SABADO Ť 13 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť Paco Ignacio Taibo II
Café, espías, amantes y nazis /IV (México 1941-42)
IV. Hitler tomaba café
Adolf Hitler no tomaba café, nunca lo había tomado, lo tenía absolutamente excluido de su extraña dieta en la que cabían sin embargo la col agria y los pasteles vieneses. Pensaba que el café, como el alcohol y el tabaco, eran venenos que podían afectar su vapuleado organismo. Tenía una puritana y agresiva idea sobre la salud y la santidad del cuerpo.
Tomaba en cambio medicinas contra la impotencia, fármacos para evitar depresiones, remedios contra las indigestiones y los gases, la flatulencia, como elegantemente se llamaba esa degeneración digestiva que hacía que el hombre fuerte de Alemania viviera pedorreándose permanentemente; se medicaba con copramina, cortiron para tonificar los músculos; euflat para evitar los gases estomacales; orchikrin, droga con semen de toro para combatir la impotencia, y multiflor, un derivado de los yoghurts búlgaros; optalidón para los dolores de cabeza, postrophanta para la depresión, sympathol y cardiazol para elevar más sangre al cerebro, si es que tal cosa puede suceder.
Karl Brandt había sido su médico de cabecera, pero desde 1939 se le encomendó una tarea altamente clandestina con los plenos recursos del aparato estatal: dirigía en los múltiples campos de concentración un programa de eutanasia dedicado a la eliminación de enfermos incurables y deficientes mentales.
El lugar del asesino Brandt había sido ocupado por un charlatán que tenía como antecedente haber curado parcialmente al führer de una enfermedad venérea, Theodor Morell.
A mediados de 1941 la salud de Hitler empeoró, pasaba muy malas noches, sufría de insomnio y pesadillas, sudaba mucho, mojando las pijamas de un sudor ácido y gomoso, se meaba; empezaba a dormir cerca del amanecer, sin entrar en el sueño profundo a pesar de que al acostarse se llenaba de somníferos.
Morell optó por varios fármacos de manufactura propia y por el té de tila. Pero la medicación hizo que Hitler iniciara las mañanas apático y distraído, que tuviera ausencias y dificultades para concentrarse y Morell, ante las quejas de su paciente, comenzó a suministrarle dos tabletas de cafeína como estimulante en el desayuno junto con un vaso de leche y dos panecillos con mermelada.
Más tarde, al iniciarse las batallas definitorias en el frente ruso, Hitler demandó que el estimulante produjera efectos más potentes y Morell comenzó a inyectarle todas las mañanas una dosis más fuerte de cafeína, un fármaco sintetizado ex profeso en laboratorios alemanes.
El asunto parecía dar resultado. Hitler sin cafeína no era Hitler, se decía cuando la jeringa se iba a la vena mañana tras mañana y el líquido casi negro entraba en su organismo.
Planteemos una extraña, pero no demasiado absurda hipótesis: la cafeína que corría mañana a mañana por las venas del dictador alemán, que le permitía salir de las nieblas y lo llenaba de energía, Ƒhabía sido originalmente un pequeño fruto rojo crecido en los cultivos mexicanos del Soconusco: café mexicano?