SABADO Ť 13 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť José Cueli

La guerra avanza

En las imágenes transmitidas por televisión vemos, consternados, esas ráfagas de luz sobre el cielo de Afganistán que alumbran, como un crepúsculo incierto, la noche en tierras afganas. Vaho luminoso más allá del horizonte, no viéndose sino su refracción en el cielo, como si fuera el alba que quiere romper la noche. Ráfaga viva que crece y mengua como si el viento soplara sobre ella tornándola en incendio.

Arde la guerra en Afganistán, dejando a la mañana siguiente una enorme mancha negra con la consabida estela de destrucción y muerte. Tras la pantalla nos llega el aroma cargado de olor acre y empieza a asomar la nube de humo. Arde Afganistán y el viento trae las llamas hacia nosotros. Nos preguntamos, entonces, Ƒcómo ha podido el fuego ir tan de prisa con su cadena de humo y tímidas lenguas rojas? Y resulta casi imposible, sin haberlo visto, comprender el amarillo espectral que proyectan sobre el suelo al atravesar la costura humeante. No puede compararse con nada sino con la luz siniestra de los eclipses, esa luz sombra sin crepúsculo.

Es la guerra que se polariza y amenaza con extenderse. ƑPero cómo transmutar en lenguaje esa compulsión a repetir la guerra, la destrucción, si no llega a conciencia? ƑCómo transmutar en lenguaje el instinto de muerte, energía desligadora y negativa, que opera silenciosa desde la profundidad de la psique?

El mundo actual que se vanagloriaba de vivir una etapa de ''excelsa" cientificidad se ve sacudido por las disonancias y la agitación estruendosa de la guerra mientras el hombre aparece en este siniestro y engañoso escenario como una partícula hábil y perfectamente anodina para el cumplimiento de unos fines que rebasan la razón y cuya finalidad nadie logra penetrar.

El instinto de muerte freudiano que se enseñorea en ese crepúsculo espectral, instinto de muerte permanentemente tornadizo, apresado en garras de eternidad que pareciera querer extraer lo más pulsional de la pulsión, el nirvana como abolición de toda pulsión, la muerte como fin último.

Espejo de doble faz, donde la otra cara del instinto de muerte intentaría el juego a la manera del Fort-Da -presencia/ausencia- la dominación de lo negativo, de la ausencia y de la pérdida. Negación como concesión en un intento para contender con el mal radical.

Mal radical, mal de archivo que diría Jacques Derrida al analizar el concepto de archivo a la luz de la lectura de los textos freudianos. En ese ensayo expresa: ''Los desastres que marcan este fin de milenio son también archivos del mal: disimulados o destruidos, prohibidos, desviados (reprimidos). Su tratamiento es a la vez masivo y refinado en el transcurso de guerras civiles o internacionales, de manipulaciones privadas o secretas". En este asunto del archivo y la memoria aparece con toda su fuerza la tesis freudiana de la pulsión de muerte. En palabras de Derrida: ''...tesis irresistible, a saber, la posibilidad de una perversión radical, justamente, una diabólica pulsión de muerte, de agresión, de destrucción; por tanto, una pulsión de pérdida... Además esta pulsión de tres nombres es muda, está operando, pero al obrar siempre en silencio nunca deja un archivo que le sea propio. Destruye su propio archivo por adelantado, como si fuera ésta en verdad la motivación misma de su movimiento más propio". Así, la pulsión de muerte, archivolítica o anarchivística sólo deja tras de sí impresiones, sin dejar un documento en el archivo que le sea propio, tan sólo impresiones. Como memorias de la muerte.

Sería conveniente reflexionar sobre ello. Es esta parte ''negra" del ser la que aparece triunfante en la penumbra de ese crepúsculo fantasmal y mortecino que deja tras de sí los bombardeos.

Sin embargo, ante nuestra ceguera arropada en explicaciones cientificistas intentamos consolarnos con la falacia de que ahora la guerra se hace con misiles ''inteligentes" que sólo matan a ''los malos".