LUNES Ť 15 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť José Cueli

Un novillo de la ilusión

Julio Verne narra en uno de sus libros, el caso de unos infelices habitantes de la tierra que, habiendo ido a parar después de múltiples peripecias al planeta Saturno, caen prisioneros de los saturnianos y estos los exhiben como animales rarísimos, en jaulas de sus parques zoológicos a la curiosidad malévola de sus muchedumbres.

Y es que el verse prisionero en una jaula debe ser cosa poco agradable y más aún si la jaula se localiza en una plazota llamada México y los malévolos contemplan haciendo chacota de los allí encerrados; aficionados y novilleros que desfilan tarde a tarde de domingo por la jaulota y se hallan en vías de extinción.

Mas la vida es dura y los cuernos del hambre tan agudos que por ver asegurada la diaria comilona, hay chavales dispuestos a todo, aún a exhibirse para atraer atención a eso que antes se llamaba toreo y hoy en día es sólo su caricatura. Lo que conlleva que las multitudes ya no sean atraídas y sólo lleguen a la jaulota nuevos toreritos y unos cuantos viejitos neurasténicos llamados "cabales" que los contemplan correr y correr, evitando la penosa sensación de sentirse enjaulados.

Lo terrible es aguantar preso la acometida de los cuernos pese a que sus portadores hayan perdido la casta y el deseo de encontrar la libertad de la creación, en la magia artística del parar, templar y mandar. Pues de lo contrario hay que tener mil monedas, hacer gestos ante un espejo imaginario, saludos a un alguien invisible, sonrisas y puñetazos al aire, actitudes de conquistador, voltear de espalda y de perfil, bravuconear, abotonarse y desabrocharse la chaquetilla, acomodarse virilmente los tetis, brindar al público, buscar aplausos circenses, etc. Como sucedió ayer, en que hubo un novillo de Xajay -el primero- con el que sueñan los toreros, desperdiciado por su matador. Lo demás, lo de menos.