martes Ť 16 Ť octubre Ť 2001
Marco Rascón
La guerra y la paz
Como "líder del mundo" y conductor de la humanidad a nuevos estadios de desarrollo, Estados Unidos ha fracasado. De nada sirve la defensa de "su" democracia, cuando el resto del planeta está amenazado por la condescendencia o por la guerra.
En lo relativo a la ciencia, la lucha contra el terrorismo y los bombardeos contra Afganistán son el reconocimiento del fracaso científico y tecnológico de Estados Unidos al no haber encontrado una alternativa distinta, que no fuera la guerra, para destruir fuerzas productivas que marcaran el inicio de un nuevo ciclo económico. La vieja tecnología se revirtió contra toda la humanidad luego que los mismos intereses trasnacionales frenaron toda posibilidad de uso de energía distinta al petróleo y los fósiles, haciendo de esta guerra una lucha en defensa de la producción de chatarra de combustión interna.
Por eso las siglas protagónicas imperialistas del mundo ya no serán: OMC, OCDE, FMI, BM, sino OTAN, Consejo de Seguridad de la ONU y la mítica OEA, porque el lenguaje es ahora el de los misiles y del pensamiento bélico chatarra.
Estados Unidos, enloquecido por su propio terror, avanza hacia la formación de un Estado policiaco, frustrado y encerrado en sus propias fantasías como guerrero y víctima, luego de haber bombardeado impunemente una buena parte del mundo desde 1945, para mantener su liderazgo y hegemonía.
Gracias a estas prácticas y a la industria del terror, la economía estadunidense se desarrolló y generó una expansión semicolonial a partir de la idea de la integración y la globalización. Con esta estrategia ideológica Estados Unidos se proclamó líder del mundo para tomar distancia de las otras potencias y de los países conquistados en Asia, Africa, Medio Oriente y América Latina. Por conveniencia se asoció "modernidad" con globalización; el libre mercado fue sinónimo de libertad absoluta y los "tratados" una nueva forma imperial sin guerras ni invasiones militares.
Al cabo de diez años Estados Unidos presintió que perdía hegemonía y dominio en esta etapa, que hoy puede delimitarse con precisión entre el Muro de Berlín y las Torres Gemelas, y que corresponde a la utopía neoliberal y a un capitalismo novedoso.
En ese sentido, Marx y Engels deben ser reivindicados, no como profetas, sino como los más grandes científicos sociales, porque descubrieron leyes y contradicciones en los modos de producción económica, y particularmente descifraron los límites del capitalismo en todas sus facetas, desde la producción libre de mercancías, hasta los monopolios; de la hegemonía del capital financiero sobre el productivo y la necesidad de la guerra como salida al estancamiento de sus relaciones de producción injustas e inequitativas.
La caída de la URSS hizo creer que también desaparecerían las leyes de la dialéctica histórica y que el neoliberalismo no sólo era el triunfo final del capitalismo, sino la demostración de la reversibilidad del socialismo y el único camino de la humanidad. El determinismo neoliberal pretendió dotar de caducidad todo pensamiento humanista y sustituirlo por el simple avance tecnológico en sociedades con una parte altamente desarrollada y otra en condiciones de miseria y marginación crecientes.
El 11 de septiembre es el gran terror necesario de un modo de producción contradictorio; es el regreso a la naturaleza y esencia de todo capitalismo. El júbilo por la guerra y los bombardeos vengativos provienen de las fuerzas conservadoras del planeta, pues gracias al acontecimiento no hay nadie que pueda detener la reducción de derechos civiles, el control de los medios, el aplastamiento de las protestas (Ƒcómo serán consideradas en adelante las protestas globalifóbicas?).
Nada hay tan subversivo hoy día como la exigencia de la paz, pues esa demanda hiere y se considera una traición a los valores únicos que han salido a combatir el terrorismo con más terrorismo.
La guerra está declarada también internamente en Estados Unidos y sus países aliados. El golpe interno que asestó Bush contra los derechos de la sociedad estadunidense es mayor que la destrucción en Washington y Nueva York. La paz es cada vez más lejana, ya que la globalización y el neoliberalismo han optado por el gran negocio de la guerra ante su incapacidad para generar desarrollo sustentable, tecnología para la salud y armonía con la naturaleza.
Esta misma locura fue la que justificó los campos de concentración de judíos. Fue la misma que desencadenó la guerra fría y todas las formas de intolerancia. Es la que arrojó las bombas a Hiroshima y Nagasaki, y la que derribó el gobierno de Allende. Es la misma que amenaza a Cuba desde hace cuarenta años.
Osama Bin Laden es el enemigo perfecto, pues para fortuna de Estados Unidos y su economía, él es como Dios: está en todas partes, pero en ninguna se puede ver, y gracias a ello ha movilizado todo su aparato de guerra contra todos, contra ellos mismos y contra nadie. Ese es el negocio. Ť