Ilán Semo
Un mundo monopolar
En 1914, antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, la relación que guardaban las grandes potencias entre sí era, si se concede algún significado a las metáforas sistémicas, de orden multipolar. La distancia que separaba las fuerzas económicas y militares de Estados Unidos y Francia era tan mínima como la que existía entre Alemania e Inglaterra. Además estaban Rusia, que no representaba una potencia económica sino militar, y el imperio austro-húngaro ya en plena decadencia. La convicción -o la ilusión- de que ninguno de estos Estados contaba con una superioridad definitiva sobre los otros los llevó a enfrascarse en la conflagración que inauguró la noción de "guerra total" y convirtió a la muerte, por primera vez, en una empresa industrial. Algunos historiadores sugieren que la primera y la segunda guerras mundiales figuran, en rigor, dos estaciones de una y la misma guerra ?que se inició en 1914 y concluyó en 1945? separadas por un interregno -que va de 1918 a 1938-. No es una hipótesis descabellada, aunque después de 1918 el imperio austro-húngaro desapareció textualmente del mapa, Rusia fue arrastrada por una revolución y la disputa por la hegemonía en el Pacífico se transformó, con el acelerado ascenso económico y militar de Japón, en un capítulo en sí mismo de la geopolítica mundial.
La Segunda Guerra Mundial es resultado, en parte, del desequilibrio provocado por un orden multipolar: Alemania es arrebatada por la locura de creer que su poderío económico y militar es suficiente, en alianza con Italia y Japón, para doblegar a Inglaterra, Estados Unidos, Francia y la Unión Soviética juntos. Alineadas y enfrentadas en dos grandes "alianzas", siete potencias se disputan el orden mundial. Los saldos de este holocausto son conocidos: de una realidad dominada por los equilibrios -o desequilibrios- de un sistema multipolar de potencias a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, la geopolítica mundial adquirió una simetría completamente distinta: dos potencias ideológicas y militares, Estados Unidos y la Unión Soviética, escindieron al mundo en un orden bipolar. La guerra fría trajo consigo una peculiar situación, inédita en la historia de Occidente. Dado el equilibrio de que cualquier guerra nuclear significaba la autodestrucción de los dos grandes contendientes, Occidente gozó de una paz entre las mismas potencias, una paz sostenida en la disuasiva amenaza atómica. De 1945 a la fecha, el único rasgo perdurable en la geopolítica mundial ha sido el hecho de que la guerra se ha desplazado del centro a la periferia. Las grandes potencias no han vuelto a chocar directamente entre sí, y cuando se han enfrentado lo han hecho a través de los conflictos del mundo de la periferia. De ahí Argelia, Vietnam, Cuba, Centroamérica... y los conflictos poscoloniales que cifraron a la segunda mitad del siglo XX.
La desaparición de la Unión Soviética y del bloque de los países de Europa del Este trajo consigo el fin de la guerra fría y, con ello, el del orden bipolar. También produjo una realidad geopolítica radicalmente nueva, realidad que apenas se está conformando y cuyos indicios son apenas datables desde la Guerra del Golfo Pérsico a principios de los años noventa. Es obvio que se trata de un reorden de la geopolítica mundial cuya dirección más visible es la constitución de un orden monopolar. No es, por supuesto, una configuración nueva. En la primera mitad del siglo XVIII, Inglaterra ejerció su poderío, ante la decadencia de España, casi de manera monopolar. El ejemplo clásico de este orden se remonta, sin embargo, a la peculiar situación que privó en el Mediterráneo entre los años 100 a.C. y 200 d.C. Roma, con toda su soledad, después de haber vencido a Egipto y Cartago, se erigió, valga la metáfora, como un poder monopolar. En alianza con una decena de reinos como los galos y los celtas gobernó sin contendiente visible. Aclárese: la comparación es simplemente figurativa. Impo-sible extraer de ella derivación alguna.
Estados Unidos, la última superpotencia, en alianza con los países europeos, Australia y Japón, ha optado por la conformación de un poder monopolar que vuelve a la antigua simetría entre el centro y la periferia. La semántica más elemental para poder escapar a la histeria fabuladora del "choque de civilizaciones".
La formación de esta mega-alianza monopolar que siguió al equilibrio bipolar de la guerra fría se ha revelado como un poder capaz de imponer lo que hasta hace una década parecía simplemente una fantasía o una pesadilla: la unificación del uso de la violencia y la guerra bajo un solo mando en la arena internacional. Monopolio de fuerza que no sólo se ha ejercido en la periferia, sino en el centro mismo de Europa: Yugoslavia.
Hay quien especula que se trata de la formación de un megaestado que ya ha impuesto a las relaciones internacionales la transformación de un orden dividido en la soberanía de Estados nacionales en un orden dominado por una "ley y una fuerza" supranacional. La víctima más reciente de este hecho es Afganistán. Hoy sería, como ya lo es, una fuerza escalofriante, ya que no existen las instituciones supranacionales que delimiten y contengan las fronteras de una alianza que, por lo pronto, no tiene principio alguno de contención institucional y jurídica.