MARTES Ť 16 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť Busca acercarse a Occidente sin romper con los árabes
El apoyo de Rusia a EU, "un doble juego", según analistas
Ť Es una guerra por el petróleo, estiman expertos rusos
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
Moscu, 15 de octubre. El ataque de Estados Unidos contra Afganistán en venganza por los atentados del pasado 11 de septiembre tiene el aval oficial de Rusia y, como es sabido, se realiza con su ayuda, si se quiere limitada y condicionada.
Los límites de la participación de Moscú dependen de que se moderen las críticas a la política que aplica en Chechenia y junto con ello se le otorguen beneficios de orden económico, como sería la aceptación de su ingreso a la Organización Mundial de Comercio, entre otros.
Es la posición del Kremlin y el propio presidente Vladimir Putin asumió como válidas las razones de su colega estadunidense, George W. Bush, para iniciar la operación Libertad Duradera, insertándola en lo que denominó una lucha común contra el "terrorismo internacional", concepto en el cual incluye su guerra doméstica contra los separatistas chechenos.
Aunque la preocupación existe, desde las instancias del poder nadie habla de los riesgos que implica para Rusia la ofensiva de Estados Unidos, sobre todo en términos de pérdida de influencia en Asia Central y el Cáucaso, zona que Moscú sigue considerando esencial para sus intereses nacionales.
Los cuestionamientos provienen de analistas apartados del Kremlin, como el general Leonid Ivashov, que hasta hace poco ocupó un importante cargo en el Ministerio ruso de Defensa y se ha convertido aquí en el más acerbo crítico de Libertad Duradera.
En un reciente artículo publicado en el diario Nezavisimaya Gazeta, Ivashov maneja ideas que ponen en entredicho el discurso oficial. Sostiene, por ejemplo, que esta "es una guerra por el control sobre los recursos naturales, en la cual Estados Unidos recluta aliados temporales, incluida Rusia, con los cuales podrá compartir la responsabilidad por haber desatado la guerra y destruido el orden mundial existente, pero nunca el petróleo y el gas que acabe por conquistar".
El también vicepresidente de la Academia de Estudios Geopolíticos de Rusia argumenta que, hoy por hoy, emergen a primer plano los intereses económicos de las grandes corporaciones petroleras estadunidenses y trasnacionales. De este modo, para Ivashov, Washington, "al estimular el extremismo albanés y crear una red de protectorados y estados minúsculos define, en los Balcanes, el futuro del corredor búlgaro-macedonio-albanés para el transporte del crudo".
Lo mismo se observa en Medio Oriente, "donde se mantiene de modo artificial una situación de tensión administrable, acompañada de una presencia militar estadunidense permanente, y existen planes similares en relación con la cuenca petrolera del Caspio", advierte Ivashov y concluye que Libertad Duradera se inscribe en una estrategia para consolidar el dominio de Estados Unidos en el mundo.
Otros comentaristas centran su análisis en el corto plazo y apuntan que, ante la imposibilidad de impedir el desmesurado castigo militar estadunidense contra Afganistán, la actitud de Rusia está determinada por su escaso margen de maniobra.
Muchos coinciden en que Rusia, por razones pragmáticas, está haciendo un doble juego, que consiste en propiciar un acercamiento con Occidente, sin provocar una ruptura con los países árabes y musulmanes, donde tiene intereses que no quiere sacrificar.
Lo primero puede traducirse en beneficios para Rusia y se sustenta en la coincidencia de que el régimen talibán no es la mejor opción desde la perspectiva rusa, por los nexos que se le atribuyen con los grupos más radicales de los separatistas chechenos y el riesgo de expansión de políticas fundamentalistas en el espacio pos-soviético y las regiones musulmanas de la propia Rusia.
Lo segundo, al no comprometerse demasiado en la operación bélica estadunidense, Rusia deja abierta la puerta para impulsar sus vínculos con Irak, Irán y otros países de la región, aliados potenciales en diversos proyectos petroleros y, además, un mercado atractivo para la venta de armas.
