JUEVES Ť 11 Ť OCTUBRE Ť 2001

Silvia RibeiroŤ

Armas biológicas, transgénicos y doble moral

Lamentablemente, la guerra biológica y química no son fenómenos nuevos. Lo nuevo son las posibilidades que abrió la ingeniería genética de convertir en armas letales agentes biológicos que antes no eran patógenos ni mortales. No es nuevo tampoco que entre las empresas que desarrollaron el agente naranja (defoliante) y el napalm (gelificador abrasivo), que Estados Unidos usó amplia e indiscriminadamente contra Vietnam -y cuyas secuelas humanas y ambientales persisten-, se encuentren Monsanto y Dow, dos de los cinco mayores gigantes de la agrobiotecnología que, por lo tanto, es-tán entre las empresas que tienen alta capacidad de modificar bacterias, virus, hongos u otros organismos y convertirlos en armas.

Y aunque coyunturalmente autojustificado, tampoco es nuevo que el gobierno de Estados Unidos trabaje para convencer a su propia población de que corre un riesgo inminente y amplio de un ataque foráneo con armas biológicas, para lo cual le será imprescindible desarrollar su capacidad "defensiva" ante este tipo de amenazas.

Aclaremos que la línea divisoria entre capacidad defensiva u ofensiva en armas biológicas es extremadamente delgada y flexible, entre otras cosas porque es improbable fabricar armas biológicas sin hacer al mismo tiempo los antídotos que defiendan a la propia población. Muchos expertos consideran que actualmente las armas biológicas "defensivas" son una ilusión, ya que sólo son específicas para ciertos organismos, y con las herramientas de ingeniería genética de que se dispone ahora, los mismos organismos podrían ser modificados mucho más rápidamente que sus eventuales vacunas o antídotos.

Sin embargo, luego del atentado del 11 de septiembre, el gobierno estadunidense se dirigió a BIO (Organización de las empresas de la Industria Biotecnológica) solicitándole a sus más de mil miembros "información urgente" sobre su disponibilidad de agentes de defensa biológica, al mismo tiempo que requiriéndoles se aseguren de que sus tecnologías y productos no sean usados con fines de guerra.

Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Estados Unidos, uno de los organismos que emitió este pedido, seguramente conoce bien el tema. Antes de ser designado en ese cargo, fue presidente y director ejecutivo de G.D. Searle & Co, multinacional farmacéutica que se fusionó con Monsanto.

Esta aparente actitud de precaución frente a la guerra biológica contrasta fuertemente con la posición que tomó Estados Unidos en julio del 2001, cuando se rehusó a colaborar para que se estableciera un protocolo internacional de Verificación del Convenio de Armas Biológicas y Tóxicas (CABT). Este convenio de Naciones Unidas, establecido en 1972, compromete a sus signatarios a prevenir y descartar el uso de armas biológicas y tóxicas. Está en proceso de renegociación, en parte por los avances tecnológicos no previstos en su creación y por no tener un instrumento de verificación de su cumplimiento. El artículo primero del CABT dice: "Cada Estado parte del convenio se compromete a que, bajo ninguna circunstancia, desarrollará, producirá, guardará en depósito o por cualquier otro medio adquirirá u obtendrá: agentes microbianos u otros agentes biológicos, o toxinas cualquiera sea su origen o método de producción, en tipos y cantidades que no tengan justificación para propósitos profilácticos, de protección o pacíficos".

Según manifestó Estados Unidos en la última sesión de negociaciones de este convenio, en julio pasado, permitir esta verificación internacional en su territorio atentaría contra los intereses comerciales de sus empresas biotecnológicas.

Gracias a la genómica y las biotecnologías modernas, entre otras, las posibilidades actuales de la guerra biológica incluyen, por ejemplo, el diseño de "bombas étnicas", es decir, de diseñar patógenos que afecten a grupos étnicos con presencia de determinados genes. Sin embargo, este escenario, aunque posible, no es fácil.

Mucho más fácil de construir, difícil de detectar y hasta comercializable es practicar el "agroterrorismo", es decir, patógenos o agentes que comprometan la continuidad de los cultivos que alimentan una población. Esta es la función de la tecnología Terminator, para hacer semillas "suicidas", que desarrolló el Departamente de Agricultura de Estados Unidos y le licenció el pasado agosto a la multinacional de semillas Delta & Pine Land, abriéndole la puerta a su venta comercial, pese a que, según el Grupo ETC (antes Rafi) y muchos otros, esta tecnología viola las disposiciones del CABT y debería ser prohibida.

Otras de las razones más poderosas para oponerse a la verificación, se develó el 4 de setiembre del 2001, en un artículo de W. Broad y J. Miller, publicado en el New York Times, el cual informa que la CIA está realizando un proyecto secreto de investigación de defensa biológica que, según mu-chos expertos, viola principios del CABT.

Según el New York Times, la CIA ha he-cho simulacros con bombas biológicas propias y de la ex URSS y construido instalaciones para la producción de armas biológicas en Nevada. La organización estadunidense The Sunshine Project agrega que esto nunca se incluyó en los informes anuales obligatorios al convenio. Si esto se hubiera comprobado en cualquier otro país, hubiese motivado protestas enérgicas e incluso medidas militares de Estados Unidos.

En noviembre se realizará la Cumbre Mundial de la Alimentación y la reunión del Convenio de Armas Tóxicas y Biológicas, dos foros de la ONU donde se discutirán estos temas. Podrían ser oportunidades para cerrar esta caja de Pandora. Salvo que los dueños de la caja de nuevo lo impidan.