MARTES Ť 16 Ť OCTUBRE Ť 2001
Edward HammondŤ

El fantasma de la guerra bacteriológica

Sacudido y enfurecido por los crueles ataques terroristas, Estados Unidos le ha declarado la guerra al terrorismo. Pese a no mediar declaración legal alguna, los dirigentes estadunidenses son enfáticos al afirmar que no usan el término en sentido figurado. Esta vez, guerra es guerra. Los objetivos de nuestra nación no sólo incluyen capturar a los autores de los ataques "vivos o muertos" y ultimar el "terrorismo financiado por los estados" (algo que falta probar), sino limpiar el planeta de la amenaza de las armas biológicas y químicas planteada por los terroristas.

Noble causa, sin duda, pese a que muchos pacifistas y ciudadanos reflexivos (incluido yo) nos opongamos a los métodos militares estadunidenses. El poder mortal de las armas biológicas y químicas no puede conjurarse. No hay más defensa que evitar que suceda. En 1983, el ejército de Estados Unidos calculó que mil kilos de sarin, un gas nervioso, aerosolizados sobre una área urbana en una noche tranquila y clara, matarían entre 3 y 8 mil personas, algo equivalente, en términos de vidas humanas, al ataque al World Trade Center. Una décima parte de esa cantidad -cien kilos de esporas de ántrax distribuido en condiciones semejantes- mataría, probablemente, de uno a 6 millones de personas, 200 a 600 veces lo que ocurrió en Nueva York.

Erase una vez

Hubo un tiempo en que Estados Unidos podría haber reunido la suficiente credibilidad para conducir una campaña por la eliminación de las armas químicas y biológicas. En 1969, el presidente Richard Nixon renunció a ellas y casi desmanteló el aparato estadunidense encargado de este armamento. No fue altruismo, sino una forma de frenar que los países más pobres desarrollaran una capacidad de guerra biológica que pudiera rivalizar en poder letal con las armas nucleares.

A finales de la guerra fría, las viejas existencias de armas químicas comenzaron a incinerarse. Incluso se dio autorización para que inspectores rusos examinaran las instalaciones estadunidenses que, se pensaba, podían estar produciendo armas biológicas. Estados Unidos ratificó el Convenio de Armas Químicas y estaba en pláticas con otros países para arribar a un sistema de Naciones Unidas que verificara, a nivel global, el apego a dicho convenio. En resumen, cooperábamos y no parecíamos amenazar al mundo con una guerra química o biológica.

El presente

Por desgracia, Estados Unidos ya no podría encabezar al mundo contra este tipo de armamentos. Nuestros dirigentes han sacrificado nuestro futuro con intentos chapuceros que se supone encaran los problemas del presente. Puede que Estados Unidos tenga el músculo militar necesario para erradicar a la generación actual de terroristas activos, pero no posee la autoridad moral para ser la punta de lanza de una cruzada contra las armas de destrucción masiva. Y no incluiría las nucleares. El vicepresidente Cheney se rehúsa prohibir lanzarles "la bomba" a los terroristas. ¿Y el uso de armamento químico o biológico? Nuestras políticas y nuestras acciones son peores en este terreno.

Siempre ha habido un lado oscuro en la supuesta renuncia de Estados Unidos a estas armas. Veamos varios ejemplos: los cubanos nos acusan de ataques biológicos con pesticidas agrícolas (no está ratificado, pero el alegato ha sido estridente y no faltan evidencias); hay enemigos convencidos de que Estados Unidos tiene consigo armas biológicas de ofensiva (es incorrecta la formulación, pero algunas investigaciones en biodefensa caminan por el filo de la navaja); se niega responsabilidad por los horrendos efectos del Agente Naranja en humanos y sobre el medio ambiente, algo que, para nuestra vergüenza, repitió recientemente William Clinton en el propio Hanoi.

