en Rockville, Maryland. Hoy algunos apuntan, en cambio, a los restos del programa militar soviético Biopreparat, arriba mencionado y desbaratado a partir de 1992, cuyos científicos, se especula, podrían haber vendido sus secretos en el mercado libre, pues, como se lamenta Edward Hammond, director de la organización Sunshine Project, dedicada a controlar las armas biológicas, en el artículo "El fantasma de la guerra bacteriológica", publicado en La Jornada el pasado martes 16 de octubre, los ineptos intentos por resolver algunos de los problemas derivados del fin de la guerra fría por parte del gobierno estadunidense, permitieron el achicamiento de los compromisos de controlar el armamento biológico y químico. No debemos olvidar, por ejemplo, que todavía en julio de este año Estados Unidos se retiró del Protocolo de Verificación del Convenio de Armas Tóxicas y Biológicas, principal instrumento jurídico internacional contra este tipo de armamento, amenazando incluso con desalentar a otros países para que lo suscribieran, particularmente la Unión Europea.
Es difícil además pensar que tal tipo nuevo de bioarmas, denominadas de "alto grado" por su capacidad letal y facilidad de diseminación, pueda ser fabricado en Afganistán, pues, según explican los científicos, en su elaboración se requiere preparar cultivos de muestras, purificar agentes, estabilizarlos, producirlos en las cantidades requeridas y desarrollar fórmulas para diseminarlos, como lograr esporas de carbunco que puedan ser respirables para infectar.