Adolfo Gilly
La expedición punitiva del presidente BushŤ
Los acontecimientos corrientes, tal como los vemos desde el último 11 de septiembre, son el inesperado y sin embargo lógico resultado de lo que se ha denominado "globalización", un proceso donde el aumento vertiginoso de los intercambios es la otra cara de la creciente desaparición de las regulaciones legales de esos intercambios y del desmantelamiento de los derechos de los individuos y de la sociedad antes protegidos por dichas regulaciones.
Horror y tragedia cayeron juntos sobre todos nosotros ese 11 de septiembre desde Nueva York y Washington. Esta repercusión mundial instantánea de los atentados criminales, incluida en los designios de los terroristas, apareció como otra de las caras del actual estado de cosas en el mundo. La guerra, como ya sucedió en el siglo xx, amenaza ser en el siglo xxi un nuevo escalón ascendente e ineludible de la globalización.
En otras palabras, el proceso irreversible de la globalización está tomando este aspecto perverso. Mucho antes de que ese proceso pueda llegar a culminar en un solo sistema económico mundial -y estamos lejos de ello, si consideramos los miles de millones de seres humanos marginales o ajenos a "los mercados" tal como nosotros los entendemos- se está intentando establecer un solo orden mundial y una unificación de la fuerza militar como garante de ese orden. No es posible ni deseable oponerse a la globalización de los intercambios comerciales, tecnológicos y culturales. ¿Es posible evitar que los acompañen como su sombra la violencia y la guerra?
El gobierno de Estados Unidos proclama, como su derecho y su deber, la aplicación de la ley (enforcement of law) a escala mundial. De ahí se seguiría su derecho a la interpretación de la ley y a la definición de la justicia. En consecuencia, serían atributos suyos el poder militar, el poder financiero, el poder jurídico y el poder punitivo. Un ejército, una ley, una justicia y un derecho a castigar como monopolio legítimo universal de Estados Unidos son, en efecto, la tendencia y el proyecto contenidos en las palabras y los hechos del gobierno del presidente Bush a partir del pasado 11 de septiembre y, en particular, en su discurso del 20 de septiembre.
Esta es la forma de existencia en la realidad mundial alcanzada en el presente por la globalización. Si nos remitimos a la historia pasada de la constitución de sistemas mundiales, comprobaremos que este desenlace guerrero, bajo una forma u otra, era casi inevitable, aunque en modo alguno puede afirmarse que su éxito esté asegurado.
Un rasgo singular de este conflicto de la modernidad es que las dos organizaciones militares enfrentadas: Al Qaeda y el Pentágono, no invocan como legitimación de sus acciones intereses o derechos, cuyo carácter siempre relativo permitiría incluirlos y dirimirlos dentro de los marcos legales de las Naciones Unidas. Invocan, cada uno, dos absolutos premodernos: el Bien y el Mal, Dios y Alá, Satán y los Infieles. Una vez en este terreno, la única salida pensable es la aniquilación del Otro y sus aliados. Entre las muchas víctimas de la forma perversa tomada por la globalización, está también la razón humana.
El 9 de marzo de 1916 una columna de las fuerzas de Pancho Villa cruzó la frontera, atacó la pequeña ciudad de Columbus, Nuevo México, y se retiró después de sufrir importantes bajas frente a la guarnición local. Era el primer ?y hasta este 11 de septiembre, el único? ataque extranjero sobre territorio de Estados Unidos. El presidente Wilson lanzó en persecución de Villa la Expedición Punitiva. Cinco mil hombres encabezados por el general Pershing penetraron en territorio mexicano el 16 de marzo de ese año, en busca del inencontrable guerrillero. A comienzos de febrero de 1917, en vísperas de la entrada de Estados Unidos en la guerra mundial, la Expedición Punitiva se retiró de México sin haber logrado atrapar a Pancho Villa, pero habiendo aumentado notablemente la popularidad de éste entre los mexicanos. En su magistral biografía Pancho Villa (Ediciones Era, 1998), Friedrich Katz cuenta con sabrosos detalles este episodio
Cuando el presidente Bush dijo que esta crisis mundial es "la primera guerra del siglo xxi", tal vez exageró llamando "guerra" a lo que hasta ahora aparece más bien como una Expedición Punitiva de estos tiempos globales y altamente tecnológicos. Pero tenía perfecta razón en prever nuevas, impredecibles e inconmensurables guerras en las décadas venideras.
