Espejo en Estados Unidos México, D.F. viernes 12 de octubre de 2001
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Editorial

EL CINISMO DE BUSH

SOLAyer, al cumplirse un mes de los criminales ataques terroristas contra Nueva York y Washington, la información procedente de Afganistán --la que logra eludir la doble y creciente censura de Washington y del talibán-- reportaba la muerte de civiles tan inocentes como las víctimas de los avionazos del 11 de septiembre: según esas informaciones, por demás verosímiles si se tiene en mente lo ocurrido en Irak y en los Balcanes, los misiles y las bombas estadunidenses no sólo impactan los edificios gubernamentales y los supuestos centros de operación de la organización Al Qaeda, presunta responsable de los atentados antiestadunidenses, sino que caen también sobre viviendas y mezquitas. Pero, a diferencia de lo ocurrido con las víctimas de hace un mes en Estados Unidos, los muertos afganos carecen de nombre, de imagen en los medios y de muestras de consternación entre la opinión pública occidental.

Lo de menos, en esta circunstancia, es que el secretario de Defensa de Estados Unidos presente las bajas afganas como producto de errores técnicos o humanos --"no son blanco para Estados Unidos", dijo--; el horror moral de la situación consiste en que los mandos militares y políticos de Washington saben perfectamente que las "bajas colaterales" seguirán siendo consustanciales al bombardeo y que su costo político está incluido, de antemano, en la factura global de la operación Libertad Duradera. Es falso, pues, que la ofensiva estadunidense esté diseñada sólo para aniquilar al régimen integrista de Kabul o para desarticular a Al Qaeda y capturar a su principal cabecilla. Está previsto, por el contrario, realizar una vasta destrucción humana y material en el de antemano destruido Afganistán.

Con el precedente de estos datos, la conferencia de prensa de ayer del presidente George W. Bush toma la apariencia de una extorsión criminal contra los afganos: si le entregan a Osama Bin Laden, dijo, podría reconsiderarse la continuación de los bombardeos. En otros términos, Washington podría pensar en suspender la matanza de afganos inocentes. En caso contrario, dijo Bush, las operaciones durarán "tanto como haga falta: un mes o un año".

En este trágico episodio, el gobierno de Estados Unidos habría podido emplear toda su fuerza política, diplomática, económica y policial para llevar a la justicia a los responsables de los atentados criminales del mes pasado; de esa forma, habría robustecido las instancias de la legalidad internacional. Optó, en cambio, por bombardear un territorio arrasado por dos guerras previas, con pleno conocimiento de los sufrimientos que tal acción causaría entre los habitantes afganos. Esta sola determinación criminal y errada bastaría para explicar el odio que suscita el gobierno estadunidense en diversas sociedades islámicas, ante el cual Bush, en su conferencia de prensa de ayer, se declaró "asombrado" (amazed). Pero la devastación de Afganistán es sólo la última de una larga cadena de intervenciones bélicas criminales de Washington contra países y pueblos de la región. Si el asombro presidencial es sincero, los asesores de Bush harían bien en contrarrestar, al menos en este punto, la conocida ignorancia de su jefe y ponerlo al tanto de las múltiples historias de destrucción y muerte en que se ha traducido la política de Estados Unidos en Medio Oriente y Asia central.
 

 

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