Problemas como el del Agente Naranja son fracasos morales en curso. Para otros casos, por problemáticos que sean, no hay pruebas suficientes, y pertenecen a sucesos que datan de hace algunos años o fueron suficientemente ambiguos (al menos a los ojos del público), lo que protege a Estados Unidos de muchas críticas. En cuanto al alegato de los cubanos, tomará años para que aflore la verdad, si acaso aflora.

Tampoco ayuda que Estados Unidos mantenga el mayor y más vasto programa de armamento biológico de defensa. Incluso los grandes expertos discrepan en torno a qué actividades son de ofensiva y cuáles pueden clasificarse de defensa. La tendencia de los gobiernos ha sido clasificar toda "investigación" como defensiva (a diferencia de la construcción y prueba de armamento). La elasticidad de la interpretación ha dado pie a malos entendidos y abre la puerta a los posibles diseñadores de armas biológicas.

La ingeniería genética y su proliferación sólo empeoraron las cosas, borraron aún más la línea entre ofensiva y defensa, y posibilitaron la técnica para crear supergusanos genéticamente diseñados y nuevas clases de armas biológicas. Los miles de millones autorizados por el Congreso para la defensa de la patria inflarán esta burocracia biotecnológica, militar, científica, corporativa y creará una inestabilidad de monstruosas proporciones.

Demoliendo la cooperación

La demolición de la confianza internacional en Estados Unidos es más reciente, y no hay nadie a quién echar la culpa sino a nosotros. Los ineptos intentos por resolver algunos de los problemas derivados del fin de la guerra fría permitieron tal achicamiento de los compromisos por controlar el armamento biológico y químico, que hemos sacrificado cualquier altura moral que hubiéramos tenido. Ahora muchos críticos internacionales alegan que Estados Unidos es un "Estado delincuente" en cuanto al control de armamentos químico-biológicos.

¿Dónde nos perdimos- Hay tres áreas principales. Primero, en el miedo al terrorismo y a los "estados delincuentes" y, en particular, al acceso que éstos pudieran tener a tecnología y talentos militares de nuestros enemigos de la guerra fría. Segundo, en los pasos fallidos que redirigieron a los militares estadunidenses a involucrarse más en operaciones de pacificación y otras actividades "no bélicas" (como en Somalia). Tercero, en el estúpido intento de hallar la siempre evasiva "bala de plata" que nos permita ganar la guerra antidrogas que impulsó el desarrollo estadunidense de armamento biológico.

Quemar los tratados para salvarlos: las armas no letales

Mogadiscio fue un desastre para las fuerzas armadas estadunidenses. Los civiles somalíes literalmente hicieron pedazos a muchos reclutas de Estados Unidos, quienes supusieron que su misión era ayudar al pobre y dar de comer al hambriento. Los militares, ansiosos por evitar una reincidencia, han hecho votos por que esto no vuelva a pasar jamás. La solución ideada por el Pentágono, por supuesto, no fue política, sino más armas. Específicamente, lanzaron un enorme programa para profundizar en los nuevos y controvertidos sistemas de armas "no letales". No hay que entender el término "no letal" como algo benigno. De hecho, estas armas son muy poderosas y están diseñadas no tanto para evitar la muerte o el daño permanente, sino para disminuir su frecuencia.

Aparte de las microondas que calientan la piel, los generadores de sonido que hacen vibrar los órganos internos, rayos láser que confunden la mirada y otros sistemas no químicos o biológicos, el Programa Conjunto de Armas No Letales (JNLWP, por sus siglas en inglés) mantiene entre sus propósitos adormilar con drogas a la gente, en especial a "civiles potencialmente hostiles" en los motines. Incluyen sedantes, "calmantes" (tales como la ketamina, un narcótico en la lista de la DEA, y algunos alucinógenos), relajantes musculares, opiáceos (parecidos a los químicos de la heroína) y "malodorantes" (sustancias increíblemente asquerosas al olfato). El JNLWP tiene microbios diseñados genéticamente para destruir los vehículos, la maquinaria y el abasto del enemigo.

