MARTES Ť 9 Ť OCTUBRE Ť 2001
Alberto Dallal
Ballet Nacional de México: nuevas obras
El Ballet Nacional de México, acompañado por la Orquesta Filarmónica del Estado de Querétaro, estrenó tres coreografías en el Auditorio Josefa Ortiz de Domínguez de la bella ciudad colonial. De Jaime Blanc, un Aperitivo con música de Vivaldi, energético juego de imágenes amarillas, nueve figuras con horrorosos sombreros que desenvuelven un ejercicio juvenil, sugerente y veloz (al que nos tiene acostumbrado el lenguaje unívoco de la compañía); Antonia Quiroz aparece y desaparece de escena sin motivo aparente y los sombreros nos dislocan la atención de algunos buenos bailarines que, dentro del diseño, hacen gala de sus versátiles cualidades.
Con trazos más hechos, más elaborados y geometrías más funcionales, originales e innovadoras, Luis Arreguín ofreció unas completas y entusiasmantes Cuatro estaciones, también enmarcadas en Vivaldi. Todo un desafío muy bien trabajado. La coreografía se desenvuelve a las mil maravillas (diestro y notable manejo de paraguas e impermeables en la segunda parte en la que aparecen estos elementos), no obstante que el espectador debe hacer caso omiso del ''sentido del humor" arreguinesco, que quedó depositado tan sólo en un vestuario verde, supuesta ''burla" de la danza clásica, y en algunos ''pasitos" y tutús y travestis que, a estas alturas de la danza contemporánea, nadie puede distinguir como ''mofas" gracias a la gran apertura que precisamente representa la danza de hoy.
Las cuatro estaciones resultan marco exacto y magnífico para la inventiva de diseño de Arreguín, imaginativo manipulador de pasos, poses, movimientos, combinaciones, saltos, cargadas. Las imágenes sucesivas se engranan a la música y a los bien delineados volúmenes que se siguen, unos a otros, en dúos, solos, tríos y grupos. Arreguín extiende la gramática de ese grahamiano lenguaje de la compañía a partir de un eje rector, brillante y brioso (se incorporan las ideas de agua, cisne, lluvia) y desata deliciosos momentos en los que el espectador, haciendo caso omiso del ''humor", se deleita con el arte de la danz.
Por su parte, Federico Castro construyó un ''platillo fuerte" con la Suite del pájaro de fuego, de Stravinsky. Su versión coreográfica (Mitos y narraciones) ofrece un ''narrador" bifacial (impresionantemente interpretado por Raúl Almeida), historias scherezadianas y escenas de amor y ungimiento, míticas estructuras que suben y bajan con un ejército de ágiles bailarines como sustento (''la comunidad"). Los colores completan una composición llena de manchas, actos simbólicos, construcciones.
Un programa de estrenos mundiales que, apartando la vista de los inútiles sombreros y tutús, nos alerta en torno a la heroicidad y profesionalidad de estos bailarines y bailarinas concentrados, hábiles, interpretativos y hasta creativos respecto de personajes y trazos. Profesionales indiscutibles.