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Tomó una buena parte del siglo xix y casi la totalidad del siglo xx conquistar los derechos, las regulaciones y las leyes que protegían a los seres humanos, sus vidas y su trabajo bajo todas sus formas en muchos países, y tener lo que se solía llamar Estados de bienestar. Tomó dos guerras mundiales y muchas revoluciones y rebeliones alcanzar los equilibrios reflejados en la Organización de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esos equilibrios son hoy cosa del pasado, y el Pentágono tiene mucho que ver con su destrucción. Durante los años 90 fueron demolidos casi de un solo golpe, como las Torres Gemelas. En su lugar quedó este mundo actual, sin derechos públicos y sin derechos sociales frente a la dictadura sin rostro de los "mercados".
Con "los mercados" no es posible discutir. No es posible organizarse para tratar y negociar con ellos. Tampoco se los puede llevar ante la justicia. No están, no existen materialmente, nadie los representa. Son un espectro invisible, omnipresente y todopoderoso frente al cual ninguna acción parece posible. Este es el estado del mundo globalizado y de la insoportable pobreza y desamparo en la mayoría de los países del planeta. La actual es una crisis de esta forma de organización del mundo.
Como país vecino de Estados Unidos y como miembro del TLC, esta crisis coloca a la política exterior mexicana en una encrucijada.
Desde el final de la guerra de 1847 hasta la última década del siglo xx, México ha mantenido una amistosa y respetuosa distancia con relación a Estados Unidos, aun cuando entre 70 y 80 por ciento de nuestro comercio exterior a lo largo del siglo xx tuvo lugar a través de la frontera norte. La negativa a romper relaciones diplomáticas con Cuba, incluso en tiempos en que la política interna del gobierno mexicano era casi la contraria de la cubana, es un buen ejemplo de esta conducta, arraigada en razones nacionales, históricas y geopolíticas.
Cualquiera sea su régimen político, México está obligado a preservar esa distancia como cuestión de independencia nacional, autodeterminación política, democracia interna y protección histórica de su integridad territorial. Si quiere gobernar por sí mismo sus asuntos internos (uno de los atributos necesarios de cualquier régimen democrático), México está obligado a ser un vecino amistoso, pero cauteloso hacia las políticas internacionales de su poderoso socio.
Desde el presidente Porfirio Díaz y durante casi todo el siglo xx, México siguió esta línea de política exterior. Mantuvo un cuidadoso equilibrio entre Estados Unidos, su vecino y principal socio comercial; Europa, decisiva fuente de cultura y principios jurídicos; y América Latina, donde más fuertes son los lazos históricos y lingüísticos (y un idioma común es en verdad un poderoso lazo).
Este equilibrio ha sido roto. Lo que hoy está sucediendo, desde el encuentro entre el presidente Fox y el presidente Bush en febrero de 2001 y con mayor fuerza a partir del pasado 11 de septiembre, es un intento del gobierno mexicano para romper esa trayectoria histórica de México y establecer con Estados Unidos una relación privilegiada, la más fuerte y estrecha de todas, no sólo en el comercio y la economía sino además en la política, la cultura, la guerra y los fundamentos jurídicos del Estado.
Con el apoyo del gobierno mexicano a la declaración de guerra del presidente Bush el 20 de septiembre pasado, esa relación podría convertirse en una subordinación política, peligrosa para México y para el porvenir de las buenas relaciones entre ambos países.