Nadie sabe cuánto tiempo podrá durar semejante dualidad, insostenible para Rusia en el momento en que Estados Unidos cumpla su amenaza de extender los ataques a otros países. Mientras Libertad Duradera esté circunscrita a territorio afgano, Moscú tratará de seguir el doble juego.
Atacados Irak o Irán, por poner dos casos, para Rusia no será una decisión fácil escoger de qué lado ubicarse, pero su mayor dolor de cabeza -la pérdida de influencia en Asia Central y el Cáucaso- podría darse en una perspectiva más distante, posterior a la simple caída del régimen talibán o a la instalación en Kabul de un nuevo gobierno, todavía de incierta integración y supervivencia.
Todo depende de qué derrotero tome la recomposición política postalibán: una guerra civil o un protectorado estadunidense, con un gobierno títere, apoyado en el despliegue de bases militares por todo el territorio.
La toma de Kabul tendrá mucho simbolismo, pero dista de ser una solución al problema afgano. La opositora Alianza del Norte, respaldada por Rusia, representa tan sólo unas cuantas minorías étnicas, mientras la mayoría pashtún, sustento del movimiento talibán y con grupos exiliados en Irán, como el de Gulbuddin Hekmatyar, con intereses propios, no acepta-rían un retorno al poder de Burhanuddin Rabbaní, reconocido como legítimo presidente por la ONU.
Tampoco Pakistán, cuyos servicios secretos engendraron el fenómeno talibán, tras reclutar, financiar y armar a los estudiantes de teología para derrocar, en diciembre de 1996, precisamente al gobierno de Rabbaní, antiguo enemigo acérrimo de los soviéticos y ahora aliado coyuntural de los rusos, a través del armamento que reciben sus tropas, la Alianza del Norte, comandadas por Mohamed Fahim.
Por lo pronto, a una semana del comienzo de los bombardeos en territorio afgano, es prematuro hacer balances y sólo se puede hablar de tendencias y éstas no favorecen a Rusia.
Por supuesto, Moscú no puede permanecer al margen del conflicto y ello explica su compromiso de defender a Tadjikistán, el país más pobre de la zona, con 25 mil soldados dispuestos a entrar en combate al primer conato de incursión de las milicias talibán, y su apuesta por la Alianza del Norte como alternativa afgana.
En ambos casos, los beneficios que obtendría Rusia son inciertos. Por un lado, podría significar que termine involucrándose en una segunda guerra, aparte de la chechena, y, por el otro, la Alianza del Norte tiene pocas posibilidades de convertirse en gobierno, además de que ella misma está afectada por divisiones internas.
El Kremlin parece mirar con desconfianza a Rabbaní y se inclina por Fahim, a quien acusan ya de acaparar la ayuda rusa en armamento el general de origen uzbeko Rashid Dostum y los otros comandantes que le disputan el liderazgo militar de la Alianza.
Se observan, en el otro extremo, dos retrocesos importantes en la tradicional presencia rusa en el espacio pos-soviético. Uzbekistán, país clave para la región toda, empieza a alinearse cada vez más con Estados Unidos, al tiempo que la relación con Georgia está al borde de la ruptura por el conflicto armado en la separatista república de Abjasia, que amenaza con desatar una nueva guerra en el Cáucaso.
Los desencuentros de Moscú y Tbilisi respecto del problema del separatismo en Chechenia y Abjasia derivaron en la amenaza de Georgia de abandonar la CEI (Comunidad de Estados Independientes, organización que reúne con distinto grado de participación a las repúblicas ex soviéticas, salvo las bálticas), y en la exigencia de que Rusia retire, en un plazo máximo de tres meses, el contingente militar que cumple funciones de pacificación en los límites territoriales con Abjasia.
En el contexto de Libertad Duradera, el deterioro de la relación entre Rusia y Georgia complica aún más el panorama en la región de Asia Central y el Cáucaso.