martes Ť 16 Ť octubre Ť 2001

 José Blanco

La presidencia imperial cuestionada

Probablemente los crímenes del 11 de septiembre marquen un punto de inflexión en la historia de la dominación planetaria estadunidense. En todas partes se ha hablado, desde ese mismo día, de un antes y un después del derrumbe de las Torres Gemelas y el asesinato indescriptible de cerca de 6 mil personas inocentes. Pero la naturaleza de los procesos sociopolíticos y económicos que han sido abiertos en el mundo por esa inmolación masiva, es aún oscura y ominosa.

Es probable que asistamos a los prolegómenos del declive del Mandamás. La hegemonía mundial de Estados Unidos en buena parte del siglo XX fue indiscutible. Pero hoy los cimientos del imperio se sacuden y muestran una vulnerabilidad que había permanecido opaca a todos. Hace tiempo que el gobierno hegemónico del mundo comete pifias y crímenes sin cuento, pero su imagen de fortaleza inexpugnable había permanecido. En esta hora la imagen del imperio se asemeja a la de Bush: contrito, desaliñado, hipersensible, desconcertado. El y su gobierno están tomando enormes decisiones erróneas para sus propios intereses futuros.

El coro de las voces sensatas en el mundo dice: hoy es imposible tener venganza y seguridad al mismo tiempo. Pero el gobierno estadunidense va por la venganza. Y perderá, quizá crecientemente, la seguridad que dice anhelar tanto. Está claro que la alta tecnología militar de la superpotencia es impotencia frente al demonio del terrorismo fundamentalista. Y no sólo eso. Como han escrito David Held y Mary Kaldor con agudeza: "como descubrieron los rusos en Afganistán y en Chechenia, los estadunidenses en Vietnam y los israelíes en el periodo actual, la conquista de territorios por medios militares se ha ido convirtiendo progresivamente en una forma obsoleta de hacer la guerra". La supremacía tecnológico militar ha perdido dramáticamente su antiguo sentido. Justamente porque ya no es una guerra convencional entre Estados.

La hegemonía mundial estadunidense no sólo ha sido supremacía político militar y económica; también ha sido -con Antonio Gramsci- consenso y dirección cultural internacionales; es decir, hegemonía efectiva en todo lo ancho del término. La alucinante vanguardia tecnológica que durante el siglo XX ha estado sin disputa en manos de Estados Unidos, fue factor decisivo en la norteamericanización de espacios sociales sin cuento en todo el planeta. Pero todos los factores del ejercicio de la hegemonía estadunidense hoy se hallan sitiados. La american way of life halla repudios en todas partes. Aun dentro mismo de Estados Unidos los fenómenos contraculturales abundan hace lustros.

En el inmenso mundo musulmán, las bombas que caen sobre Afganistán son impulso eficaz y activo de los sentimientos antiestadunidenses y más allá, antioccidentales. Bush y su gobierno, en el más zafio estilo cowboy, quieren a Bin Laden "vivo o muerto". Pero, frente a los intereses de Estados Unidos, vivo o muerto Bin Laden ha ganado ya una batalla formidable: convertirse en el máximo símbolo de esos sentimientos antiestadunidenses islamitas hoy vivamente activados. Vivo, Bin Laden es ya el general en jefe de las masas que abrazan esos sentimientos; muerto, crecería aún más como el símbolo de la liberación anticolonialista de los musulmanes. Conforme las bombas arrasen con la miseria afgana -y la "guerra" será larga según los planes de Bush-, esos sentimientos se volcarán como oposición interna de los gobiernos de los países musulmanes aliados o dizque aliados de Estados Unidos. Así el mundo musulmán puede volverse un infierno social que pondrá en cuestión la vida de Occidente con su necesidad imprescindible del petróleo de esos países. Así apuesta en nuestros días la inteligencia estadunidense.

Entre el gobierno de Theodore Roosevelt (1901-1909) y el de Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), la organización de la presidencia estadunidense fue consciente y planeadamente convertida en una "presidencia imperial"; las tareas que tenía por delante eran descomunales. Se convierte en la dirección política que reorganiza y reinstitucionaliza al mundo "occidental". Bajo su dirección fundamental la Sociedad de las Naciones es convertida en la ONU, en cuyo Consejo de Seguridad quedará plasmada la hegemonía indiscutida de Estados Unidos. Después vendrán la Carta de La Habana y el GATT; los acuerdos de Bretton Woods; el FMI, el Banco Mundial, la OTAN, la OEA y más. Instituciones a través de las cuales ejercerá su hegemonía y que serán también formas de gobierno mundial de la "presidencia imperial". Pero la hegemonía -incluido el consenso- se ejercía efectivamente. Hoy todas esas instituciones están cuestionadas. Lo está como nunca la "presidencia imperial". Cuando el mundo se volvió unipolar, esa presidencia no pudo ya con la complejidad y la composición política del mundo actual. Otro mundo nos espera. China acecha.