lunes Ť 15 Ť octubre Ť 2001

Carlos fazio

Bush y el terror benigno

El 20 de septiembre, el presidente George W. Bush declaró una"nueva guerra" contra el "terrorismo". Pero cabe formularse, Ƒqué es terrorismo? Según la definición que figura en documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos, "es el uso calculado de la violencia o de la amenaza de la violencia para lograr metas que son de naturaleza política, religiosa o ideológica. Esto es realizado mediante la intimidación, la coerción o la inculcación del miedo". De acuerdo con tal definición, el atentado contra el WTC de Nueva York es terrorismo. Pero hay otra acepción de terrorismo, cuyo uso propagandístico, según Noam Chomsky, constituye hoy la definición estándar. En este caso, el concepto terrorismo se usa para referirse a actos perpetrados por "agentes enemigos" en contra de EU y sus aliados. Fue Michael Stohl quien dijo que la elite de poder estadunidense tenía que reconocer que, por convencionalismo -y enfatizó que sólo por convencionalismo-, "el ejercicio de poder de una gran potencia y la amenaza del uso de la fuerza, normalmente, es descrito como diplomacia coercitiva y no como una forma de terrorismo". Aunque es común que la "amenaza" o el "uso de la violencia" implique "propósitos terroristas", a no ser que sean las grandes potencias las que están utilizando dicha táctica.

Las palabras "terror" y "terrorismo" han pasado a ser instrumentos semánticos de los poderosos. Ese uso propagandístico es universal. Y son los grandes medios masivos de comunicación bajo control oligopólico los principales vehículos para imponer el mensaje del poder en la mente de la población. Dice Chomsky que a menudo se olvida que el régimen nazi condenó de manera severa el terrorismo. Sin embargo, los nazis ejercieron el contraterrorismo; cita el caso de los partisanos griegos. Tampoco se recuerda que el modelo de contrainsurgencia del Pentágono, aplicado primero en el sudeste asiático y luego en América Latina (desde la guerra sicológica y la acción cívica hasta el terrorismo de Estado, pasando por los escuadrones de la muerte), fue tomado del modelo nazi, con base en los manuales y con la asesoría de oficiales del ejército hitleriano. "Terror" y "terrorismo" figuran entre los símbolos más utilizados para asustar y manipular a la opinión pública. En general, el empleo de esos términos se limita al uso de la violencia individual o ejercida por grupos marginales que se oponen al orden establecido. Está reservada para los disidentes, los alienados y los desposeídos. O los forasteros malignos. Al terror que surge "desde abajo". Pero la violencia oficial, que es mucho más extensa tanto en escala como en poder destructivo, se coloca en una categoría diferente.

El terror estatal siempre se describe como una acción de "respuesta" o "provocada". Como una represalia o "reacción protectora". Incluso, se argumenta ahora, de "legítima defensa". Nunca como una fuente activa e inicial de los abusos. Por lo general, la "violencia benigna" queda reducida al estatus de una "acción policial". Es una respuesta a los "malhechores", como llama Bush a los nuevos enemigos sin rostro. Es el derecho a la "guerra justa". Síntomas todos -como advierten Michael Hardt y Antonio Negri- del resurgimiento del concepto de imperio.

Chomsky define a la oficial como una violencia "al por mayor", a diferencia del terror "al por menor" que practican quienes no están en las filas del terrorismo oficial. La cuestión del uso "apropiado" se resuelve no sólo por el estatus oficial o no oficial de los perpetradores de la violencia, sino también por su filiación política.

Por ser funcional a los intereses de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Luis Posadas Carriles, el terrorista responsable de la voladura del avión de Cubana de Aviación sobre Barbados (1976), es protegido por Estados Unidos, el gobierno del españolito Aznar y socios menores del "mundo libre". Igual que muchos años fueron protegidos de Washington terroristas de Estado como Pinochet, Videla, Bánzer y otros epítomes del Plan Cóndor; incluido uno de los dueños del circo: el genocida Henry Kissinger. Pero además, la definición oficial de terrorismo que figura en los manuales estadunidenses suele mutar por conveniencias ideológicas y políticas. Los antiguos terroristas pueden convertirse en luchadores de la libertad y viceversa. Todo depende que se sea amigo o enemigo de EU. El caso Bin Laden es sólo el último ejemplo.

El uso tramposo de esos mecanismos terminológicos ayuda a justificar la violencia masiva de Estados clientes de EU, como Israel, interpretándola como una "reacción", lo que permite sacarla de la categoría del "terrorismo".

El lenguaje está diseñado para la apología del terror masivo. Un lenguaje también útil en sus connotaciones de "mal irracional" -que encarna "el otro", el "enemigo"-, que puede ser exterminado sin hacer preguntas; que no necesitamos molestarnos en entender. El ejemplo actual del régimen talibán. Se pasa por alto que, por lo general, el "terror cliente" que practican los Estados "amigos" de EU es funcional, ya que en el corto plazo mejora "el clima de inversión" (en relación inversa a los derechos humanos).

Como parte de esos mecanismos, durante la guerra fría resultaba conveniente simular que regímenes brutales y corruptos como los de Guatemala, Corea del Sur, Chile, Filipinas y Argentina eran países "independientes", en contraste con Rumania, Polonia y Hungría, a quienes la propaganda occidental describía como gobiernos "títeres" de Moscú. Los medios masivos de comunicación eran los encargados de "administrar las atrocidades", mediante el énfasis selectivo puesto en los hechos o a través de la institucionalización de mentiras y mitos. O como ocurre ahora, mediante la "censura consensuada" por razones "patrióticas" o de "seguridad nacional", según la vienen practicando con "responsabilidad" las principales cadenas de televisión estadunidenses (CNN, NBC, ABC, CBS y Fox). Pero eso no es producto de ninguna conspiración explícita ni obedece a una imposición autoritaria del Pentágono. El yugo del patriotismo es una falacia. Más bien, la operación de lavado de cerebro sistemático que practican los medios responde a condicionamientos ideológicos e intereses propios. A la superposición y comunidad de intereses entre el gobierno de EU, los dirigentes de negocios y los dueños de grandes medios de comunicación, que en conjunto dominan la toma de decisiones en la política del Estado. Sus papagayos en los medios hacen el resto.

De allí que Dan Rather, el famoso locutor de la televisora CBS -defensor de la "objetividad" y de la "ética profesional"-, puede decirle al presidente Bush: "lo que usted ordene, mi comandante en jefe". Para que el inquilino de la Casa Blanca, que se "asombra" por el odio hacia EU en el mundo, pueda seguir diciendo sin rubor: "somos una nación buena que se protege de malhechores".