LA DESINFORMACION COMO PROPOSITO
En
un grado nunca visto en otro conflicto bélico, las incursiones estadunidenses
contra Afganistán se desarrollan al margen de la información
pública y, ante la presente conflagración, la Guerra del
Golfo parece un ejercicio de transparencia mediática.
Hoy, casi la totalidad de los datos que llegan a la opinión
pública son emitidos por fuentes gubernamentales, de Estados Unidos
en su mayor parte, y de Afganistán en un ínfimo porcentaje.
Los informadores independientes han sido marginados y excluidos del conflicto
y los relatos de la guerra son elaborados por los departamentos de propaganda.
La fobia del régimen talibán hacia los medios
y la prensa es un hecho conocido, consustancial a la intolerancia oscurantista
y a la irracionalidad extrema de los actuales gobernantes afganos, los
cuales expulsaron de los territorios que controlan a prácticamente
la totalidad de los periodistas. En cambio, los principios institucionales
estadunidenses tendrían que garantizar, al menos en teoría,
el derecho de las sociedades a informarse, a través de medios independientes,
de los sucesos relevantes. Pero las razones de Estado asociadas a la crisis
bélica han llevado a las autoridades de Washington a suprimir, de
hecho, garantías y derechos fundamentales para el funcionamiento
de la democracia. El equipo de gobierno de George W. Bush no ha vacilado
en afirmar que recurrirá, en la presente confrontación, a
la omisión, al ocultamiento y a la mentira -"protección de
la verdad", se matizó después- como parte de las estrategias
contra el talibán y contra Osama Bin Laden y su organización
terrorista.
Tales circunstancias establecen un peligroso margen para
la comisión de atrocidades y crímenes de guerra en la impunidad
del silencio y, más grave aún, para el desarrollo de tendencias
autoritarias y totalitarias que podrían revertirse contra la propia
sociedad estadunidense y sus integrantes.
En medio del vasto ejercicio de violencia en curso, las
ciudadanías de las naciones involucradas deben movilizarse para
reclamar, por lo menos, el derecho de saber lo que está pasando.
Washington ha exigido, en términos que recuerdan las prácticas
mafiosas de venta de protección, el respaldo acrítico de
otros gobiernos, y el nuestro, en una decisión por demás
desafortunada y errónea, se lo ha otorgado. En esa medida, la sociedad
mexicana se ha visto vinculada con un conflicto que debiera ser ajeno y
tiene, en consecuencia, razones para reclamar información veraz
y puntual y para rechazar los sucedáneos propagandísticos
de la verdad.
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