sabado Ť 13 Ť octubre Ť 2001
Miguel Concha
Doble moral
El pasado martes se publicó en El Correo Ilustrado la carta que el lunes 8 entregaron personalmente tres premios Nobel de la Paz al secretario general de la ONU. Ese mismo día se la entregaron también al presidente en turno de la Asamblea General y al presidente del Consejo de Seguridad. Ellos son Mairead Corrigan Maguire, quien junto con Betty Williams recibió el premio en 1976, por su destacada labor en la organización de las protestas públicas contra la violencia en el norte de Irlanda, y los latinoamericanos Adolfo Pérez Esquivel, galardonado en 1980, y Rigoberta Menchú Tum, premio Nobel de la Paz 1992. En ella se hacen eco de las consideraciones y propuestas de otros cuatro premios Nobel: el arzobispo surafricano Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz 1984; Su Santidad el 14 Dalai Lama, premio Nobel de la Paz 1989; Joseph Rotblat, quien recibió el premio en 1995 por sus esfuerzos a favor del desarme nuclear, y Jody Williams, premio Nobel de la Paz 1997.
Además de expresar su rechazo al terrorismo en todas sus formas y a las acciones militares iniciadas el día 7, y de llamar a la Asamblea General para que evite más dolor y asegure una paz fundada en la justicia y la libertad, "haciendo prevalecer el orden jurídico e institucional en el que hoy se funda la convivencia entre las naciones", ofreciendo para ello su concurso, los premios Nobel rechazan tajantemente la doble moral con las que se están llevando a cabo y pretenden legitimarse las actuales acciones militares.
"Expresamos -dicen- nuestro profundo rechazo a la doble moral que propicia la agresión militar apoyada en operaciones humanitarias, que deja sin hogar a miles de hombres, mujeres y niños en Afganistán, agudizando con ello el desastre humano, sin resolver las causas del conflicto". Al final hacen también un llamado a los organismos internacionales para que respeten la naturaleza pacífica de su mandato y de su origen, y no secunden las intervenciones militares ni reduzcan su responsabilidad a la atención de las crisis humanitarias que ellas provocan.
Se refieren desde luego a la acción hipócrita de bombardear con una mano un pueblo entero, con una parafernalia bélica que cuesta decenas de miles de millones de dólares, al mismo tiempo que con la otra se destinan algunas centenas para aliviar sus necesidades de abrigo, medicinas y alimentos. Además de notoriamente insuficiente, ante las oleadas de migrantes que produce la guerra (millón y medio más de ellos según los cálculos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados), falta verificar si entre los fragores de la guerra y en medio de los bombazos la tal ayuda llega efectivamente desde el aire o por tierra a sus destinatarios, y si en su rescate éstos no son víctimas de los 10 millones de minas terrestres y otros pertrechos no detonados, enterrados en 28 de las 30 regiones en que se divide su país.
Ya los organismos internacionales de Naciones Unidas afirmaban hace dos días que están lejos de tener en Afganistán la ayuda alimentaria suficiente para unos 7 millones de necesitados, y que está "en camino de perderse" la carrera "contra el reloj", ante un previsible éxodo de refugiados afganos hacia Irán y Pakistán. Denunciaban además que el gobierno talibán comenzaba a cobrar una "tasa de guerra" por cada tonelada de trigo con destino a Afganistán.
Se refieren igualmente a las dos tasas y las dos medidas éticas y políticas con las que algunos gobiernos pretenden resolver los conflictos violentos que se dan en sus países o en otras regiones del mundo, pues como le dijo el lunes pasado Mairead Corrigan Maguire al embajador irlandés Richard Ryan, presidente en funciones del Consejo de Seguridad, con qué cara ahora su gobierno va a enfrentar la violencia en el norte de Irlanda, luego de que poco antes de la actual escalada firmó con el primer ministro inglés un acuerdo para que se solucionara por la vía de la negociación política.
Con qué cara, nos preguntamos ahora, el presidente estadunidense decide también por fin resolver la disputa palestino-israelí en el marco de la ONU, luego de haber desatado un conflicto internacional de consecuencias imprevisibles en otra región del mundo. No se está en contra de aquella vía, que parece ser la más indicada, sino de la doble moral con la que algunos gobiernos dirigen la política internacional.