Ť Paco Ignacio Taibo II
Café, espías, amantes y nazis /y VII (México 1941-42)
VII. La declaración de guerra
El gobierno mexicano emitió notas de protesta que fueron ignoradas olímpicamente por los alemanes.
Una semana más tarde del hundimiento del Potrero de Llano, el 20 de mayo, hacia las ocho y cuarto de la noche el petrolero Faja de oro fue localizado en el estrecho de la Florida en las inmediaciones de Key West por un submarino alemán.
El Faja de oro, originalmente el Genoano, otro de los barcos incautados a Italia, regresaba a Tampico tras haber descargado petróleo en Delaware. El capitán Ramón Sánchez estaba intranquilo, en días anteriores había visto barcos estadunidenses hundidos e incluso había participado en el rescate de marinos norteamericanos cuyo barco había hundido un submarino alemán. Y además. después de lo del Potrero de Llano, la neutralidad mexicana no parecía importar demasiado.
Repentinamente un torpedo impactó en el barco. La nave había quedado herida, pero no de muerte. Entonces el capitán del submarino alemán que lo había torpedeado dio la orden de subir a la superficie y terminó de hundir al Faja de oro a cañonazos. Nueve marinos resultaron muertos, el resto, 28 hombres incluido su capitán, lograron huir en lanchas de salvamento. Tras dos días en el mar fueron rescatados por un guardacostas de Estados Unidos.
No quedaba ninguna duda de la identificación del submarino alemán. Los marinos en sus lanchas de salvamento habían escuchado incluso voces en ese idioma que venían de la nave.
El gabinete ministerial se reunió en la residencia oficial de Los Pinos por iniciativa del Presidente a las 18:45 horas del 22 de mayo.
Avila Camacho, cara cuadrada, torpe de palabra, hizo un resumen de lo que ya todos sabían: dos barcos mexicanos habían sido hundidos por submarinos alemanes y habían muerto 23 marinos. El gobierno alemán ni siquiera había respondido la primera nota de protesta ante el hundimiento del Potrero de Llano. Puso a consideración del gabinete la declaración de guerra a las potencias de eje.
La reunión duró tres horas.
Más tarde, habría de trascender que dos ministros se opusieron a la propuesta del Presidente. Curiosamente se trataba de los dos ministros colocados en los extremos del espectro político. Heriberto Jara, el ministro de Marina, hombre de izquierda, muy cercano a Lázaro Cárdenas, y el ministro de Gobernación, Miguel Alemán, uno de los más conservadores miembros del gobierno. Los argumentos de Jara eran dos: la declaración de guerra produciría una situación de subordinación respecto de Estados Unidos porque México tenía muy poco que aportar militarmente en esta guerra de potencias y la marina mercante mexicana sufriría los efectos directos de la guerra. En poco tiempo todos los buques mercantes en el Golfo de México habrían sido hundidos por los submarinos alemanes. No había ninguna posibilidad de ofrecerles protección. Jara pensaba que había que involucrarse en la guerra ofreciendo todo el apoyo económico, recursos petroleros y materias primas a los países enfrentados al fascismo y todo el apoyo diplomático, pero sin declarar el estado de guerra. Estar en guerra sin declararla.
¿Y Alemán? ¿Cuáles eran los argumentos del ministro de Gobernación Miguel Alemán?
Habló de la debilidad militar de México y de los perjuicios económicos que la guerra podría causar. A nadie le quedó muy claro cuáles eran las razones de su oposición.
Avila Camacho persistió en sus razones haciendo tan sólo una concesión a la posición de Jara: nombró a Lázaro Cárdenas ministro de Guerra. La jugada era obvia, en el eterno esquema de los equilibrios que caracteriza a los gobiernos mexicanos, el acercamiento a los estadunidenses al entrar de una manera absolutamente simbólica y subordinada a la guerra, se contrapesaba con el ingreso del más antigringo de los ex presidentes mexicanos en el ministerio de la Defensa Nacional; era claro que Cárdenas no haría más concesiones militares a los norteamericanos que las indispensables, que no permitiría el establecimiento de bases de Estados Unidos en territorio mexicano.
El Presidente mostró al gabinete el borrador de la declaración de guerra que sería enviada al Congreso para su aprobación.
En los siguientes meses otros siete barcos mexicanos fueron hundidos por los submarinos alemanes. Pero esto ya es parte de otra historia.