TIEMPO DE BLUES
Raúl de la Rosa
Un encuentro de voluntades/ I
...''Juntando lagos dispersos para volverlos un mar"...
Guillermo Velázquez
LA SORPRESA FUE mutua, de los artistas y del público.
HACE POCOS MESES se comentaba en la cocina de Ediciones Pentagrama que había que hacer algo para celebrar los 20 años de una aventura, que nunca se pensó podría durar tanto. Una cosa es imaginar y otra cosa es hacer algo. ¿Te imaginás (así, con acento porteño) hacer un festival con todos los artistas que han grabado en Pentagrama?, dijo modestamente Modesto López, el motor de esta alternativa musical. ¡Bájale!, le espetó alguien.
¿COMO? ¿DONDE? ¿CON qué? Había mas dudas que respuestas. Se dice que es peligroso tener deseos, porque se te pueden cumplir. Y así fue...
POCO A POCO se empezó a cocinar el proyecto. El entusiasmo se vino abajo cuando se corre el lápiz y los números no dan. Honorarios, publicidad, transporte, alimentación, producción, etcétera. Es una locura. Pero cuando hay voluntad o terquedad (vaya usté a saber), caminos se encuentran y voluntades también.
JOSE ANTONIO MCGREGOR, que algo sabía de esto, sentenció: "el Centro Nacional de las Artes es el lugar". El dónde ya estaba, faltaban el cómo y el cuándo, pues el con quién era obvio. Martín Díaz, director del CNA, estuvo de acuerdo, pero lamentablemente falleció. La antropóloga Lucina Jiménez tomó la estafeta y ya como directora siguió adelante con la propuesta. La volvió suya, involucrándose con sugerencias y propuestas, como una que terminaría por dar un sentido más amplio al proyecto: que la entrada fuera gratuita. La idea era buena, pero ¿cómo obtener los recursos?
COMO VENDEDORES DE enciclopedias (de esos a los que todo el mundo les cierra la puerta) se empezaron a tocar puertas, y como siempre unos dijeron que no, otros que quién sabe, a lo mejor, pero otros respondieron afirmativamente. Con estos apoyos iniciales se echó a andar el lagarto (a ver hasta dónde llegaba), pero lo más importante habría de venir. Los artistas, uno a uno (¿el inconsciente colectivo?) dijeron: Pa' la raza hablará mi canto, no cobramos, nos unimos a la aventura. Así sea.
PODRIAMOS EXTENDERNOS EN el relato, pero éste se convertiría en un manual sobre cómo organizar a mas de 350 artistas y no morir en el intento.
Al son del danzón
EL DIA LLEGO: jueves 4 de octubre de 2001 (sólo faltan las fanfarrias). El festival se inauguró con una exposición de carteles y fotografías de artistas, amigos y uno que otro colado; fotos que nos devuelven una memoria lejana. Los años del nuevo canto, de la solidaridad, de los bailongos con los grupos de son, la trova tradicional yucateca, las bandas de pueblo y la música para niños que despierta su imaginación. Lo sorprendente fue ver que la mayoría de estos artistas continúan en este bregar, a veces, harto solitario. Recorrer el país con la guitarra a cuestas, permanecer en una realidad que, como se palpó en esos cuatro días, les otorgó un sentido de pertenencia a los cerca de 40 mil asistentes al festival.
LA APUESTA, SIN decirlo expresamente, era como la baraja del cuento de Poe: visible y sobre la mesa, sin que nadie la vea, producto tal vez del mismo desafío. Las otras sorpresas estaban aún por venir. La primera se había dado, el festival había iniciado. Un público ávido por escuchar otras propuestas, participar con sus artistas y con otros que no conocían. La ya centenaria Banda de Tlayacapan, bajo la batuta de Carlos Santamaría, abrió la parte musical. El público no esperó y al son de los danzones se levantó a bailar. La utopía fraguada al calor humano, en la cocina de Pentagrama, tenía lugar. Las ideas se habían subido al escenario y bajado al sentimiento y de éste a los pies. Bailar, como reafirmación de vida, en los tiempos en que la muerte recorre al mundo.
Continuará...