VIERNES Ť 12 Ť OCTUBRE Ť 2001
Carlos Montemayor
ƑUna nueva guerra?
Dos tipos de discursos se configuraron de manera clara en los núcleos fundamentales del poder y del pensamiento en Estados Unidos poco después de los atentados en Nueva York y Washington. Por un lado, los políticos del momento y del pasado, desde los medios de co-municación estadunidenses, pugnaban por tomar represalias e iniciar de inmediato la guerra. La mayor parte de los intelectuales estadunidenses no necesariamente se dirigió al pueblo de Estados Unidos, sino al mundo, y tampoco en los medios informativos estadunidenses, sino en diarios de Francia, Alemania o Italia. La intelectualidad estadunidense fue el único enlace con el mundo que poseía Estados Unidos en ese momento con una visión nueva, con un replanteamiento diverso de lo que había si-do el papel bélico de ese país a lo largo de su existencia y sobre la revaloración de su propia historia en el futuro inmediato.
Pero al interior de Estados Unidos privó el discurso político y pragmático, incluso económico. La disposición bélica de la na-ción, el llamado a la guerra ha sido una forma de cohesionar no tanto el espíritu patriótico, sino de cohesionar al pueblo es-tadunidense en la sensación de que tanto la economía como la historia de su poderío bélico forman un todo que no debe admitir cuestionamiento, fisura ni autocrítica. Pa-recían dispuestos a llegar al extremo de negar puntos fundamentales de su tradición constitucionalista y democrática, de sus propias libertades individuales con una ley que años atrás había elaborado el ex presidente Bill Clinton. Por esa ley los cuerpos policiacos o las autoridades de justicia podrían suspender las garantías de ciudadanos y emplear contra ellos mecanismos inmediatos y secretos de aprehensión, detención e interrogatorios. En estos momentos, esa ley puede causar un cambio importante en la tradición de Habeas Corpus, en la continuidad constitucional de Estados Unidos.
El llamado a la guerra provocó reacciones diversas en países de la comunidad europea. Algunos recomendaron prudencia e incluso en Medio Oriente debió entenderse así el cese del fuego y las instrucciones de contención militar de Ariel Sharon. Fue inesperada la respuesta del secretario general de Naciones Unidas, Koffi Annan: afirmó que la ONU estaría dispuesta a encabezar la guerra contra el terrorismo. El llamado a la guerra del imperio estadunidense contra un fantasma que no tenía una ubicación cierta debía convertir a ese fantasma en parte beligerante y en beneficiario de los convenios de Ginebra. Si todas las partes en pugna de-bían someterse al derecho internacional, sería un contrasentido que la ONU estuviera dispuesta a encabezar esa guerra. No habría ya en el mundo una instancia para proteger al ser humano más allá de los intereses económicos, políticos, sociales, ideológicos o religiosos de las potencias.
La mayor parte de los más significativos intelectuales estadunidense coincidieron a grandes rasgos en la necesidad de replantear ciertos olvidos históricos de Estados Unidos, el olvido de aquellos hechos que habían provocado desastres, dolor, terror, masacres, en Medio Oriente y en muchas regiones del mundo. Los atentados del martes 11 de septiembre no sólo habían lesionado símbolos militares y comerciales; había que agregar, por las reflexiones de las propias inteligencias estadunidenses, que golpearon también otro punto vital: la imagen, la memoria, el papel que Estados Unidos había jugado en el mundo.
El 16 de septiembre, uno de los mejores corresponsales británicos de Medio Oriente, Robert Fisk, escribió en el periódico The Independent, de Inglaterra, que hacía 19 años había tenido lugar el acto terrorista más grande de la historia de Medio Oriente y él preguntaba en su columna si alguien se acordaría de ese aniversario: "Hoy ningún periódico británico recordará el hecho de que el 16 de septiembre de 1982 las milicias falangistas aliadas de Israel iniciaron una orgía de tres días de violaciones sexuales, acuchillamiento y asesinato en los campos de refugiados de Sabra y Shatila que costaron mil 800 vidas. Esto fue un acto seguido de una invasión israelí de Líbano, lo cual costó las vidas de 17 mil 500 libaneses y palestinos, casi todos civiles. Eso es probablemente tres veces la tasa de muerte del World Trade Center. Sin embargo, yo no recuerdo ninguna vigilia o servicios de conmemoración o veladoras en Estados Unidos o en Occidente por los muertos inocentes de Líbano; no recuerdo apasionados discursos por la democracia y la libertad".
El papel estadunidense de apoyo a regímenes dictatoriales y corruptos de nuestro continente y de Asia no puede olvidarse sobre todo en este momento en que Estados Unidos afirma que la nueva guerra avanza en nombre de la democracia y la libertad. Esta capacidad de Estados Unidos para autonombrarse el líder o salvaguarda de los valores de libertad, civilización y democracia sólo son posibles, según los propios análisis de intelectuales estadunidenses, a partir de la amnesia de su historia política. Por lo tanto, lo que tendría ahora por delante Estados Unidos de más riesgo no es la guerra contra un enemigo creado arbitrariamente, sino continuar ol-vidando la historia de equivocaciones con las que ha derramado bombas atómicas, biológicas, convencionales o de alta tecnología sobre pueblos inermes; continuar olvidando su estrategia reiterada de apoyar a las más oscuras dictaduras de América Latina y Asia, de seguir impulsando grupos de resistencia que a la postre se convertirán en nuevos enemigos suyos. Esta necesidad de replanteamiento histórico de Estados Unidos es tan importante o más que las reconstrucciones de las Torres Gemelas o del Pentágono.
Por ejemplo, la ascendencia del fundamentalismo religioso en Pakistán fue el legado del general Zia-Ul-Haq, dictador militar que apoyaron Estados Unidos e Inglaterra durante 11 años, a partir de 1977. Ahora, en octubre de 2001, durante los primeros días de los ataques a Afganistán, Estados Unidos demuestra al mundo que es capaz de gastar miles de millones de dólares para bombardear un país paupérrimo y sofocar la fuerza talibán, como había sido capaz de gastar miles de millones de dólares para crear y fortalecer los contingentes de mujaidines que Osama Bin Laden dirigió en ese mismo país contra el poderío soviético. Con esto demuestra Estados Unidos que es un país capaz de caerse dos ve-ces en el mismo pozo: primero con el gasto para crear un dirigente y un contingente de mujaidines; después, con el gasto para acabar con el mismo dirigente y los mismos mujaidines. ƑTal estrategia corresponde, realmente, a una nueva guerra?