Esta política arriesga romper un equilibrio histórico con motivo de una coyuntura incierta y no claramente definida. Una ruptura así puede resultar una improvisación sin beneficio inmediato para nadie que, con inevitables costos, la historia sucesiva se encargaría de corregir. En tiempos de crisis y conflicto México, si actúa como nación amiga, debería conducirse como una fuerza de contención, paz y apoyo moral independiente hacia Estados Unidos como nación, pero no como un ciego seguidor de la actual política de venganza armada del establishment estadunidense.
Toca a México decidir. Cualquiera sea esa decisión, tendrá una fuerte carga de futuro.
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Estados Unidos tiene hoy demandas sobre México: en especial petróleo, energía y territorio (ante todo el Istmo de Tehuantepec y el control de la frontera sur). Son demandas geopolíticas, no económicas. Estados Unidos necesita cerrar las nuevas fronteras de Fortress America, desde Alaska hasta Panamá, incluyendo el Golfo de México y el Caribe, el Mare Nostrum del Imperio, y asegurarse el control del petróleo bajo esa plataforma continental.
México no tiene por qué ceder a esas demandas, mucho menos en los términos apremiantes en que están hoy planteadas. Tomar una posición fuerte y sin medias tintas contra el terror, la violencia y el terrorismo significa hoy para México arrojar su peso histórico y geopolítico, como nación y como Estado, para la construcción de una política de globalización en la cual los derechos precedan y determinen los contenidos de la economía y de las tecnologías.
Si queremos que la globalización no esté destinada a traer consigo nuevas guerras como las que anuncia la presente crisis, entonces será necesaria una política internacional de globalización social. Si no queremos que las violencias del terror, de las armas, de la miseria y del hambre sigan creciendo, necesitaremos una nueva legalidad internacional, una renovada Declaración Universal de los Derechos Humanos válida por encima de las fronteras nacionales, cuyo núcleo debería ser una Carta de Derechos Sociales para el siglo xxi.
El artículo 5 de la OTAN dice que un ataque a una de las naciones fimantes será considerado como un ataque a todas. Es un pacto de solidaridad militar entre un grupo de gobiernos y sus ejércitos. Una globalización a la medida humana, por el contrario, debería estar basada en la vieja fórmula de la solidaridad entre los trabajadores y entre los seres humanos, el lema de los Industrial Workers of the World (IWW) en Estados Unidos a principios del siglo pasado: un agravio contra uno es un agravio contra todos. Bajo ese lema apoyaron a Ricardo Flores Magón y a la organización de sindicatos industriales en el norte de México.
Podemos comenzar por proponernos establecer esta regla en nuestro territorio común, América del Norte, del modo como se lo propusieron hace un siglo los IWW en Estados Unidos y en México: organizando al trabajo, bajo todas sus formas actuales, en un pie de igualdad y con los mismos derechos en nuestros tres países del TLC. Esta organización podría tener en su ámbito una influencia tan universal como la que tiene hoy la economía de América del Norte en su conjunto o la fuerza militar de Estados Unidos en particular.
El terror se nutre de la miseria, la explotación, el hambre, las enfermedades, la negación de los derechos, la humillación cotidiana y sin fin de miles de millones de seres humanos. La respuesta al terror no es la represión ni la guerra. Es la organización autónoma y democrática de la sociedad para alcanzar todos los derechos para todos. La respuesta no es la venganza, sino la justicia.
Sin derechos para todos, no tendremos paz para nadie.
Ť Texto de una conferencia dictada en el Centro de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Berkeley, California, el 5 de octubre de 2001. La representante de Berkeley y Oakland en el Congreso de Estados Unidos, Barbara Lee, fue en septiembre el único voto en contra del otorgamiento de poderes extraordinarios al presidente Bush para ir a la guerra. El 17 de octubre, el cabildo de la ciudad de Berkeley aprobó una resolución pidiendo a Bush la suspensión de las acciones armadas en Afganistán.