Y no es asunto de trabajo de pizarrón y de laboratorio en pequeña escala. La Marina tiene un microbio genéticamente modificado para destruir plásticos y, en palabras de un investigador, "no hay casi nada que los bichos no puedan comer". También se consideran y se desarrollan mecanismos para depositar estas rarezas -actualmente incluyen aspersores montados en mochilas, minas terrestres, morteros y cargas lanzadas desde vehículos aéreos no tripulados. El JNLWP tiene planeadas simulaciones por computadora del uso ofensivo de agentes calmantes, ha contratado un importante abastecedor del ejército estadunidense para que desarrolle una carga de mortero antimotines que estalla por encima de la multitud, y probó en campo nuevas armas no letales (pero no biológicas) en humanos, en Kosovo.

El Pentágono alega -y desesperadamente trata de hipnotizarse en su creencia- que estas armas no son químicas ni biológicas, y que son, potencialmente, una forma menos sangrienta de conducir operaciones de pacificación, de aislar terroristas y de aplastar la desobediencia civil. Pero es en extremo improbable que la gente gaseada con drogas que alteran el comportamiento considere como acto humanitario el secuestro de sus cerebros y cuerpos. Es mucho más probable que al recuperar el control motriz y al desvanecerse las alucinaciones tengan daños sicológicos permanentes y se sientan enfurecidos por la negación de su libertad de pensamiento y expresión.

Estas armas no son la panacea contra la muerte a manos de los soldados estadunidenses: son crueles y extrañas armas químicas y biológicas prohibidas por las leyes internacionales de control armamentista, leyes que prohíben la tortura y protegen los derechos humanos. Así lo entenderá el mundo y así reaccionarán las víctimas ante estas armas, si se usan. Los intentos de Estados Unidos por caracterizarlas de manera sesgada no sólo están mal: entrañan el peligro de provocar un ataque químico y biológico a Estados Unidos y sus aliados.

Disparates y resbalones en el Convenio de Armas Tóxicas y Biológicas

Al iniciarse 2001, el control de armas biológicas tenía por objeto culminar seis años de negociaciones que permitieran desarrollar un sistema de inspección para verificar el cumplimiento mundial del Convenio de Armas Tóxicas y Biológicas, principal ley internacional contra este tipo de armamento. El sistema de inspección, denominado Protocolo de Verificación, se diseñó para afilar los dientes a este importante acuerdo internacional, ordenando, entre otras cosas, una declaración en torno a la investigación en biodefensa y permitiendo que Naciones Unidas inspeccionara instalaciones sospechosas.

Pero las señales de Estados Unidos en este año fueron ominosas. En una reunión en Escocia en torno a armas no letales, los mandos del ejército estadunidense dejaron boquiabiertos a los expertos en control de armas. Llamaron a la renegociación del tratado de armas biológicas de modo que permitiera a Estados Unidos producir y usar armas biológicas antimateriales, como las que investiga el JNLWP.

La situación empeoró y el Tío Sam llevaba la batuta. En julio, los negociadores fueron emplazados a reunirse para intentar un acuerdo de verificación. Un día antes de inaugurarse la reunión, la prensa estadunidense estaba tan distraída que un encabezado del New York Times en la contraportada afirmó que la reunión tenía lugar en Londres, a casi 450 millas del sitio de la reunión: Ginebra, Suiza.

Por desgracia el equipo diplomático estadunidense no se desvió a Londres, y arribó a Ginebra tirando a la basura el Protocolo de Verificación. Seis años de negociaciones fueron inútiles en ese momento; quizá lo sean permanentemente. Estados Unidos se bajó del acuerdo mientras otros países buscaban acercarse. El hecho recuerda la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de Kioto para controlar el calentamiento global. En este caso, no contentos con retirarse, los negociadores estadunidenses fueron un paso más allá. La adopción del Protocolo de Verificación requiere de un consenso. Estados Unidos dijo que llegaría al extremo de enterrar el Protocolo de Verificación y bloquearía los esfuerzos de los demás, incluida la Unión Europea. Por sí solo, Estados Unidos asestó un golpe de nocaut a los esfuerzos mundiales por combatir las armas biológicas de un modo concertado.

