jueves Ť 18 Ť octubre Ť 2001
Angel Guerra Cabrera
Afganistán: primer movimiento
Washington ha desencadenado una espiral siniestra con la agresión a Afganistán. Al costosísimo castigo que inflige e infligirá a la sufrida población afgana se suma la perspectiva de desbarajuste regional y mundial que ya se perfila tras diez días de ataques aéreos.
Las noticias son dispersas y casi siempre sesgadas, pero se puede deducir razonablemente que las víctimas del descomunal bombardeo estadunidense ascienden ya a varios cientos. Tal vez nunca sepamos con certeza el número de vidas segadas de afganos por los ataques aéreos y las operaciones terrestres -supuestamente inminentes-, pero es evidente que estamos sólo ante el comienzo de lo que se vislumbra como una tragedia humanitaria de gran magnitud en el país centroasiático.
Miles de personas huyen hacia Irán y Pakistán, países que albergan ya 4 millones de afganos expulsados por 20 años de conflicto bélico. Cuando menos cientos de miles, si no millones -los cálculos varían-, morirían en Afganistán de hambre y enfermedades asociadas a ella si no se les hace llegar alimentos antes que inicie el invierno. Para ello es indispensable detener los ataques aéreos, alegan ONG humanitarias y Mary Robinson, comisionada de Derechos Humanos de la ONU. 100 mil niños corren el riesgo de perecer por diarrea y enfermedades respiratorias, alerta el Unicef, 20 veces la cantidad de víctimas en los atentados terroristas contra Estados Unidos.
Pero el secretario de Defensa estadunidense, Donald Rumsfeld, nos recuerda el afán zoológico de revancha que mueve a su gobierno desde el 11 de septiembre cuando intenta justificar el daño a los civiles del país agredido escudándose en los muertos de Nueva York y Washington.
La nueva aventura imperialista aviva viejas rencillas en los países del sur de Asia y alienta tempranamente la inquietud social entre los que cuentan con población musulmana en cualquier parte del mundo.
La tensión sube en la India, preocupada por la súbita reconciliación y alianza de Estados Unidos con su archienemigo Pakistán, y caldea el histórico conflicto entre los dos Estados asiáticos por el control de Cachemira, de mayoría musulmana. La visita de Colin Powell a ambas naciones poseedoras de armas nucleares trata de calmar el diferendo, pero sus presiones y generosas ofertas no parecen conseguir demasiado.
Pakistán lo recibe con una huelga general y encendidas protestas contra los bombardeos a Afganistán que el régimen militar no puede impedir pese a la enorme movilización de fuerzas de seguridad. La India le reclama que Washington se haga de la vista gorda ante los terroristas que le infiltra Pakistán, supuestamente entrenados en Afganistán por la organización de Bin Laden. Indonesia, con la mayor población musulmana en la tierra, se deslinda de la agresión estadunidense que inicialmente había apoyado. El ministro del Interior de Arabia Saudí, principal aliado de Washington en el Medio Oriente después de Israel, critica que se mate a civiles afganos y advierte que ello ha despertado la ira entre los habitantes del reino. Mucho más lejos, en Alemania, el Partido Verde -parte del gobierno- pide que se detengan los bombardeos. La flamante coalición antiterrorista corre el riesgo de desmembrarse si aquéllos se extienden por más tiempo.
Washington cuenta por ahora con el vital apoyo de Rusia a cambio de aliviar su deuda externa, darle manos libres en Chechenia y cederle su antiguo espacio en Asia central. Enrolar a Moscú en una alianza contra China parecería el otro gran objetivo de la superpotencia.
Pekín no ha definido una conducta clara en esta crisis, temerosa del rumbo que pueda tomar la desproporcionada reacción estadunidense, y preocupada por el separatismo en su provincia petrolera de Singkiang, de mayoría musulmana y vecina de Afganistán.
Pero China sabe que Estados Unidos se opone a su emergencia en este siglo como principal potencia asiática y no sería lógico que se cruzara de brazos frente a una recomposición geopolítica de la que se le está marginando.
La agresión a Afganistán es el primer movimiento en una estrategia mundial estadunidense que intenta remplazar el agonizante modelo neoliberal de especulación financiera sin freno por uno neokeynesiano de economía de guerra y control policial-mediático del consenso. Su antecedente histórico: la Alemania hitleriana y la Italia de Mussolini.