El monstruoso error de la CIA

No todos en el New York Times han estado dormidos. Pese a que la sincronización fue rara, a principios de septiembre un artículo del Times hizo una revelación asombrosa en torno al programa de biodefensa estadunidense. La Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) lleva a cabo un programa secreto de investigación en biodefensa que, en opinión de muchos expertos, viola el Convenio de Armas Tóxicas y Biológicas. La CIA probó bombas biológicas simuladas y construyó instalaciones para la producción de bioarmas reales en Nevada. Si algún otro país hubiera llevado a cabo estas investigaciones, Estados Unidos habría lanzado las denuncias más acres y, muy probablemente, un ataque militar. Las razones reales por las que Estados Unidos rechazó el Protocolo de Verificación se aclararon muy pronto.

La fecha de aparición de la nota en el New York Times, 4 de septiembre, fue extraña, porque algunas personas cercanas al reportaje, incluidos funcionarios estadunidenses, confirmaron que el Times estaba en posesión de los informes acerca de las instalaciones de la CIA en Nevada y las pruebas con bombas, desde mayo de 2001, un mes antes de que Estados Unidos mandara el protocolo a la basura. No obstante, el Times se esperó hasta septiembre para iluminar al mundo, alterando el curso de los acontecimientos en Ginebra. Esto ha llevado a algunas acusaciones calladas: que en vez de publicar la noticia cuando estaba lista para la imprenta, el New York Times retuvo información para que su divulgación coincidiera con la distribución de ejemplares revisados del nuevo libro de los periodistas en torno al programa de biodefensa estadunidense. Es más ominoso que algunas personas hayan sugerido que alguien en el Times protegió los intereses diplomáticos estadunidenses y no la ética periodística.

Es más grave, mucho más. Las actividades de investigación de la CIA no se revelaron en las declaraciones anuales a la Convención de Armas Biológicas en torno a actividades de biodefensa. Sin mencionarlo, el artículo del Times demuestra -de manera incontrovertible- que Estados Unidos hizo escarnio de un mecanismo de Naciones Unidas diseñado para fortalecer la transparencia y la confianza entre las naciones.

Estados Unidos sigue recalcitrante y alega que la CIA "es totalmente necesaria, apropiada y consistente con las obligaciones estadunidenses con el tratado". El país más poderoso del mundo resultó de nula confianza en cuanto a la investigación de armas biológicas.

Para los enemigos de Estados Unidos el trabajo de la CIA entraña la amenaza de las armas biológicas. Las piadosas declaraciones acerca del peligro de las bioarmas sonarán huecas y los enemigos de Estados Unidos las considerarán mentiras... o amenazas.

Las actividades de la CIA no sólo dañan el control de armas; quizá hayan contribuido a expander el mercado negro de la tecnología biofensiva. La CIA intentó comprar y probar pequeñas bombas biológicas (bomblets), fabricadas en los años finales de la Unión Soviética.

Según el experto de la Universidad de Maryland Milton Leitenberg, los operadores de la CIA informaron a varias redes de elementos criminales -contrabandistas y coyotes rusos- de lo que la agencia buscaba. Dichas redes criminales intentaron entonces obtener el artículo. Si no lo lograron en ese momento, como parece ser el caso, aprendieron que es un objeto de consumo muy buscado, lo que los motivó a continuar en el esfuerzo por sí solos. Entendieron que más tarde habría compradores interesados. La próxima vez el comprador interesado puede no ser la CIA.

ŤDirector de la oficina Sunshine Project, organización internacional no lucrativa dedicada a controlar las armas biológicas. Esta es una versión resumida del texto original.

Traducción: Ramón Vera Herrera